Por George Chaya
INFOBAE
Alemania, Bélgica, España, Reino Unido, Francia y Bulgaria han sido los países más castigados por el flagelo terrorista del integrismo.
En las ultimas dos décadas las distintas guerras en Oriente Medio han disparado ataques terroristas sangrientos en Europa y otras partes del mundo. De igual manera ocurrió en cada guerra entre distintos grupos palestinos contra Israel, lo propio se manifestó durante las primaveras árabes en 2011 y se extendió rápidamente con el emerger del ISIS en Irak y Siria. Alemania, Bélgica, España, Reino Unido, Francia y Bulgaria han sido los países más castigados por el flagelo terrorista del integrismo. La gran cantidad de ataques dio lugar a distintos debates dentro de la Unión Europea (UE) y al interior de las distintas agencias de seguridad de los países miembros. En concordancia con lo anterior, los acontecimientos actuales en Gaza exacerban este tipo de situaciones.
Los años pasaron y los problemas no se resolvieron, aunque el debate no perdió impulso y la discusión fluctuó según el color político de los gobiernos de turno en los distintos países, muchos de ellos soslayaron el impacto de la creciente inmigración musulmana generada por las mal llamadas “primaveras árabes” que empujaron a cientos de miles personas a buscar refugio de las distintas guerras civiles en sus países de origen.
Si trazamos una linea de tiempo, es claro que el centro del debate corre en desventaja con la expansión del terrorismo dentro de Europa. Los ataques que han tenido lugar son prueba palmaria de ello. Sin embargo, ni EE.UU. ni América Latina no están exentos del mismo problema. Pero ha sido la elite europea-progresista la que acompañó por mucho tiempo el discurso de políticas multiculturalistas a través de un debate muy básico y simplista cuando todo indicaba que esas políticas habían fracasado en la correlación existente entre radicalización y terrorismo yihadista. Aun así, mucha dirigencia europea ignoró el problema de la migración descontrolada y el crecimiento del yihadismo radical de “cosecha propia”, tanto o más peligroso que el terrorismo importado.
Esta semana, Francia padeció dos ataques de esa naturaleza, tres personas fueron asesinadas a manos de yihadistas favorables a Hamás, la respuesta de las fuerzas de seguridad fue la detención de los atacantes pero los comunicados oficiales indicaron lo mismo de siempre (ambos perpetradores padecen de desequilibrio mental), no obstante, los crímenes ya estaban consumados.
Analizando el debate europeo se observa claramente que se debilitó y marcó un penoso tiempo perdido. Así, cualquier conclusión final a la que se arribe muestra que las políticas de la multiculturalidad han llegado a un final decepcionante a pesar de las marcadas y saludables diferencias existentes entre algunos dirigentes, Merkel no fue Zapatero y actualmente Scholz no es Pedro Sánchez, para suerte de los alemanes e infortunio de los españoles.
Sin embargo, hoy el terrorismo global y las estrategias europeas contra la amenaza terrorista de los jóvenes musulmanes de segunda y tercera generación nacidos en Europa van por caminos diferentes y en Francia continúan sin ser comprendidos en su magnitud por su dirigencia. Tampoco los británicos lo comprendieron hasta que los autobuses de la English Company volaron en pedazos el 07 de Julio en Londres matando a 52 personas y dejando más de 650 heridos en lo que constituyó el primer caso de terrorismo “de cosecha propia”, ya que los 4 perpetradores (que se inmolaron en el ataque) eran nacidos en Gran Bretaña.
Estos ataques ocurridos años atrás, pero también los dos de esta semana en Francia -y la cantidad de otros golpes ejecutados en el tiempo- abren inevitablemente un gran interrogante sobre: ¿Cuál es la estrategia de lucha contra la segunda y tercera generación de yihadistas por parte de la dirigencia europea en su combate contra el terrorismo? Si para responder esta pregunta tomamos el modelo español de Pedro Sánchez, la respuesta será lamentable, salvo casos aislados, no hay estrategia alguna. Por tanto es impropio hablar de una estrategia europea cohesionada de lucha contra el integrismo ya que cada país emplea diferentes estrategias que son la consecuencia de su historia, su marco legal y su percepción de la amenaza.
Es cierto que la Unión Europea lleva adelante un esfuerzo sostenido intentando coordinar acciones prácticas en la lucha contra el terrorismo, pero hay diferencias no zanjadas que se manifiestan en la propia política exterior de sus miembros, algunos de los cuales están influenciados por la guerra en curso entre el terrorismo de Hamás e Israel o por otros crímenes como el tráfico de estupefacientes proveniente de África, Latinoamérica, Afganistán e incluso de Pakistán; por lo que deben asumir un nuevo compromiso en sus políticas de seguridad dadas las enormes diferencias en términos de políticas internas de algunos países como Italia o Hungría, que han adoptado una legislación dura que parece inconcebible en Francia o España, lo que hace difícil hablar de una estrategia europea cohesionada.
También es justo señalar, que gracias al esfuerzo de instituciones supranacionales existe cierta cooperación positiva de las autoridades en distintos niveles de información entre los responsables de inteligencia de distintos países. Sin embargo, hay diferencias jurídicas, políticas y culturales que impiden la formación de una estrategia unificada, lo que es altamente negativo.
