Por Pedro V. Roig
Historiador y Abogado
CAPÍTULO XII
Para entender el Año del Desastre, debemos reconocer que la vida política de España está marcada por una tendencia al delirio y un incontrolable impulso a la violencia. Herencia cultural que en gran medida se injerta en el cubano.
El primero de enero de 1898, Cuba, aún colonia de España, recibió el nuevo año, con dos gobiernos presididos por cubanos: el autonomista de José María Gálvez, instalado en La Habana y el independentista de Bartolomé Masó, radicado en los campamentos del Ejército Libertador.
Desde los primeros días el gobierno autonomista enfrentó el repudio de los mambises y el radical rechazo de los sectores pro-españoles, para quienes cualquier tipo de reforma política era tan despreciable como la independencia misma.
La milicia de voluntarios y numerosos oficiales del ejército formaban el grupo más duro en defensa del control de España en Cuba. De hecho las nuevas leyes autonomistas concedían una amplia libertad de prensa y algunos periódicos expresaron apoyo a la Autonomía y severas críticas contra el general Weyler, retirado de su mando en Cuba.
COMIENZA LA MARCHA HACIA EL CAOS
La crisis surgió de forma inesperada cuando el 12 de enero 1898, “El Reconcentrado”, periodico que favorecía la autonomía, publicó “Fuga de Granujas”en la que censuraba la actuación de un oficial del ejército que regresaba a España y que había sido ayudante de Weyler. En respuesta a estas críticas, docenas de militares acompañados por una turba de fanáticos, asaltaron el periodico y destruyeron las oficinas y talleres de dicha publicación.
Las violentas protestas continuaron, con militares que desafiaban la autoridad del nuevo Capitán General Ramón Blanco, sustituto de Weyler. Las marchas se hacían más violentas por día, resultando en decenas de transeúntes golpeados y heridos. Las oficinas de los periódicos, “La Discusión” y “El Diario de La Marina” fueron destruidas.
Félix Aucaique, corresponsal del “Harper’s Weekly” escribe: “España está haciendo un esfuerzo supremo para reprimir la insurrección en Cuba… en tres meses termina la temporada de seca; si para finales de abril España no puede dar un golpe decisivo a la insurrección, todo heroico esfuerzo se habrá perdido” (5).Obviamente el periodista se refería a los torrenciales aguaceros de los meses que Gómez llamaba: “mis mejores generales” junio, julio y agosto”.
El Cónsul General de Estados Unidos en Cuba, Fitzhugh Lee, fue testigo de los violentos disturbios y consideró necesaria la presencia de un buque de guerra de Estados Unidos en La Habana, con el propósito específico de proteger la vida de civiles norteamericanos. Para restablecer el orden fue necesario traer tropas al mando del General Juan Arolas, jefe de las fuerzas desplegadas en la Trocha de Mariel.
La respuesta fue el crucero Maine que las 11 de la mañana del 24 de enero de 1898 (1), hizo su entrada por el estrecho canal del puerto de La Habana, anclando junto a la boya # 5 cerca del viejo crucero Alfonso XII y el buque mercante “ City of Washington”.
El primer día después de su llegada, el Capitán del Maine, Charles Sigsbee y un grupo de oficiales, fueron invitados por el cónsul Lee a la plaza de toros de La Habana, donde se presentaba el famoso torero Mazzantini. La reacción del público fue de evidente y controlada antipatía. Sigsbee, de 52 años, era graduado de la Academia Naval de Annapolis, veterano de la Guerra Civil y experto en oceanografía.
El crucero Maine, era un moderno buque de guerra, que había entrado en servicio el 5 de noviembre de 1895, en los años en que se amplió la Armada de los Estados Unidos, incluyendo cuatro poderosos acorazados, que resultaron ser factores decisivos en la batalla naval de Santiago de Cuba. (3 de julio de 1898).
La presencia del crucero Maine en Cuba, ha sido motivo de confusión aduciendo que significaba: “La entrada de Estados Unidos en la guerra”. (2) Señalamiento que no responde a los datos históricos. La misión del Maine respondió a los violentos disturbios en La Habana.
El cónsul de Estados Unidos Fitzhugh Lee, graduado de la Academia Militar de West Point, era sobrino del legendario general Robert E. Lee, y había alcanzado el rango de general de caballería de los estados secesionistas del sur, durante la Guerra Civil (1861-1865). Era evidente que muchos líderes de la unión federal, vencedores de aquel terrible y sangriento conflicto, se empeñaron, con cuidadosa eficiencia, en sanar las profundas heridas sufridas en el seno de la nación, asimilando en las estructuras del gobierno y las Fuerzas Armadas, a oficiales sureños.
CARTA CRÍTICA DEL EMBAJADOR DE ESPAÑA CONTRA EL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS
El 9 de febrero 1897, el Cuerpo Diplomático en Washington fue sacudido con la noticia publicada por el Journal de Nueva York que desplegaba en primera plana el facsímil de una carta del embajador español en Washington, Dupuy de Lome, a su amigo, el editor del “Heraldo de Madrid” José Canalejas en la que criticaba al recién electo presidente William McKinley como “un hombre débil…. un politicastro que siempre trata de dejar una puerta abierta a sus espaldas…” Esta carta había sido sustraída del despacho de Canalejas en La Habana por Gustavo Escoto, amigo del secretario de Canalejas y simpatizante de la causa independentista.
