CHAU VIEJO

Por Armando Ribas, hijo

 

Hoy se fue mi viejo, un hombre singular, polifacético, extraordinario, difícil también. Agradezco a la vida haber tenido el privilegio de haber tenido el padre que tuve. Me abrió la cabeza, literal. También me la rompió, tengo que reconocer. Me quedo con lo primero.

Agradezco a Dios que le haya dado larga vida. Agradezco profundamente haber tenido el privilegio de acompañarlo en su última etapa. Te agradezco a vos viejo, profundamente, la pasión que le pusiste a la vida. Chapó! Una y mil veces. Doy gracias a Dios por los hermanos amorosos que la vida me dio.
Hoy a las 13 hs. lo enterramos en el cementerio Parque Memorial de Pilar. Por las circunstancias conocidas solo pudimos estar presentes muy poquitos. Sé que muchos amigos hubieran querido acompañar.

Me alegra saber todo lo que disfrutó de la vida. Aprendí muchas más cosas de él, muchas más de las que en algún momento me reconocí a mí mismo.
Descansá en paz viejo, siento que no hayamos llegado a casa el viernes. Sos un titán, gracias por todos los esfuerzos que hiciste. Te quiero mucho. Armando (h)

A SU MANERA:

A Armando no le gustaba hablar de su niñez. Siendo muy chico, lo mandaron a estudiar a La Habana,´pupilo, lejos de Ciego de Avila, donde vivía con su madre y su padre. Allí lo crió la tía Taya, por quién siempre demostró un especial cariño. Más de una vez, siendo todavía muy pequeño, se escapó del colegio, mostrando desde entonces un espíritu rebelde, que anunciaba que él haría las cosas a su manera. No era un buen estudiante en aquél entonces. Hace apenas unos meses, a sus ya 87 años, me confesó un secreto que tenía guardado bajo 7 llaves. En el colegio le decían Fetoche, por lo feo me aclaró, en voz baja.

Pero Fetoche, Armando, nuestro padre, no se amilanó frente a tantas dificultades y carencias.

Ya en la secundaria empezó a estudiar y destacar. En pocos años aprendió a cantar, bailar, recitar poesía y ser un excelente jugador de tenis, en un país donde casi nadie jugaba al tenis. De repente, en pocos años, aquél pequeño en dificultades se había convertido en un destacadísimo estudiante de derecho y en un gran cantante, bailarín y seductor. Le gustaba decir: “Yo las cosas las hago bien, o no las hago”.

A los 20 años recibió el golpe más duro de su vida. Su padre, por quién tenía una gran admiración y respeto, falleció fatalmente en accidente de auto. Siempre lo escuché decir que le gustaría que su padre hubiera conocido sus logros. “Daría cualquier cosa Armando por tener una última conversación más con mi padre”, me repetía una y otra vez.

Luego se graduaría con honores de abogado en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, y sería becado para estudiar derecho comparado en Southern Methodist University, en Dallas, Texas. Terminada su maestría, volvió a La Habana, y anticipándose a muchos se fue de Cuba dejando atrás su vida, sus amores, su familia y sus amigos.

A pesar de tantas dificultades, nunca lo escuché quejarse de ellas, ni hacerle reproches a su padre ni a su madre. Aceptó las cartas que la vida le había dado y jugó con ellas.

Tenía importantes limitaciones, las ejercía sin dudarlo e incluso, a veces, las manifestaba crudamente, sin que le importara lo que los demás pensaran ni cómo lo juzgaran. Supo, sin embargo, pedir perdón.

Fue un hombre brutalmente auténtico y, como le decía Neliné, y a él le gustaba repetir, un poco en broma un poco en serio, no dejaba pasar oportunidad para ser desagradable. Por encima de todo estaba su apego a sus verdades, a sus ideas.
Fue coherente. Así como ejercía sus limitaciones, respetaba las de los demás. No pedía más de lo que los demás le ofrecían. Aceptaba lo que le era dado y nada más.

Tenía la virtud de no juzgar. Nunca lo escuché cuestionar a sus mujeres, ex mujeres, familiares o amigos. No hablaba mal de nadie.

Fue un hombre que se enamoró de las ideas de la libertad. Estudió con pasión a los filósofos griegos y anglosajones como así también a quienes consideraba los enemigos de la libertad. Combatió con pasión la estupidez y la idiotez humana, estudiando profundamente las ideas que a su juicio llevan a las dictaduras, los totalitarismos, la destrucción, la guerra, la miseria y la muerte.
Nos enseñó a muchísimos que una veta filosófico política que tuvo sus orígenes en la Escocia del siglo XVII, y su apogeo e implementación en las costas del norte de América a finales del siglo XVIII, es el camino a recorrer para que las mujeres y hombres podamos vivir en libertad buscando nuestra propia felicidad.

No se cansó de repetirnos a los argentinos y latinoamericanos que el proyecto político iniciado con la Constitución Argentina de 1853 era la prueba más cabal de que no se necesita ser anglosajón para alcanzar la civilización y el progreso.
Fue un auténtico humanista, en el más puro sentido de la palabra. Como Protágoras, consideraba que el hombre es la medida de todas las cosas. Repitió una y mil veces que los gobiernos tienen que estar al servicio del individuo, para garantizarle su vida, su libertad, propiedad y el derecho a la búsqueda de su realización y felicidad en esta tierra.

Fue intelectualmente honesto como pocos. Nunca midió el costo beneficio al expresar sus ideas. Las desarrollaba y punto, para el que quisiera escucharlas. No le importaban los títulos y honores. No le gustaba que lo llamaran doctor ni alardeaba de haber sido diputado nacional, esto o aquello. Bastaba Armando Ribas.
La humildad para él nunca fue una virtud. Le gustaba repetir: “yo entre la humildad y la verdad, me quedo con la verdad”. Un día estando en los pasillos del Palacio de Tribunales, de repente aparece el Presidente de la Corte Suprema, Carlos Fayt, y al pasar por al lado del viejo se para y le pregunta: “Perdón, el Señor es de la Casa”?. “No”, le contestó el viejo. “Pero yo a usted lo he escuchado”, le dijo Fayt. El viejo, que no tenía idea con quién estaba hablando le dice: “Claro, como no me va a escuchar. Yo hablo de historia, de economía, de filosofía, hasta de derecho hablo yo”. “Ahí me parece que patina un poquito” le respondió Fayt. Ambos rieron.

Como escribió María Zaldivar ayer en Infobae, las mezquindades de la política nunca lo rozaron. Un día estando con él en Washington hace muchísimos años, en una reunión con un ex asesor cubano de Jeane Kirkpatrick, quién fuera Secretaria de Estado del Gobierno de Ronald Reagan, este asesor le hablaba de unos negocios que pensaba se podían hacer en Argentina. Y el viejo una y otra vez lo interrumpía y trataba de convencerlo de la importancia de que Krikpatrick viniera a Buenos Aires a disertar en el CADI. A la tercera o cuarta interrupción el asesor, cansado y enojado, le recrimina: “Oye Armando!, yo te estoy hablando de un negocio de 6 millones de dólares y tú no paras de hablarme de la Kirpatrick!”.

Armando fue un trabajador y luchador incansable, todo lo que hizo y logró en la vida, fue en base a su propio esfuerzo, y todo, absolutamente todo, lo hizo a su manera.

Había sólo una cosa que le gustaba más que enseñar y difundir las ideas de la libertad y el progreso humano. Cantar. Amaba que lo escucharan. Y por eso los invito a que lo escuchemos una vez más.