Alfredo M. Cepero

Director de La Nueva Nacion

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Si le fallamos a Trump le fallamos a América y a nuestra descendencia.

En un cambió de opinión y cuando ya nadie lo esperaba un jurado neoyorkino  enjuició a Donald Trump por supuestos pagos a la estrella de películas pornográficas, Stormy Daniels. El supuesto objetivo de los pagos fue que la dama mantuviera silencio sobre alegados encuentros sexuales con anterioridad a las elecciones presidenciales de 2016. El fiscal del estado de Nueva York, Alvin Bragg—financiado por el demente multimillonario George Soros—hizo campaña prometiendo que, si era electo, utilizaría el poder de su cargo para enjuiciar a Donald Trump.

Y a pesar de todas las advertencias sobre los peligros a los que se arriesgaba con tal enjuiciamiento, Alvin Bragg cumplió su palabra. La única explicación que se me ocurre es que este personaje es muy estúpido o está cegado por un odio visceral como tantos otros enemigos de Trump. En una desastrosa conferencia de prensa que confirma mi opinión, Alvin Bragg dijo: “De acuerdo con las leyes del estado de Nueva York es una felonía falsificar documentos de negocios con el intento de defraudar y el intento de esconder otro crimen.” En ningún momento Bragg especificó cuál había sido el “otro crimen”.

Nos quedamos entonces con un enjuiciamiento basado en un crimen fantasma. Ahora bien, estoy convencido de que este fantasma tiene su nombre y es parte de una ofensiva mayor. La izquierda acusa constantemente a los americanos capitalistas, cristianos, nacionalistas y de raza blanca de haber montado un asalto contra la democracia. Este enjuiciamiento no es otra cosa que el inicio de la guerra entre el izquierdista Bragg al capitalista Trump. Me temo que, en esta sociedad polarizada, pronto vendrán otras guerras con otros personajes y otras motivaciones. 

Después de comparecer ante la corte de Nueva York para escuchar su pliego de cargos, el ex presidente regresó en su avión privado a su residencia oficial de Mar-a-Lago, en la Florida. En el salón de fiestas del complejo residencial en West Palm Beach, el ex presidente se dirigió a unos 500 de sus partidarios más cercanos. Fue un Donald Trump que habló por alrededor de media hora en total control de sus emociones. Fue, para mí, fue su mejor discurso. Pienso que este golpe, como todos los golpes, lo ha madurado, si es que puede ganar ecuanimidad una persona de avanzada edad y acostumbrada durante toda su vida a dar órdenes y a ser obedecida.

Cito algunos de los segmentos del discurso de Trump que considero más interesantes. “Esta es una nueva, porque ellos me están amenazando con la Ley de Espionaje de 1917. Una ley cuyo castigo incluye la pena de muerte. Y yo me digo que esta ley no tiene relación alguna con abrir cajas y documentos y, más que nada, ropas y otras cosas de mi casa. Esto es exactamente lo que hicieron Barack Obama, los Bush, Jimmy Carter y hasta Ronald Reagan. De hecho Hillary Clinton borró 33,000 correos electrónicos y nadie la ha enjuiciado. Pero ninguno ha mostrado mayor descaro que Joe Biden.”

Otra de las consecuencias de este enjuiciamiento de Donald Trump es que ha dañado el prestigio de los Estados Unidos como ejemplo de democracia en el mundo. Hasta el presidente de El Salvador—país cariñosamente calificado como “el pulgarcito de América”—ha tenido la osadía de darnos lecciones de democracia. Nayib Bukele ha dicho: “Piense usted lo que quiera sobre el ex Presidente Trump y los motivos de su enjuiciamiento. Pero imagínese si esto ocurriera en cualquier otro país donde el gobierno arresta al principal candidato de oposición. Con este enjuiciamiento, la capacidad de los Estados Unidos para utilizar la democracia como base de su política exterior ha desaparecido totalmente”.

Por otra parte, desde el punto interno, ha llegado la hora de rasgarnos las vestiduras y pasar la cuenta a quienes infringieron tamaña humillación a un verdadero patriota americano. Los militantes de MAGA tienen que darse a respetar y dejar de portarse como “niños buenos”. Con el enjuiciamiento de Trump los demócratas han establecido el precedente de que cualquier estado puede enjuiciar a un funcionario federal, incluido un ex presidente.

Los fiscales en estados controlados por republicanos deben ahora aprovechar la oportunidad para juzgar a Bill Clinton, Hillary Clinton, James “Jim” Biden”. Hunter Biden. Pueden dejar a Joe Biden para más tarde, cuando salga de la presidencia. Hay que pelear con las mismas armas de las criaturas el pantano. Y aquí hay mucha tela por donde cortar. Esta no es la hora de los paños tibios. Es la hora del hierro al rojo vivo. Es la hora de “El que a hierro mata a hierro debe morir”.*

Ustedes y yo sabemos las razones de esta persecución judicial. Ellos están conscientes de que no pueden ganarle en las urnas. Saben además que sólo pueden ganarle con el fraude. Por lo tanto, la victoria de Donald Trump tiene que ser tan abrumadora—superior a los 70 millones de votos de 2020—que no deje la menor duda sobre el resultado de las elecciones. Sus partidarios no podemos dejarnos intimidar ni tampoco sucumbir a la indiferencia. Si le fallamos a Trump le fallamos a América y a nuestra descendencia.

Los enemigos de Trump repiten hasta el cansancio que “nadie está por encima de la ley”. Pero la realidad es que, para estos miserables, Trump está por debajo de la ley. Si Donald Trump, después que le robaron la presidencia, se hubiera ido a casa con el rabo entre las patas, nadie lo habría perseguido. Tal como lo hicieron los Bush, los Clinton y los Obama. Gente que ahora comen en un mismo plato, disfrutan de las fortunas que se robaron y se reúnen para hacerle la guerra a este nuevo Juan el Bautista. Eso no puede hacerlo Donald Trump. Si lo hiciera dejaría de ser Donald Trump. El “delito” de Trump fue drenarles el pantano de Washington donde, tanto los demócratas como una buena parte de los republicanos, se revuelcan como cerdos en el fango de la mentira, del egoísmo y de la corrupción.

*Paráfrasis de: “El que a hierro mata, a hierro muere

4-12-23