Consciente de la importancia política de la carta, Escoto embarcó para Nueva York, donde se la dio a Tomás Estrada Palma, que de inmediato se la entregó a Horatio Rubens, abogado de la Junta Revolucionaria, con el encargo de hacerla llegar a manos de la prensa norteamericana y al gobierno de McKinley.(3)
La publicación de esta carta restó credibilidad en La Casa Blanca a la gestión diplomática de Dupuy de Lome, quien se vio obligado a renunciar como embajador en Washington. Repentinamente España perdía a su mejor negociador, que en opinión del Secretario de Marina, John D. Long,” era un hombre hábil que daba la impresión de haberse conducido notablemente bien.” (4)
La publicación de esta carta produjo un gran clamor de protesta en la “prensa amarilla”. Periodistas que insultaban todos los días a McKinley con epítetos peores, decidieron súbitamente que estas críticas contra el Presidente eran inadmisibles ya que la nación entera había sido ofendida.
LA TRÁGICA DESTRUCCIÓN DEL CRUCERO “MAINE”
Seis días después de la publicación de la mencionada carta, el Puerto de La Habana fue sacudido por una violenta explosión. La mayoría de la tripulación dormía. En cubierta se encontraban algunos oficiales que conversaban y los miembros de la guardia nocturna. A las 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898, el crucero “Maine” volaba hecho pedazos.
El capitán Charles Sigsbee, estaba en su cabina escribiendo una carta a su mujer. Había hecho una pausa, un poco antes, para escuchar ciertos ruidos procedentes de la quilla. Luego terminó la carta, la dobló y la puso en un sobre lacrado. Había comenzado a escribir la dirección cuando sonó la explosión. El “Maine” se partió en dos. La proa se hundió rápidamente, en 12 metros de agua. En el desastre perecieron 260 tripulantes de la nave. Los restos del Maine ardieron fuera de control durante toda la noche.
LAS CAUSAS DE LA EXPLOSIÓN
La explosión del Maine sigue siendo tema de debates. Las investigaciones practicadas por peritos navales de España y Estados Unidos arrojaron resultados diferentes. Los españoles aseguran que la explosión tenía origen interno, mientras que los norteamericanos indicaron causas externas.
En 1911, el Maine fue alzado del fondo de la bahía y hundido en mar abierto, con honores militares.(5) En 1976 el almirante Hayman Rickover encabezó una investigación sobre el desastre del Maine. Los resultados señalan un accidente ocasionado por el carbón bituminoso que se incendió en el búnker A-16 y se propagó a los depósitos adyacentes de municiones, destruyendo la nave. Accidente frecuente, en esta época, en las naves de guerra de EE.UU. Este es el escenario más probable. Pero la evidencia de que parte del casco dañado, se proyectaba hacia adentro, indica la posibilidad de una explosión externa, que hizo detonar el búnker 18. De cualquier forma, un margen de duda queda vigente en la causa del desastre del Maine.
ESPAÑA ES CULPABLE
Pero para la “prensa amarilla”de EE.UU, no había la menor duda. España era culpable. A las 72 horas del desastre, el “Journal” acusaba a las autoridades españolas con un titular que decía:”El Maine fue partido en dos, por una máquina infernal secreta del enemigo”(6). El aumento de la circulación del periódico fue extraordinario. El día anterior, la tirada fue de 416 mil ejemplares, tres días después sobrepasó un millón de periódicos.
El crecimiento de ventas de la “prensa amarilla” fue similar, a lo largo y ancho del país, cargados de falsas ilustraciones, que explican en varias versiones, cómo los españoles habían colocado la mina submarina en la proa de la nave. En todas partes se celebraron reuniones multitudinarias que pedían a gritos la guerra.. Así fue cobrando cuerpo el impulso bélico que se concentró en el lema nacional: “Recordar el Maine”.
NOTA: El concepto de “prensa amarilla” (7) tiene su origen en este período de furiosa competencia por el favor del público, entre el World de Joseph Pulitzer y el Journal de Randolph Hearst. Ninguno de los dos mostraba el más mínimo respeto por la verdad.
Las imprentas de colores eran nuevas y poco seguras y los colores de las historietas muchas veces se corrían, en especial el amarillo, que manchaba páginas del periódico. Por esa razón fueron conocidos como “la prensa amarilla”, que refleja una cultura periodística carente de objetividad y ética profesional, que continúa vigente.
