Alfredo M. Cepero
Director de La Nueva Nacion
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Lo que hay es un 75 por ciento del público—republicanos, independientes y algunos demócratas—que son verdaderamente conservadores.
En términos simples y breves la “mayoría silenciosa” es un grupo considerable de personas en un país que no expresa sus opiniones en público. En tiempos modernos, el término fue popularizado por el expresidente Richard Nixon en un discurso a la nación el 3 de noviembre de 1969 en el cual dijo: “Y en la noche de hoy—me dirijo a ustedes, la gran mayoría de mis conciudadanos americanos—para pedirles su apoyo.” Nixon utilizó estos términos para referirse a los americanos que no formaban parte de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
Pero la “mayoría silenciosa” tiene antecedentes mucho más antiguos. Desde 1790 los conservadores se han identificado con los padres fundadores y la constitución de los Estados Unidos. Los historiadores conservadores se refieren generalmente a John Adams como al padre intelectual del conservadorismo americano.
Al mismo tiempo, Abraham Lincoln fue el primer presidente electo por el entonces recién creado Partido Republicano y Lincoln fue una figura icónica de los conservadores de este país. Como prueba de ello, Lincoln promovió los intereses de las empresas, especialmente los bancos, los canales, los ferrocarriles y las fábricas. Por su parte, Calvin Coolidge utilizó el término durante su campaña para la presidencia en las elecciones de 1920.
Y parece que fue ayer que Donald Trump recibiera 70 millones de votos en las elecciones presidenciales de 2020, más que ningún otro presidente que aspirara a la reelección en la historia política de los Estados Unidos. Aquella mayoría que acompañó a John Adams, Abraham Lincoln, Calvin Coolidge y Richard Nixon está viva y activa en su apoyo incondicional a Donald Trump.
Esa filosofía se refleja en los republicanos que aspiran actualmente a la presidencia de los Estados Unidos. Los relativamente más populares son imitadores de Donald Trump. La cuestión es muy simple. Los candidatos más populares en las encuestas a miembros del Partido Republicano son Ron DeSantis con 29 y Ramaswamy con 26. Le siguen Haley con 15 y Pence con 7. Esto no es un culto sino una contienda política. Así que despierte todo el mundo. No hay tal batalla por el alma del Partido Republicano, como con frecuencia afirma la vieja guardia desprestigiada del partido. Lo que hay es un 75 por ciento del público—republicanos, independientes y algunos demócratas—que son verdaderamente conservadores. Esa es la mayoría silenciosa que apoya a Donald Trump.
Por otra parte, hubo un momento en la historia política americana en que el conservadorismo y el comunismo parecieron funcionar al unísono. Con motivo de la Revolución Bolchevique y la subsiguiente influencia de la Unión Soviética en los asuntos mundiales ambos partidos políticos americanos se declararon totalmente anticomunistas. Los conservadores denunciaron a los ideales comunistas como una subversión de los valores americanos y mantuvieron una oposición intransigente a los principios comunistas hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991. Esos mismos conservadores apoyaron oficinas anticomunistas como el FBI y fueron los principales promotores de investigaciones en el congreso en 1940 y 1950 como las efectuadas por Richard Nixon y Joe McCarthy.
A nivel internacional, el economista austriaco Frederic Hayek consolidó el pensamiento contra el “Nuevo Trato” de Roosevelt afirmando que la izquierda de Gran Bretaña estaba llevando a aquel país por el “camino de la servidumbre.” En los Estados Unidos, la Escuela de Economía de Chicago, encabezada por Milton Friedman y George J. Stigler propuso una política pública neoclásica y monetarista. Otra figura de importancia en los Estados Unidos fue el senador por Arizona, Barry Goldwater. A pesar de haber perdido las elecciones presidenciales de 1964 Goldwater influyó positivamente sobre el conservadorismo americano con su obra “La conciencia de un conservador”, en la que explica la teoría moderna del conservadorismo.
Pero fue Ronald Reagan el líder político que llevó a cabo un cambio dramático en la política americana. Para Reagan, la Unión Soviética era un enemigo implacable con el que no se podía negociar sino que había que derrotar. Reagan dominó progresivamente el movimiento conservador, específicamente en su fracasada búsqueda de la postulación en 1976 y su postulación presidencial y su triunfo en 1980.
Con la victoria de Reagan en 1980 el conservadorismo americano moderno se hizo con el poder. Los republicanos lograron el control del senado por primera vez desde 1954 y los principios conservadores dominaron las políticas económicas y exterior de Reagan con la “economía de la oferta” (supply side economics) y una oposición firme a que el comunismo soviético influyera sobre la política del gobierno americano. Reagan y sus principales asesores se inspiraron en muchas ocasiones en la filosofía y los principios de la Heritage Foundation.
Pero todos los progresos de Reagan fueron desarticulados por los gobiernos de los dos Bush—el padre aristócrata y el niño traidor que se retrata con los Obama—representantes de la guardia corrupta republicana. Tuvo que venir un Donald Trump para restaurar el patriotismo, el conservadorismo y el coraje a la Casa Blanca.
Trump, por su parte, no se suponía que transformara tan radical y prematuramente el conservadorismo, pero—para asombro de muchos, incluyéndome a mí—ha hecho lo que parecía imposible. Hace un par de semanas se presentó en la reunión anual del Comité Conservador de Acción Política y se llevó la cerca por al jardín central. El 86 por ciento de los participantes aprobó la labor de Trump frente a un 12 por ciento que la desaprobó.
Y, más importante todavía, en cuanto a la pregunta sobre si Trump había “realineado al movimiento conservador” el 80 porciento respondió afirmativamente mientras sólo 15 por ciento dijo que no. Ambas estadísticas fueron recibidas con vítores en el salón principal de la conferencia. Todo esto demuestra, en mi opinión, que Trump está redefiniendo lo que es ser conservador.
Para Donald Trump todo esto significa aplicar una política de “nacionalismo económico” que, entre otras cosas, implica reducir las importaciones, subsidiar ciertas empresas nacionales así como pedir prestado y gastar grandes sumas de dinero con el objetivo de estimular la multiplicación de empleos y la creación de riquezas. Nada de esto es compatible—ni siquiera remotamente—con el moderno movimiento conservador. Este movimiento ha sido definido—en gran medida—por adhesión a los principios de libre comercio, mercado libre y restricción fiscal. Lo que demuestra que Donald Trump no puede ser encasillado en ninguna doctrina. Trump es Trump y punto. En conclusión, Donald Trump es el movimiento conservador en este momento en los Estados Unidos. Y el movimiento conservador es Donald Trump. La “mayoría silenciosa” así lo ha determinado. Y en la democracia la mayoría manda.
9-12-23