Por Alfredo M. Cepero

Director de La Nueva Nación

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“No serás más bueno porque te alaben, ni serás más malo porque te vituperen. Lo que eres eso eres.” Santo Tomás de Kempis.

Este año—como todos los años—muchos de nosotros participaremos en una fiesta de fin de año y nos despediremos del 2023 abrazando y deseando un próspero 2024 a gente cuyo nombre ni siquiera conocemos. Esa es una especie de rito que aprendimos desde niños y que repetimos como condición para ser parte de la sociedad en que vivimos. Pero—en mi caso—la despedida de año tiene cosas mucho más serias y personales como cerrar mi libro de 2023.

En mi caso personal, lo más importante es la preservación de la paz. No la paz de la ausencia de guerras que no puedo controlar sino la paz de mi alma que si puedo controlar y que le da calidad y sentido a mi vida. Una paz que mejora en gran medida mi salud mental. Que me permite relajarme, descansar y reducir el estrés, la ansiedad y el riesgo de agotamiento en un momento en que conducir un automóvil en cualquier ciudad americana se convierte casi en una invitación al suicidio.

Y hablando del alma vamos a  definirla: El alma, según el Diccionario de la  Lengua Española, es: “Substancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del hombre.” Ahora bien, la paz no viene por sí misma. Es importante trabajar para conseguirla. Es la propiedad privada que nadie me puede arrebatar. Dicho sea de paso, nadie lo dijo mejor que Max Ehrmann—un abogado convertido en poeta y autor en 1927 de la joya literaria conocida como Desiderata—quién entonces dijo: “Y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones, conserva la paz en tu alma en la bulliciosa confusión de la vida.”

Por otra parte, vivimos en  tiempos de turbulencia. Es cierto que la turbulencia tiene lugar en todos los tiempos y en todas partes. Pero cuando las cosas te tocan de cerca—y en estos tiempos de comunicaciones instantáneas los acontecimientos mundiales nos tocan a todos de cerca y casi al mismo tiempo—adquieren caracteres de realidad inescapable. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con las pandemias y los conflictos humanos de los tiempos recientes.

LAS PANDEMIAS

Veamos, una pandemia es una epidemia que se ha extendido en un área extensa de territorio, que puede abarcar varios continentes. Los casos los tenemos en las pandemias del covid chino, la gripe aviar, la enfermedad del ebola y el virus de zika. Los expertos han dicho que podrían pasar años para que se conozca el verdadero origen de estas pandemias, si es que alguna vez se llega a conocer.

LOS CONFLICTO HUMANOS

Tenemos, al mismo tiempo, los conflictos que se han producido por la avaricia y la maldad de los seres humanos. Entre los que me vienen a  la memoria, la invasión demográfica por la frontera sur de los Estados Unidos, la entrega de  6,000 millones de dólares por Biden a los clérigos iraníes—un dinero con el que los clérigos diabólicos  están financiando los ataques de Hamas contra los judíos—la resurrección del antisemitismo en el mundo—incluso en los Estados Unidos—la defensa de  Hamas por la izquierda mundial y americana, el control de las universidades americanas por la izquierda virulenta, la guerra entre Israel y Hamas y la guerra de Ucrania. Cualquiera de estas dos últimas podría desembocar en un conflicto mundial. Muchos más en un momento en que nadie respeta al presidente de unos Estados Unidos que en muchos casos han sido un poder moderador en  el mundo.

Ante esta situación de turbulencia y desorientación nos quedan solamente la fe y el amor como los ingredientes que pueden salvarnos de la catástrofe. Tenemos que refugiarnos en Santo Tomás de Kempis y decir con él: “No serás más bueno porque te alaben, ni serás más malo porque te vituperen. Lo que eres eso eres.” Al mismo tiempo, disfrutar las estrofas del poema La Uvas del Tiempo de mi admirado poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, en los versos donde nos dice: “Esta es la noche en que todos se ponen/en los ojos la venda/para olvidar que hay alguien/está cerrando un libro/para no ver la periódica liquidación de cuentas/dónde van las partidas al Haber de la Muerte”.

Finalmente, Leon Tolstoi—en su obra magistral de La Guerra y Paz—nos dijo que no importa cuán profundamente nos duela y cuán sombrío pueda parecer el futuro, siempre hay un camino de regreso a la vida a través del amor, si tan solo nos permitimos experimentarlo. Y como para que nunca se nos olvide, así lo dijo el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados: “Amaos los unos a los otros.”

12-20-23