Por Antonio Robles

Libertad Digital

 

Todo lo que hace Pedro Sánchez está guiado por su enfermiza pulsión de poder, aunque lo venda por la necesidad histórica de pacificar Cataluña.

Hubo un tiempo en que advertíamos desde Cataluña contra los fines supremacistas del nacionalismo. Considerábamos que el resto de españoles no se enteraban.

Ya no nos podemos engañar más, el resto de España está advertida. Incluso ha votado estándolo. Sabía quién era Sánchez, y a pesar de saberlo, más de siete millones de españoles le votaron (7.760.970, exactamente)

Las consecuencias están a la vista: eliminación del delito de sedición, reducción de los de malversación, indultos, amnistía en ciernes y, para evidenciar que no hay ciudadanía política compartida, la conversión del Congreso y el Senado en una Torre de Babel. Y cuando la maceración populista alcance la ceguera colectiva, referéndum a la carta para trocear la soberanía nacional. Pero ahora no impulsada sólo por los caciques territoriales, sino por el propio Gobierno español. La legitimación del supremacismo nacionalista se habrá consumado, y tras él, la destrucción de una nación de iguales. Por el camino habrán quedado prostituidas las instituciones democráticas. Por si alguien sigue creyendo que sólo es un nubarrón pasajero, que atienda al putiferio mafioso que se traen entre manos el Gobierno de la nación y el golpista Puigdemont a costa de la Separación de Poderes.

Los destrozos inmediatos serán la derogación de la Transición del 78, y una España plurinacional convertida en Estados asociados para gozo de nacionalistas convertidos en los nuevos caciques del S.XXI. Y todo esto, ¿en nombre de qué urgencia política inaplazable? ¿En nombre de qué fuerza electoral? ¿en nombre de qué poder democrático? Exactamente del 6,5% del electorado nacional. ¿Esa es la urgencia? Bien está el respeto a las minorías, fatal que nos chuleen a las mayorías.

No hay ninguna razón democrática para temer al supremacismo independentista. Al fin y al cabo, sólo representa el 6,59 % (ERC:1,89%, Junts:1,60%, EH Bildu:1,36%, EAJ.PNV:1,12% y BNG:0,62%)

¿Y si esa fuerza electoral es nimia frente al 64,74% de las dos fuerzas mayoritarias españolas, PP y PSOE (Vox, 12,38% y Sumar, 12,33% se neutralizan), qué razón hay para entregarles España y sacrificar la igualdad de todos los españoles a una fuerza tan nimia como reaccionaria? Lo más paradójico de este desvarío, es que España respeta sus diferencias, sus lenguas, sus desplantes, incluso les otorga privilegios, retrayéndolos de las necesidad del resto, mientras ella los niega, dentro de sus tribus, a sus iguales.

¿Qué fuerza democrática, repito, justifica este despropósito? Mañana mismo se podrían poner de acuerdo PP y PSOE y acabar de cuajo con esta pesadilla. ¿Por qué no es posible…? ¿Cuál es la lámpara mágica del chamán de la Moncloa? Veamos.

Parece ser que Pedro Sánchez y su corte de los milagros, dice actuar así para desinflamar, para pacificar Cataluña, y atender así a la España real, que según él, es plurinacional. Al menos sabemos cuál es el motivo por el cual está dispuesto a sacrificar el edificio constitucional de España tal como lo conocemos hoy. Simulemos que esa es su apuesta sincera. ¿Los intentos históricos anteriores han desinflamado el problema, o lo han alimentado aún más? Echemos un ojo.

La primera apuesta nacionalista por parte del catalanismo político-cultural nacido a finales del siglo XIX fue el partido de derechas, La LLiga, de Prat de la Riba, que logró sacarle en 1914 al presidente del Consejo de Ministros del partido conservador, Eduardo Dato, la creación de la Mancomunidad, antecedente inmediato de la Generalidad de Cataluña en la IIª República. Con la concesión, Eduardo Dato fue el primer dirigente español en creer que darle tales concesiones al catalanismo desinflamaría sus reivindicaciones nacionalistas. Se equivocó. Al concederle la Mancomunidad, le otorgó también el poder de crear una red clientelar de instituciones, funcionarios, presupuestos y favores, que inflamaron aún más sus reivindicaciones de autogobierno. Ni siquiera reparó en los escritos y soflamas de Prat de la Riba donde exponía un racismo grosero. Consideraba que el odio a los españoles y no el amor era lo que ayudaría a unir a los catalanes contra España. En 1917, sólo tres años después, ya exigía un Estado Federal y la anexión de Valencia y Baleares con el fin de crear "els països catalans" separados de España. No fue extraño que en 1920 Estat Català ya reivindicara la Independencia. En 1925, la Dictadura de Primo de Rivera eliminó la casita blanca. La conllevancia de Ortega se estaba fraguando como fatalidad.

