El impacto de la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II                                                                                                                                                                                                                                   

Por Néstor Carbonell Cortina

 

Nota del autor: El próximo  21 de enero se cumplen 25 años de la llegada a Cuba, en histórico peregrinaje, del Papa Juan Pablo II. Aunque debilitado por sus dolencias, recorrió la Isla avivando gran parte de la población con su prédica de amor, justicia y libertad. Como hizo en su Polonia natal para alentar a los que se oponían al yugo comunista, el Papa evocó en la Cuba cautiva pero insumisa las palabras de Cristo a sus apóstoles en la tormenta del Mar de Galilea: “¡No temaís!”

Esa prédica papal--palpitante, valiente, inspiradora y solidaria con los que luchan por la libertad—cesó en el Vaticano con el fallecimento de Juan Pablo II. El Mundo Libre y los cubanos perdimos tras su partida a un adalid insigne e indoblegable de la democracia y los derechos humanos, pero ganamos a un Santo venerable que desde el Cielo aboga por nuestra causa.

A continuación va el artículo que escribí poco después de su involvidable visita a Cuba.

Al parafrasear a Enrique IV, para quien Paris bien valió una misa, no quiero trazar ningún paralelo histórico con el reciente viaje del Papa a Cuba. Sólo invoco la frase célebre para preguntarme si el peregrinaje del Santo Padre, emotivo y memorable, logró frustrar la trama de Castro, sinuosa y execrable.

No es ningún secreto lo que Castro persiguió con la visita del Papa: remozar su imagen ajada y sombría; legitimar su régimen con simulaciones impías; culpar a los Yankees de su fracaso amargo, y romper, apoyado, el cerco del embargo. ¿Se saldrá Castro con la suya?

Previendo que Castro trataría de explotar supuestas afinidades o convergencias, Su Santidad, en su vuelo a Cuba, deslinda los campos ante los periodistas que lo acompañaban. Se declara revolucionario, pera hace esta distinción: “A diferencia de la revolución preconizada por Castro o Lenin, la revolución de Cristo es de amor. La otra es de odio, venganza y víctimas”. Después define su misión en Cuba en estos términos: “Está claro que los derechos humanos son el fundamento de toda civilización….Eso lo dije en la confrontación de Polonia con la Unión Soviética, con el sistema totalitario comunista…y no se puede esperar que diga otra cosa [en Cuba]”.

El Santo Padre se apresta a cumplir su cometido, pero antes tiene que soportar el “show” de Castro en el aeropuerto de La Habana. Allí, vestido de civil y con gestos estudiados, el Máximo Líder se inclina ante el Vicario de Cristo y proyecta en las pantallas una imagen compungida de monaguillo alelado.

Castro interrumpe su trance para acusar a España y a la Iglesia de haber exterminado en América a 70 millones de indígenas y a 12 millones de africanos. A pesar de esta insólita bienvenida, calificada por la prensa eufemísticamente de no protocolar, algunos cubanólogos opinan que se ha producido el advenimiento de un nuevo Castro—tolerante , respetuoso, aperturista y contrito.

El Santo Padre, sin embargo, no se deja llevar por vacuas promesas o gestos fingidos. Como mensajero de la verdad y la esperanza, el “huracán Wojtyla” sacude los cimientos del régimen totalitario con homilías consideradas en Cuba subversivas. “Un estado moderno no puede hacer del ateísmo…un ordenamiento político”—sentencia el Papa---, y después pide “que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y en la libertad”. Reclama asimismo una sociedad de derecho, pluripartidista, y evocando a San Lucas, declara: “El Espírtu del Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad, para dar libertad a los oprimidos”.

Como esos imponentes pájaros de acero que, con el nombre de Concordia, surcan los cielos, el Santo Padre rompe la barrera del sonido en Cuba; y rompe también la barrera del miedo. Amordazado y escarnecido durante casi 40 años, el pueblo cautivo responde a la exhortación del Papa—“No temaís!” –coreando con euforia: “El Papa, libre, nos quiere a todos libres”. No faltó la agudeza de los criollos, condensada en este sutil estribillo: “El Papa, amigo, llévatelo contigo”.

Con los aldabonazos del Santo Padre, centrados en la justicia y la libertad, Cuba no se alza en armas, pero sí se levanta en almas. Este resurgimiento espiritual, o rearme moral, es indispensable para la conquista de la libertad. Los tiranos quiebran la resistencia cuando apagan la fe. Los pueblos se libertan cuando recobran la esperanza.

Inspirado en el mensaje del Papa, monseñor Pedro Meurice Estiú, arzobispo de Santiago de Cuba, dice en una de las misas inolvidables: “Le presento, Santo Padre, el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad”. Acto seguido, censura a los que “han confundido la patria con un partido…y la cultura con una ideología”. Fustiga después al “marxismo-leninismo estatalmente inducido”, y exhorta al pueblo a “desmitificar los falsos mesianismos”.

La única referencia del Papa en Cuba a las sanciones económicas fue desnaturalizada por algunos analistas. Lo cierto es que el Santo Padre es contrario a todos los embargos—tanto los internos como los externos. Por eso su leitmotiv fue “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. La correlación es esencial. Hay que desencadenar el espíritu empresarial de los cubanos para que la ayuda foránea fructifique en beneficio de la nación que sufre y no de la tiranía que oprime.

Castro espera que, con el apoyo de la Iglesia y la liberación de algunos presos politicos, la corriente a favor del levantamiento del embargo sea incontenible. Mas no ofrece, a cambio, una verdadera apertura democrática, sino gestos efectistas y concesiones revocables. No busca realmente alimentos y medicinas para el pueblo, sino financiamiento para el régimen. Esas fueron las maquinaciones de Castro, pero el Papa Juan Pablo II no cayó en esa trampa.

El futuro de Cuba dependerá fundamentalmente de lo que, con estímulo de afuera, hagan los cubanos para avivar la llama votiva que prendió Su Santidad. Si se sacuden el conformismo que engendra pasividad, si toman nuevos espacios con firmeza y voluntad, si esgrimen justos derechos y desafían la iniquidad, si encienden la fe apagada con verguenza y dignidad….entonces, no ha de dudarse, recobrarán la libertad, y gracias darán al Papa por la esperanza y la verdad.