Lo adecuado ante el flagelo sería que Bruselas señale un marco general claro donde cada país aplique su propia política anti-terrorista, pero con bases fundadas en un criterio a nivel continental, ya que es allí donde el sistema parece no estar funcionando, prueba de ello son las decenas de ataques que se han visto en los últimos años en varios países europeos por un marco legal cuestionable. Sin embargo, actualmente, la amenaza para Europa es interna y de cosecha propia.
Desde la década de 1980 muchos radicales ingresaron ilegalmente al continente desempeñando un papel decisivo al construir redes que se mantienen activas en España, Inglaterra, Suecia, Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica y ahora también en Kosovo. A diario se observa sus militantes cometer destrozos en las calles de Londres, París o Estocolmo. También hay indicios concretos de que algunos grupos terroristas se han involucrado en el contrabando de inmigrantes ilegales hacia Europa y utilizan la ganancia económica para financiar actividades terroristas.
En la mayoría de países europeos gran parte de los involucrados en actividades terroristas de inspiración yihadista “son hijos de segunda y de tercera generación de inmigrantes musulmanes desplazados de sus países por diferentes guerras”, a ello hay que sumarle un número en ascenso de conversos europeos, pero lo mas relevante es que esas personas nacidas en Europa disponen de pasaportes comunitarios. Así, los europeos están equivocándose al enfocar el problema sólo como una amenaza externa o de control fronterizo. La amenaza real para Europa es interna y es su segunda y tercera generación de yihadistas con la que convive dentro de sus fronteras. Europa no debe ignorar a sus ciudadanos nativos que se radicalizan en sus propias ciudades y viajan libremente sin llamar la atención en toda la zona Schengen utilizando sus propios pasaportes europeos legales. Ante esta realidad, tarde o temprano Europa tendrá que enfrentarse al aumento de su población musulmana como una cuestión central en relación con su identidad cultural, social y política. Ello traerá inevitables divisiones étnico-religiosas en el mediano plazo y las antiguas divisiones que generaron conflictos en los siglos pasados revivirán, por lo que es un tema crítico que debe ser abordado con seriedad si se desea evitar mayores males.
Algunos analistas y dirigentes políticos han manifestado descreimiento sobre el terrorismo como un fenómeno ampliado y lo ubican dentro de cuestiones reivindicativas, esto es un grave error, como lo desarrolle en mi libro “La Yihad Global el Terrorismo del Siglo XXI, el fenómeno no es sino la punta de un gran iceberg y la manifestación visible de un problema ideológico mucho más profundo que forma parte de una ideología puesta en acción, un dogma cuyos criterios son absolutamente incompatibles con la democracia y los valores occidentales. Sin embargo, el mayor problema que plantea el integrismo-político es que adquiere el disfraz del Islam como religión usurpando así la fe de muchos musulmanes en mezquitas y organizaciones comunitarias. Esto es lo que ingenuamente no comprenden muchos europeos, cuando existen sobradas razones que muestran al integrismo yihadista como incompatible con la democracia.
En Países Bajos se realizó una consulta reciente sobre 1.500 musulmanes, los resultados indicaron que 8 de cada 10 en privado y bajo anonimato responden que no apoyan la violencia integrista, pero la respuesta suele no ser la misma en una mezquita delante de su líder religioso.
Muchos políticos, académicos y expertos estimulan la necesidad de imponer el modelo multicultural de integración que en gran medida se aplica en Europa, ellos sostienen que el multiculturalismo debe implicar el tratamiento de las personas por igual a pesar de las diferencias, eso es incuestionable en cuanto a los derechos de las personas que observan sus obligaciones y deberes en las sociedades en las que viven. Sin embargo, en los últimos años una gran mayoría de ciudadanos europeos creen que las conductas problemáticas nacen desde dentro de las comunidades musulmanas donde ha hecho pie la radicalización, y no porque la gran mayoría de los musulmanes lo desee o adhiera al radicalismo militante, sino por las presiones y el espacio ganado por los radicales dentro de sus ámbitos comunitarios. Esos pensamientos de los europeos no deben ser considerados racistas ni islamófobos ya que tienen razones para pensar así en virtud de los numerosos ataques terroristas en su suelo; deben ser vistos en el marco de un primer paso necesario hacia la creación de sociedades cohesionadas.
Lamentablemente las cuestiones relacionadas con la integración y el radicalización han sido ignoradas o minimizadas demasiado tiempo. Tradicionalmente, la izquierda lo hizo desde su creencia en el marco de la multiculturalidad. En tanto que la derecha se abstuvo de hacer frente al problema -sea por corrección política o por ubicarse en posiciones de centro-derecha- por el temor a perder votantes musulmanes (un electorado cada vez mayor) que generalmente ha evitado a los partidos conservadores y de derecha.
En este escenario no es sencillo proyectar que sucederá en los próximos años. Pero evitar el debate sobre la inmigración descontrolada, la integración y el fundamentalismo no será una solución que lleve por buen camino a las democracias occidentales.