Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Esta señora es tan radiactiva que ni su misma gente la quiere, pero ella no parece darse por enterada.
Al leer este título muchos pensaran que he perdido la razón. ¿Cómo sentir lástima por una mujer que ha sido Primera Dama, Senadora, Secretaria de Estado, multimillonaria, madre y abuela? Solamente con uno de esos atributos cualquier persona normal se consideraría dichosa y sería totalmente feliz. Pero Hillary Rodham Clinton no es una persona normal. Esta mujer—tarruda, mentirosa, intrigante, corrupta y vengativa—tampoco presta atención a ninguna de sus verdaderas desgracias. Porque, para ella, su mayor desgracia—según su conducta y sus declaraciones—es no haber podido llegar a la presidencia de los Estados Unidos.
Por aquello de que “a la tercera va la vencida”, después de haber fracasado dos veces en sus aspiraciones a la presidencia, Hillary se prepara ahora para hacerlo por tercera vez. Y, tal como ocurrió en 2016, cuando perdió frente a Donald Trump, Hillary se aferra a su corona y los demócratas no saben qué hacer con ella. Su reciente discurso ante el Partido Demócrata de Nueva York fue el de una candidata que prepara su aspiración a la presidencia.
El periodista William Safire, asesor de presidentes y brillante articulista del rotativo The Washington Post—antes de que el Post contrajera el virus de la izquierda—la consideraba una mujer despreciable. En un ensayo publicado el 8 de enero de 1996, cuando Hillary era primera dama, Safire escribió: "Hillary Clinton es una mentirosa congénita". Y agregó: "Ella tiene el hábito inveterado de mentir y nunca se ha visto obligada a reconocer sus mentiras o las mentiras que ha hecho decir a sus subordinados".
Por mi parte—aunque sé que no me van a escuchar—les doy a los demócratas que quieran mejorar sus probabilidades de tener aunque sea un éxito relativo en las elecciones presidenciales de 2024 el mismo consejo que les di en 2016. El 12 de marzo de 2015 escribí: “Los demócratas tienen, por lo tanto, que tomar una decisión terminante: Hundirse con los Clinton o arrancar la corona de las manos de Hillary. Y eso, tomando en consideración la maldad de esta mujer, no será una tarea fácil”.
La realidad es que las trampas interminables de Hillary Clinton durante la campaña de 2016 pueden ser catalogadas como un “golpe de estado” en cámara lenta. Esa es probablemente la razón por la cual una encuesta de la compañía TechnoMetrica Institute of Policy and Politics (TIPP) arroja el resultado de que el 66 por ciento de los demócratas quieren que Hillary sea investigada sobre cualquier papel en que ella haya participado en la mentira de que Donald Trump conspiró con los rusos. Esta señora es tan radiactiva que ni su misma gente la quiere, pero ella no parece darse por enterada.
Por su parte, el ex congresista republicano Devin Nunes declaró a Newsmax que los delitos descubiertos por el Fiscal Especial John Durham en relación con la campaña presidencial de Hillary Clinton en 2016—se dice que su equipo pagó a una compañía de internet para que penetrara en las computadores de Trump Tower y de la Casa Blanca—“podría resultar en muchos más enjuiciamientos”. Y agregó: “Así que Durham tiene que investigarlo todo. Ya ha procesado a uno de los abogados de los Clinton y otros parecen estar en peligro”
Abundando sobre el tema, el congresista republicano por Ohio, Jim Jordan, afirmó que el informe publicado la semana pasada por John Durham revela que otro abogado de los Clinton, Michael Sussman, trabajó con el experto en computación Rodney Jaffe para crear conexiones entre Trump y los rusos. Los informes de Durham también revelan que Sussman pasó la cuenta de sus honorarios a la campaña de Hillary por su trabajo en las alegaciones del “Russia Bank 1”. La Casa Blanca, por su parte, se ha negado a contestar preguntas sobre las alegaciones de que la Campaña de Clinton en 2016 pagó a una compañía de computación para que se infiltrara en los computadoras de la Casa Blanca después que ya Donald Trump era presidente. Una bajeza que sólo podría esperarse de la Cuba de Castro o la Venezuela de Maduro.
Ahora bien, de lo que no me cabe duda alguna es de que las maquinaciones ilegales de Hillary fueron el detonador de cuatro años de histeria nacional, una nación dividida y peligrosas tensiones con una potencia nuclear como Rusia. Por ejemplo, Clinton contrató al ex espía británico, Christopher Steele, para que compilara información perjudicial a Donald Trump. Los antiguos subordinados y amigos de Hillary sembraron las mentiras del documento de Steele a través del Departamento de Justicia, el FBI y la CIA. Una burocracia politizada y una mujer diabólica no tuvieron escrúpulos en hacerle daño a los Estados Unidos con tal de destruir a un adversario político.
Y todas estas trampas sirvieron de columna vertebral a lo que siempre se ha considerado como un imposible en la nación americana. En este clima de locura colectiva creado por Hillary Clinton, generales retirados se refirieron a Donald Trump como un déspota a la manera de Hitler o Mussolini. Se llegó al extremo de que un exfuncionario del Pentágono formulara un escenario de un golpe militar para destituir al presidente.
De todas maneras, y a pesar del odio que tuvo que enfrentar, Donald Trump logró poner en vigor una lista gigantesca de éxitos: seguridad en las fronteras, independencia energética, empleo total sin inflación, reducción de regulaciones gubernamentales y una política exterior de contención sin intervencionismo. Solamente un hombre de cualidades excepcionales pudo superar tantos obstáculos y tanta maldad. Donald Trump es ese hombre excepcional.
Hillary Clinton ha demostrado ser todo lo contrario. Su mayor éxito ha sido convertirse en una maestra del escándalo. La lista de sus bajezas es capaz de hundir a un transatlántico: la inversión fraudulenta en acciones futuras de ganado vacuno, los documentos desaparecidos del bufete de Rose en Little Rock, las trampas de Travelgate, la corrupción de Uranio Uno, los correos electrónicos perdidos y el falso informe de Steele.
Pero el esfuerzo fraudulento de sus asociados para penetrar en las comunicaciones ultra secretas de un candidato presidencial y utilizar más tarde esa información ilícita para arruinar la institución casi sagrada de la presidencia pasará a la historia americana como una obra maestra del engaño.
2-21-22
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