OPOSICIÓN EN ESTADOS UNIDOS A LA GUERRA
Desde los inicios de la República un fuerte sentimiento aislacionista ha tenido profundas raíces en la sociedad norteamericana. En el caso de un conflicto bélico con España, había influyentes líderes nacionales que eran opuestos a la guerra. En ese círculo estaba Thomas B. Reed, Presidente de la Cámara de Representantes, considerado el mejor parlamentario de su época y uno de los políticos más poderosos de América.(8)
Este corpulento y genial congresista, creía innecesaria la guerra con España, despreciaba la furia bélica fabricada por Hearst y no vaciló en suprimir la resolución que reconocía la beligerancia de la República de Cuba. Otro defensor de una solución negociada fue John D. Long, Secretario de la Marina y exgobernador de Massachusetts. En una carta a su amigo, el editor del Boston Journal, Long escribió que los objetivos políticos de América para Cuba podrían lograrse sin guerra.
La mayoría del gabinete de McKinley compartía las opiniones del Secretario Long sobre una solución negociada de la crisis cubana. El ex presidente Grover Cleveland seguía siendo firme contra la guerra con España. En una carta a Richard Olney escribió, “No puedo evitar un sentimiento de vergüenza y humillación”.(9)
Incluso el presidente McKinley se sintió obligado a encontrar una salida pacífica, pero, para ese momento, había perdido el control de la agenda nacional. El amable y gentil McKinley estaba dedicado a su enferma y epiléptica esposa Ida. “No hay pareja más patética que los McKinley que haya habitado en la Casa Blanca… cuando no estaba trabajando, no tomaba recreación alguna sino que permanecía a su lado “.(10)
Pero McKinley fue lo suficientemente cauteloso para ver la necesidad de preparar a la nación para la guerra. El 6 de marzo, se reunió con Joseph Cannon, presidente del Comité de Apropiaciones de la Cámara, y solicitó 50 millones de dólares. Le dijo al congresista, “Necesito dinero para prepararnos para la guerra”. El Congreso lo aprobó unánimemente tres días después. (11)
McKINLEY OFRECE COMPRAR LA ISLA DE CUBA PARA EVITAR LA GUERRA
A raíz del desastre del Maine, el presidente McKinley, que rechazaba de plano reconocer la independencia de Cuba, sugirió la idea de comprarle la isla a España por 300 millones (12). El embajador de EE.UU. Steward Woodford inició la gestión con Ramón García, prominente comerciante de tabaco y amigo de Sagasta. García elevó la propuesta norteamericana a la Reina Regente María Cristina de Habsburgo y al Primer Ministro Sagasta.
Woodford, que confiaba en una respuesta favorable, señaló el hecho de que si la guerra continuaba, España perdería Cuba en cualquier caso, siendo preferible “una transferencia pacífica de la isla a los Estados Unidos con la resultante del fin de la deuda y el alivio de las finanzas españolas”(13).
Por su parte, el gobierno español, se debatía entre dos males: vender la isla o enfrentar la guerra con Norteamérica. La oferta de McKinley de comprar a Cuba se mantenía en pie. Finalmente, la Reina Regente rechazó la oferta informando a Woodford que “quería transmitir a su hijo el patrimonio intacto, cuando tuviera la edad y que prefería abdicar y regresar al lugar de sus antepasados en Austria, antes que ser el instrumento de la renuncia a cualquier parte de las colonias que pertenecen a España”(14). Esta negativa hacía inevitable la guerra y el desastre, incluyendo la pérdida de sus últimas colonias.
En 1898 las principales publicaciones españolas, en casi su totalidad, desde “El Correo Español” (Carlista) hasta el liberal Heraldo de Madrid, se manifestaban contrarios a hacer concesiones políticas de importancia al gobierno de EE.UU. La opinión que de Estados Unidos tenían los periodistas hispanos, según reflejan en sus publicaciones, era la de “un pueblo de tocineros”.
“El Heraldo”, que anteriormente se caracterizaba por sus críticas a Wayler, afirmaba el 6 de abril, en vísperas de la guerra, que tan pronto como se abriera el fuego: “desertarian las tripulaciones de los buques norteamericanos, formadas como es sabido, por gente de todas las nacionalidades”.
Ésta alucinante visión del conflicto, la vemos en los pronunciamientos del almirante Berenguer, que en declaraciones hechas al “Heraldo de Madrid”, el 8 de abril, estimaba que la escuadra Española tenía medios y elementos suficientes para destruir a la armada de guerra de Estados Unidos.
Por su parte, el Ministro de la Guerra, general Correa, declaraba a los periodistas: “No soy de los que alardean de seguridades en el éxito, en el caso de romperse las hostilidades; pero soy de los que creen que, de dos males, este es el menor. El peor sería el conflicto que surgiría en España si nuestro honor y nuestros derechos fuesen atropellados.
Según “El Imparcial”, ese “lenguaje robusto, varonil y digno, produjo en todas partes saludable impresión…Así hemos sentido y hablado siempre. Así es la Patria”.
Para los españoles del 98 el honor fue conceptualizado como principio y fin de su existencia colectiva e institucional. Toda otra consideración objetiva fue desplazada. El pueblo no aceptaría una negociación que pudiera de alguna forma manchar el honor nacional. Así vendría la guerra, abrazada al delirio que viene dado por la historia y a la humillante derrota.
https://cubastrategicstudies.com/capitulo-12-los-motines-en-cuba-y-la-destruccion-del-maine/