A partir de la proclamación de IIª República, se restaura con el nombre histórico de "Generalidad de Cataluña". En el contexto de la Revolución de 1934, su presidente, Lluis Companys, de ERC, proclamó un "estado catalán independiente dentro del Estado federal español". El golpe contra la República Española fue sofocado por el General Batet en 10 horas. Se suspendió la autonomía por el Parlamento español y a Companys y sus colaboradores le cayeron 30 años de cárcel. Como en el caso de los condenados por el golpe institucional de 2017, fueron liberados en cuanto llegó al poder la izquierda. ¿Por desinflamar, o porque a los suyos no los encarcela ni la democracia?

 

Con el Triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, el recién nombrado presidente del consejo de ministro, Manuel Azaña, presionado por las fuerzas del Frente Popular, sacaría a la calle a docenas de condenados por la revolución de Octubre del 34, incluidos los golpistas Companys y su gobierno. Un antecedente similar a la generosidad interesada de Pedro Sánchez. El PSOE de entonces presionó lo suyo, a decir de la sueca Inger Enkvist, que en su libro sobre la IIª República de inminente publicación en España Democracia sin demócratas, asegura: "el PSOE pidió al Gobierno que dejara de ser tan pedante con ‘lo legal’". Se aplicaría la "justicia revolucionaria", bajo el nombre de "amnistía expres" para la ocasión. El término se puso de moda, y permitió que los delitos cometidos se soslayaran. Da vértigo la similitud con el presente. Con una diferencia, entonces tomaron la decisión en nombre de la República de izquierdas, ahora, en nombre del interés personal de un caudillo y sus cuarenta ladrones.

La estrategia de desinflamación de Azaña con los máximos responsables del golpe catalanista contra la IIª República Española no haría cambiar ni un ápice a Lluis Companys ni al nacionalismo catalán. Muy al contrario, intensificarían su traición a España en los años venideros. A Companys se le atribuyen más de 8.000 sentencias de muerte durante la Guerra Civil. Manuel Azaña, que tantos esfuerzos vertió para reconocer las reivindicaciones catalanistas en un principio, acabaría denunciando sus raíces tóxicas en 1937 en el libro La Velada en Benicarló, donde refleja su aversión contra el nacionalismo catalán.

La experiencia trágica de la Guerra Civil y los excesos cometidos, hicieron de Josep Tarradellas, presidente de la Generalidad en el exilio, un presidente sensato cuando se restauró en 1977. Vio venir la "dictadura blanca" de Pujol, y la denunció. Pero el victimismo nacionalista de éste, y la bisoñez de los políticos de la transición llevaron a Otero Novas, ministro de Educación de Suárez, a traspasar la Educación inmediatamente. Inútil insistir en la ingeniería social que desplegó Pujol con la política lingüística para borrar España de Cataluña. Hoy todas las instituciones, los presupuestos, centros educativos y medios de comunicación públicos y buena parte de los privados, están al servicio de esa construcción nacional. Y viven de ella. En cuerpo y alma. Cada cesión ha ido en contra de la pacificación. El 6 y 7 de Septiembre de 2017 el Parlamento catalán nacionalista aprobó la ley de transitoriedad a la independencia, y el 27 de Octubre la declaró formalmente. Durante unos segundos. La pacificación siempre ha sido un camelo.

Felipe González alertaba el pasado martes en Onda Cero de la erosión de los cimientos democráticos. La mayor de todas es creer en esa superstición de la desinflamación. Lo más trágico es que Pedro Sánchez tampoco cree en ella. Sólo en él, todo lo que hace está guiado por su enfermiza pulsión de poder, aunque lo venda por la necesidad histórica de pacificar Cataluña.

PD-1 Pase lo que pase, la Banca [Catalana] siempre gana. Como en el chiste ¿"sucto o muete"?, al final de esta omertá negociadora sacarán nuevos privilegios. Como alivio por no haber elegido la muerte. Y la clase política de rositas.

PD-2 Y en estas llegó el galleguista. Sr. Feijóo, ¿creará también "un encaje" a los ciudadanos catalanes no nacionalistas excluidos de sus derechos lingüísticos, o solo será para los broncas que nos han convertido en extranjeros? Sr. Feijóo, cuando se acepta su lenguaje, se asume su opresión. ¿O es también su lenguaje sin advertirlo?

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