Por Alfredo M. Cepero
Director de La Nueva Nación
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Esta iglesia ha estado conducida por santos como Juan Pablo Segundo y diablos como Alejandro Sexto.
Escribir sobre religión es como caminar por una cuerda floja. Cualquier descuido te puede lanzar al vacío. Para hacerlo hay que ser un atrevido como yo lo he sido a lo largo de mi ya larga vida. Por eso me voy a atrever a referirme a su Santidad Francisco y a sus cinco cardenales rebeldes.
Para hacerlo voy a ponerme en el contexto de la Iglesia Católica de la cual Francisco es la cabeza visible. A través de sus más de dos milenios de vida la Iglesia Católica ha adquirido fama de ser una institución muy parecida a una dictadura. Esta iglesia ha estado conducida por santos como Juan Pablo Segundo y diablos como Alejandro Sexto. Alejandro y sus hijos—integrantes de la familia Borgia—escribieron probablemente una de la historia más negras de la Iglesia Católica. Pero, a pesar de eso, la Iglesia de Cristo no sólo ha sobrevivido sino ha salido fortalecida después de cada crisis. Por lo que no tengo duda alguna de que se encuentra bajo la protección divina.
El Papa Francisco—Jorge Mario Bergoglio—es ya el papa número 266 de la Iglesia Católica. Es el primer papa latinoamericano y el primer jesuita de la historia en ocupar este cargo. A pesar de ser Jesuita, ha elegido llamarse Francisco porque su principal vocación es la defensa de los pobres. Hizo sus estudios religiosos en los tiempos de la “teología latinoamericana de la liberación” fundada por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez y todo indica que Francisco se aprendió bien la lección.
A tal punto, que Francisco se aventura por estos días a caminar por un terreno movedizo. El 20 de septiembre pasado más de 450 obispos y religiosos se reunieron a puertas cerradas para discutir el futuro de la Iglesia Católica. El Papa Francisco ha sugerido que deben de haber formas de bendecir las uniones de personas del mismo sexo. Y ahí mismo fue por donde le entró el agua al bote. Cinco cardenales se le pusieron de frente.
Los cinco cardenales fueron: el alemán Walter Brandmueller, ex-historiador de El Vaticano; Raymond Burke, de los Estados Unidos, a quién Francisco destituyó como Jefe de la Corte Suprema de El Vaticano; Juan Sandoval, de México, Obispo retirado de Guadalajara; Robert Sarah, de Guinea, ex jefe de la Oficina de Liturgia de El Vaticano y Joseph Zen, Obispo retirado de Hong Kong. Después de publicar sus objeciones, los cinco le dijeron a Francisco que se vieron obligados a dar este paso para evitar que la posición del Papa fuera mal interpretada por la feligresía. Ese cuento no me lo trago yo.
Por otra parte, éste sínodo y sus proposiciones de una mayor participación de los feligreses en los asuntos de la Iglesia ha agradado a los progresistas y mortificado a los conservadores, quienes advierten que cualquier cambio podría conducir a un cisma. Estos cinco cardenales se encuentran entre los que han formulado esas advertencias y le han pedido a Francisco que confirme la doctrina católica para evitar un cisma que atente contra la doctrina tradicional de la Iglesia.
En particular, los cinco cardenales pidieron a Francisco que confirmara que la Iglesia no puede bendecir las uniones de personas del mismo sexo y que cualquier acto sexual fuera del matrimonio es un pecado grave. Francisco no lo hizo. Por otra parte, el Vaticano nos dice que los homosexuales deben de ser tratados con dignidad y respeto pero que los “actos homosexuales” son “intrínsecamente desordenados”.
Sin embargo, la respuesta de Francisco a los cardenales denota un cambio de la hasta ahora posición oficial de El Vaticano. Por ejemplo, en una nota emitida en 2021, la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo sin más rodeos que la Iglesia no puede bendecir las uniones de personas del mismo sexo por: “Dios no puede bendecir el pecado.”
Según la Doctrina Bíblica, nos encontramos con que Dios estableció el matrimonio entre Adam y Eva, un hombre y una mujer. Que los tres objetivos principales del mismo fueron la compañía, la procreación y la redención. La evidencia indica que el primer matrimonio registrado tuvo lugar en el año 2350 A.C. Después se hizo popular entre los hebreos, los griegos y los romanos.
Andando el tiempo, el matrimonio ha caído en desuso. En nuestras sociedades—adelantadas en la tecnología y pletóricas de materialismo—las personas cohabitan sin contraer matrimonio. El peligro consiste en que sin matrimonio no hay familia y sin familia no hay cohesión entre los habitantes de una sociedad. El libertinaje y la crisis moral crearon las condiciones por las que desaparecieron los grandes imperios. Nosotros—si no andamos con cuidado—podríamos caer en el terreno movedizo de Francisco.
10-09-23