Alfredo M. Cepero

Director de La Nueva Nacion

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La gente quiere respuestas y no tiene paciencia para esperarlas.

El triunfo del economista Javier Milei en las recientes primarias argentinas amenaza con frenar la marea roja izquierdista en Latinoamérica. En este contexto de hartazgo y desesperanza, Milei causa  un terremoto cuyas replicas golpean a toda la izquierda autoritaria del hemisferio. Las primarias enviaron un poderoso mensaje que no debe ser ignorado. La seguridad, bienestar y prosperidad siguen siendo una demanda y una promesa sin cumplir en todas las Américas. Milei fue el más votado como candidato y como partido, barriendo en 16 provincias, incluyendo Córdoba, Mendoza y Santa Fe. La gente quiere respuestas y no tiene paciencia para esperarlas.

Por otra parte, las dictaduras y su simulacro electoral. Las elecciones con todos los candidatos encarcelados de Daniel Ortega en Nicaragua, las inhabilitaciones de Nicolas Maduro en Venezuela y los títeres que impone Raúl Castro en Cuba, son otra muestra del paradigma marxista. El triunfo de Javier Milei dio muchas lecciones a los opositores del socialismo y los planificadores centrales. También dejó al descubierto la pauta, la manipulación de las encuestas y, por supuesto, la sabiduría del pueblo argentino, que está cansado de vivir en un país inviable, lleno de regulaciones, con constante hiperinflación y una presión fiscal de las más altas del mundo.

No tengo la menor duda de que el triunfo de Milei ha puesto fin a la pesadilla peronista, a sus improvisadas mujeres políticas—María Eva Duarte "Evita" y María Estela Martínez—y a su banda de demagogos. Desde la década de los '40, en Argentina sólo dos actores han gobernado casi continuamente: Los militares y el peronismo. Estos últimos han surgido en diversas formas y colores, siendo el kirchnerismo la última y más vulgar de sus versiones.

Esa banda de demagogos ha conservado el poder—tal como ocurre en otros países del Tercer Mundo—engañando al pueblo con una demagogia que parece no tener límites. La Real Academia Española define así a la demagogia: “Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular” Y en cuanto a la degeneración de la democracia: “Consiste en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”.

Por suerte, como siempre me decía mi padre que no era político pero si un observador profundo de la naturaleza humana: “Alfredito, todo empieza y todo acaba”. Y como pontificaba Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”. Los argentinos se han cansado de que los engañen.

Como de costumbre, haré un breve recorrido por la historiografía política argentina. Hasta los años 30 la Argentina era una potencia mundial, con un sistema educativo admirable: fue uno de los primeros países en el mundo de acabar con el analfabetismo, también era considerado el “granero del mundo” y estaba entre los 10 países más ricos, con una calidad de vida muy superior a la europea.

En este convulsionado escenario, irrumpen los militares—“milicos” para algunos argentinos—en el poder por medio de un golpe de Estado, y con ellos la figura del militar argentino Juan Domingo Perón, quien había sido destinado como agregado militar en Italia, conociendo allí el fascismo y las estrategias políticas de Mussolini, que abiertamente admiraba. Esto sería clave en el ascenso de Perón, especialmente cuando en 1945 la cúpula militar que gobernaba la Argentina le pide dejar el Gobierno, entre otros, debido al ruido que generan sus amplios lazos con los sindicatos.

Tras quitar a Perón sus cargos, él logra despedirse del pueblo en una cadena radial donde señala su duda sobre la mantención de los beneficios sociales existentes, maniobra que hasta el día de hoy da jugosos frutos al peronismo. Con esta jugada, Perón logró el apoyo de los sindicatos quienes, tras su detención, se movilizaron en gran número para pedir su libertad y su participación en las elecciones presidenciales del año siguiente. El caudillo ganó las elecciones y, una vez en el Gobierno, para cuidar el apoyo de los sindicatos, mantuvo diversos servicios bajo su costo real, además, contrató mucha gente en el Estado. Algo así como “la fiesta de los burócratas.”

El ABC de los gobiernos populistas siempre incluirá una reforma constitucional, en la de Perón destacan dos cuestiones: La posibilidad de reelegirse como presidente, y que el Estado debe ser el pilar de la sociedad, por tanto, ya no es el Estado el que está al servicio del hombre, sino que el hombre es quien está al servicio del Estado. Así, el peronismo se transformó en una pseudo religión, como un equipo de fútbol con barra brava incluida, que acepta la corrupción, la violencia y el chantaje como medios legítimos para acceder al poder, gobernar y desestabilizar gobiernos de la oposición. Este movimiento político se sustenta en dos premisas: El Estado debe ser intervencionista, y el gasto público debe ser gigante.

Regresando al principio, Javier Milei es un líder carismático, capaz de plantarse donde sea y defender sus ideas con fuerza, con un programa de gobierno innovador, donde el capital humano juega un rol clave en todas las políticas públicas. La desgracia argentina tuvo, tiene y tendrá nombre y apellido: Juan Domingo Perón. La salvación tiene otro: Javier Milei, hasta el momento, la versión argentina de Donald Trump.

8-29-23