Julio M. Shiling

 

Los soldados y reclutas cubanos están oficialmente presentes en la región euroasiática. Su misión es habitual, dado el papel que ha desempeñado el comunismo cubano desde 1959. En esta ocasión, debido a la invasión ilegal e inmoral de Ucrania por parte de Rusia, están proporcionando carne de cañón al régimen de Putin. Aunque esto no debería sorprender, es importante que Occidente y, en particular, los Estados Unidos comprendan plenamente las implicaciones del mercenarismo cubano en este genocidio contra Ucrania.

Desde el primer día, Cuba comunista, como un Estado marxista-leninista comprometido, ha participado con entusiasmo en guerras mundiales y campañas terroristas. Muchos de estos conflictos armados y operaciones subversivas, que buscaban derrocar gobiernos legítimos o ayudar a regímenes marxistas a permanecer en el poder, contaron con la ayuda y el apoyo intelectual de La Habana. Hay razones que explican este patrón de comportamiento. Algunos han atribuido este aventurerismo que ha costado miles de vidas, tanto de cubanos como de latinoamericanos, africanos, asiáticos y estadounidenses (y otros), a compromisos ideológicos de principio. Bajo el disfraz de la “liberación”, los cubanos comunistas han librado indiscutiblemente una guerra brutal, por lo que etiquetaron como descolonización, antiimperialismo, antirracismo, anticapitalismo, etc.

La lógica detrás de la obsesión del comunismo cubano con la intromisión internacional ha sido estratégica, reactiva y fundamentalmente innata a sus objetivos de supervivencia. El activo más importante de Cuba, desde que cayó bajo el dominio marxista, es su voluntad de involucrarse en los asuntos de otros países. Este compromiso activo en estrategias de ruptura sociopolítica, y/o solidaridad socialista, ha establecido un lugar para Cuba comunista en la mesa de los actores globales. Esta proclividad, ejercida también en la esfera de la inteligencia, ha incrementado enormemente la influencia de los comunistas de la isla. Cuba no posee recursos naturales muy codiciados. En cuanto a la producción industrial y tecnológica, el régimen castrista ha retrocedido en algunos aspectos hasta la época colonial, si se compara históricamente. Lo que sí tiene son bienes inmuebles. Su proximidad a Estados Unidos ha convertido a la isla en una mercancía para los malhechores del mundo.

Fidel Castro era un asesino de masas, pero no era estúpido y entendía la geografía, la tendencia de las democracias a ser sensibles al desarrollo de una crisis dados los patrones electorales, y la necesidad de forjar lazos profundos con países influyentes. América Latina, África, Asia y Oriente Medio fueron testigos de la presencia de tropas y/o personal militar cubano, no solamente para extender o preservar el comunismo. Sangre, inteligencia, apoyo logístico y táctico han sido elementos prescindibles utilizados como inversiones, siempre con la vista puesta en la longevidad del régimen. El castrocomunismo ha sido como un capo de poca monta con alarde de bravura, que ha usado esta mística para amplificar la protección de mafiosos de mayor envergadura.

Con una completa red de herramientas represivas, un terror de Estado despiadado y la estructura de un régimen totalitario bien cuidado, la dictadura cubana ha sido capaz de retrasar su decadencia. Sin embargo, comprendiendo bien la importancia primordial de los factores internacionales a la hora de determinar la durabilidad de un régimen no democrático, el castrocomunismo empleó desde el principio su capacidad bélica y de generación de terror como palanca para su supervivencia. Durante un corto periodo de tiempo, Estados Unidos pareció comprender la amenaza que representaba un régimen marxista-leninista hiperactivo a 90 millas de su costa y actuó en consecuencia. Sin embargo, el traicionero revés de John F. Kennedy en Bahía de Cochinos y el infame Pacto Kennedy-Khrushchev, que aseguraba la neutralidad estadounidense y la vigilancia de los intentos de liberación armada del exilio cubano, envalentonaron las misiones internacionalistas de la dictadura comunista. Fue la luz verde que señaló el establecimiento de una fracasada política estadounidense de tolerancia de una sede para una amplia gama de actividades subversivas y desviadas, perjudiciales para Occidente y, especialmente, para Estados Unidos.

Su capacidad para rechazar el neutralismo, desarrollar una trayectoria de activismo belicoso de base ideológica y evitar las repercusiones sistémicamente desafiantes del líder del Mundo Libre ha proporcionado a la dictadura cubana muchas cosas que necesitaba para perdurar en el poder. Ha ganado favores y concesiones de países como la URSS/Rusia, China, Irán, Corea del Norte, cuasi-colonias como Venezuela, Nicaragua y Bolivia, y gobiernos y movimientos revolucionarios de izquierda en todo el mundo. Al mismo tiempo, el comunismo cubano descubrió que sus violaciones descaradas y su conducta incivilizada no eran respondidas con políticas serias y discordantes. Al contrario, el imperialismo cubano ha conseguido intimidar a los gobiernos democráticos y a sus instituciones financieras, que se han mostrado genuflexos y han aceptado aberraciones morales clave como los crímenes sistemáticos de lesa humanidad y su apoyo a actos de terror, además de su implicación en el narcotráfico. En lugar de castigar el comportamiento criminal de La Habana, Occidente la ha recompensado con créditos, inversiones, subvenciones, condonaciones de deuda y un respetado asiento en los foros internacionales.

Durante la década de 1970, cuando el régimen cubano estaba abiertamente implicado en graves conflictos bélicos en numerosos países de los continentes africano y americano, Estados Unidos aplacó a la dictadura marxista con concesiones y reconocimiento. Gerald Ford, en 1975, suavizó el embargo estadounidense contra el gobierno de Castro, permitiendo a las filiales estadounidenses comerciar con Cuba. En 1977, Jimmy Carter facilitó los viajes a la isla y abrió secciones de intereses en La Habana y Washington, preludio del restablecimiento de relaciones. La actividad beligerante del castrocomunismo se vio recompensada por sus sangrientas empresas intervencionistas.

Cuba comunista es miembro de la Unión Euroasiática. Esta alianza estructural, política y económica, creada en 2015, incluye a Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Armenia y, como miembros observadores, Moldavia y Uzbekistán. Se trata de un grupo paralelo que sigue el modelo de la Unión Europea. El régimen cubano es un aliado incondicional de la dictadura rusa. La red de espionaje cubano-rusa está bien definida. El “síndrome de La Habana” ha sido uno de sus proyectos favoritos. Los bancos de Putin han servido como uno de los mecanismos más activos de blanqueo de dinero y evasión de sanciones de la isla. Era de esperar que los militares castristas aparecieran, en algún momento, rumbo a Ucrania.

Los comunistas cubanos no susciten en las obras de caridad. Putin, sin duda, remunerará generosamente a La Habana por la sangre de sus súbditos. Además de quedarse probablemente con entre el 75 y el 92% de lo que pague Rusia, saben que esto les unirá más estrechamente a Putin y, consecuentemente, a China, un aliado clave de Rusia. Dado que Estados Unidos y la Unión Europea han adoptado disposiciones moralmente impotentes respecto a los vínculos no tan secretos de Cuba con el putinismo, la dictadura cubana confirmará la esterilidad de las políticas de búsqueda de la libertad apoyadas por Washington. Dondequiera que la democracia se vea amenazada, pueden apostar a que el castrocomunismo estará presente de alguna manera. Si Estados Unidos cree de verdad que lidera el Mundo Libre y quiere librarse de un grave problema para su seguridad nacional, debe ayudar a derrocar la atroz dictadura de seis décadas al sur del Estrecho de Florida.