Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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Cuba será libre cuando todos sus hijos aprendamos a discrepar sin odiarnos.

Este mes de enero de 2022 se cumplen 63 años de aquel fatídico enero de 1959 en  que una abigarrada columna de guerrilleros harapientos exhibiendo rosarios colgados al cuello bajaron de las montañas con el plan diabólico de robarnos la libertad, la prosperidad y la patria.  Su jefe era el mismo diablo encarnado que con gestos mesiánicos y una fingida humildad cautivó a multitudes de analfabetos políticos. Fuimos muy pocos los que nos negamos a ser parte de aquella comparsa macabra que desde sus inicios bautizó con sangre un reino de terror que se ha prolongado hasta el día de hoy. Yo puedo decir con orgullo—a mis 84 años de recorrer los caminos del mundo—que nunca fui fidelista y que me he prometido a mí mismo seguir trabajando por la libertad de mi patria hasta el último aliento de mi vida. Porque cuando la patria sufre los años no cuentan.

Ese es el mismo testimonio heroico de un pueblo cubano que todavía se enfrenta—con diferentes armas y métodos—a la tiranía más larga en la historia del mundo. De hecho, desde el principio de esta pesadilla los cubanos hemos combatido en las montañas, en los valles y en las guardarrayas. En las guerrillas y en la clandestinidad. Con las balas y con las palabras. En Cuba y en el resto del mundo. Como resultado se han inmolado millares de nuestros mejores hijos, han sufrido prisión centenares de miles de cubanos y millones de exiliados hemos sido privados del placer y del derecho a vivir y morir en la  patria que nos vio nacer. Quienes digan que los cubanos somos unos cobardes o unos apátridas son unos ignorantes o unos miserables.

En este momento decisivo de nuestra vida nacional—en que la tiranía está a punto de derrumbarse—los cubanos tenemos que dejar de recriminarnos por un pasado que ya no podemos cambiar y no debemos preocuparnos por un futuro que no podemos controlar. Tenemos que trabajar todos los días por el placer de ser útiles y como si tuviéramos la eternidad por delante. Porque cada logro, por pequeño que éste sea, es un éxito en el contexto de nuestro maratón por la libertad.

Después de todo, para los seres mortales, los grandes éxitos no son otra cosa que la suma de muchos pequeños éxitos. Cuando se trata de grandes obras y de grandes éxitos sólo están al alcance del Señor de todos los Ejércitos. A Él debemos invocarlo para que nos acompañe en esta lucha por la libertad de un pueblo que durante más de medio siglo ha sido programado para ser esclavo. En tal sentido, bien dijo Montesquieu hace ya largo tiempo que: “Es más difícil sacar a un pueblo de la servidumbre que subyugar a uno libre”.

Y hablando de libertad, la verdadera libertad vive dentro de nosotros mismos. Yo soy libre porque asumo la responsabilidad de mis actos y no le permito a nadie que limite mi libertad. Si nos proponemos ir más lejos y dentro de  un amplio contexto nacional, la lucha por la  libertad no puede estar condicionada a nuestra posibilidad de disfrutarla nosotros mismos. Es el bien principal que debe de estar al alcance de todo ser humano y la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos y nietos. Y, como tal, debe de ser accesible a todos los cubanos. Porque Cuba será libre cuando todos sus hijos aprendamos a discrepar sin odiarnos.

Inspirado en ese pensamiento, he llegado a la conclusión de que—aunque perdonar es difícil—el perdón es la llave que abre la puerta a nuestra felicidad personal. Eso no quiere decir que me proponga el imposible de complacer a todos los que discrepen de mí. Me conformo con vivir acorde a mis principios, que no me harán infalible pero que me hacen posible respetarme a mí mismo.

Por otra parte, no debemos esperar la gratitud ajena. Debe bastarnos con cumplir nuestro deber según los dictados de nuestra conciencia. Ya lo dijo José Martí, el más cubano de todos los cubanos, en carta al General Máximo Gómez: “No puedo ofrecerle otra cosa general que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”. A pesar de la sabiduría contenida en el mensaje martiano, el viejo general no se desanimó y entró  triunfante en La Habana cuando ya tenía 62 años de edad a la cabeza del Ejército Libertador.

Otro ejemplo reciente es el del Ingeniero Ernestino Abreu quién—en el ocaso de su vida—se infiltró en Cuba a los 72 años de edad para combatir a la tiranía castrista con las armas en la mano. Y como conclusión a esta lista de abanderados de la dignidad, hasta el Hijo de Dios fue crucificado por los mismos ingratos que vino a salvar. Nosotros no podemos esperar otra cosa pero, como el cubano-dominicano Máximo Gómez y el cubanísimo Ingeniero Ernestino Abreu, no tenemos otra alternativa que seguir combatiendo a los malvados en la reconquista de nuestra libertad robada.

1-3-2022

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