Por Dr. Rolando Ochoa
Hoy—10 de marzo de 2024—hace setenta y dos años, Fulgencio Batista tomó el control de Cuba a través de un rápido y decisivo golpe de Estado, derrocando por la fuerza al presidente legítimamente electo, Carlos Prío.
Con el apoyo del ejército cubano, Batista interrumpió abruptamente la tradición de elecciones libres y la democracia de la nación, marcando el comienzo de una era de dictadura marcada por la ausencia de libertades políticas.
Historiadores y analistas políticos señalan el 10 de marzo de 1952 como un momento crucial en la historia de Cuba, que marcó el comienzo de la erosión de los valores democráticos y allanó el camino para el eventual ascenso de la revolución castrista. Este evento es ampliamente considerado como el catalizador del dominio de décadas del régimen comunista, que ha sometido al pueblo cubano a sesenta y cinco años de opresión.
Sin embargo, el marcado contraste entre los regímenes opresivos de Batista y Castro es inconfundible. Si bien el gobierno de Batista vio una represión generalizada de la disidencia violenta, permitió una apariencia de normalidad en la vida de muchos cubanos y permitió que persistiera cierto grado de libertad económica. Aquellos que se atrevieron a oponerse violentamente a Batista enfrentaron duras repercusiones, que a menudo resultaron en muerte.
En contraste, el régimen de Castro desmanteló toda apariencia de oposición política, tomó el control de los recursos económicos de la nación y empleó tácticas despiadadas para reprimir la disidencia, independientemente de si se expresaba pacíficamente o no.
La escala de las atrocidades cometidas bajo el gobierno de Castro supera a la del régimen de Batista en órdenes de magnitud, dejando una marca indeleble en el pueblo cubano y su psique colectiva.
Atribuir únicamente el trágico destino de Cuba a Batista sería una excesiva simplificación. La culpabilidad se extiende a los arquitectos de la Revolución Cubana, el principal de ellos Fidel Castro y a sus devotos seguidores, tanto dentro como fuera de las fronteras de Cuba.
Sus acciones, tanto pasadas como presentes, siguen reverberando, eternizando el legado perdurable de sufrimiento soportado por el pueblo cubano.