Por Alfredo M. Cepero

Director de La Nueva Nación

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Que aunque nos hubiéramos naturalizado no éramos americanos y que no nos querían en los Estados Unidos.

La unidad de todos los americanos de diferentes sexos, razas y culturas ha sido un tema que ha apasionado no sólo por años sino por siglos a quienes vivimos en este país. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos—redactada por Thomas Jefferson el 2 de julio de 1776—y aprobada por los Padres de la Patria Americana fue un documento sublime pero incompleto. Los ciudadanos de raza negra siguieron siendo esclavos. Esa mancha estigmatizó el nacimiento de la que fue la primera democracia del mundo. Y digo la primera porque la supuesta “democracia griega” no fue otra cosa que un circo de un solo palo.

LA GUERRA CIVIL AMERICANA

Tuvo que venir la Guerra Civil de 1861 para borrar la mancha en la Declaración de Independencia. Esta fue el  acontecimiento central de la conciencia histórica estadounidense. La guerra resolvió dos cuestiones fundamentales que habían quedado sin resolver en la revolución: si los Estados Unidos debía ser una confederación de estados soberanos que pudiera disolverse o una nación indivisible con un gobierno nacional soberano. Y si esta nación, nacida de una declaración de que todos los hombres fueron creados con un derecho igualitario a la libertad, seguiría siendo el país con más esclavos del mundo.

La victoria del norte en la guerra civil conservó a los Estados Unidos como una nación y terminó con la institución de la esclavitud que había dividido al país desde sus inicios. No obstante, estos logros costaron 625.000 vidas. En todas las demás guerras que luchó el país combinadas, se perdió, aproximadamente, la misma cantidad de vidas. La Guerra Civil estadounidense fue el conflicto más grande y destructivo del mundo occidental entre el final de las guerras napoleónicas en 1815 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.

El santo varón que fue Abraham Lincoln le puso un elocuente punto final con su “Oración de Gettysburg”—pronunciada el 19 de noviembre de 1863—en la cual dijo en parte: “Que esta nación—por la gracia de Dios—tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra”.

DOS CASOS RECIENTES QUE CONFIRMAN EL TITULO DE ESTE ARTICULO

La pantomima del juicio de O.J. Simpson y la devolución del “balserito” Elián González a los tiranos de Cuba son dos acontecimientos representativos de la quimera de unidad de las razas. El juicio penal llevado a cabo en la Corte Superior de Los Ángeles, en el que el exjugador de la National Football League O. J. Simpson fue juzgado por dos cargos de asesinato por las muertes de su exesposa Nicole Brown Simpson y de Ronald Goldman, amigo de esta, ocurridas el 12 de junio de 1994. Este caso ha sido descrito como el juicio penal más publicitado de la historia.

Simpson fue un asesino que nunca pagó su deuda. Es una pena que haya disfrutado de inmunidad y vivido por tanto tiempo. Nadie sabe dónde escondió su dinero o quien tiene actualmente el control de sus fondos. David Cook, un abogado de la familia Goldman que se ha propuesto desde 2008 obtener una sentencia civil por la muerte de Ron Goldman, sigue buscando ese dinero.

Pero lo más escalofriante fue el contraste de la reacción de blancos  y negros cuando fue anunciada la sentencia absolutoria de Simpson por haber dado muerte a su esposa y al joven Goldman. Los blancos se mostraron incrédulos, entristecidos y anonadados. Los negros saltaron de alegría de sus asientos. Para los negros, nada importaba una blanca menos con tal de que saliera un negro libre, ya fuera o no culpable del delito que se le imputaba. Para ésta gente la justicia sí tenía color, el negro de Simpson.

Según fuentes informadas el protegido de Simpson, Kato Kaelin, era el único testigo que pudo haber mandado a su protector a la cárcel. Pero jamás  habló porque conocía de la maldad y la violencia de su protector. Así terminó la saga de acontecimientos que parecían sacados de una novela de Corín Tellado.

EL CASO DEL “BALSERITO” ELIAN GONZALEZ

En una forma inesperada el caso de Elián González transfiguró a la nación americana. Lo importante no era la vida del “balserito” sino la lucha entre dos gobiernos con una historia de odio, intrigas y confrontación. El niño había sido rescatado el Día de Acción de Gracias por dos pescadores americanos frente a las costas del estado de la Florida. Los pescadores entregaron al niño a sus familiares en Miami, Lázaro y Delfín González. Su madre—Elizabeth Brotons—había  había muerto ahogada en su intento de fuga de la isla cárcel.

Los exiliados cubanos se lanzaron indignados a las calles de Miami en protesta por la repatriación de Elián González a Cuba, en una de las mayores movilizaciones que ha vivido esta ciudad en su historia reciente. Miles de hombres, mujeres, ancianos y niños, trabajadores y empresarios, salieron en pie de guerra contra el Gobierno de Clinton, acusándole de traicionar a los cubanos para complacer a Fidel Castro y de violar las leyes nacionales e internacionales.

Pero las cosas no quedaron ahí.  Millares de americanos de todos los colores, sexos y razas se lanzaron también a las calles en un ataque frontal a los cubano-americanos. Nos calificaron con improperios de la peor especie y nos dijeron que volviéramos para Cuba. Que aunque nos hubiéramos naturalizado no éramos americanos y que no nos querían en los Estados Unidos.

Por haber nacido en Cuba no teníamos el derecho constitucional que tienen todos los ciudadanos de este país de cuestionar las decisiones del gobierno de los Estados Unidos. Juntos pero no revueltos. Ellos ciudadanos de primera y nosotros de segunda. Así escriben la historia los intolerantes.

4-16-24