Por George Chaya
En el mismo momento en que Hassan Nasrallah cumplió la orden de Irán y envió combatientes de Hezbollah a asesinar miles de musulmanes sunníes en Siria para sostener en el poder al dictador Bachar Al-Assad, el telón del discurso engañoso que enarboló durante tres décadas cayó. Con su accionar, Nasrallah demostró claramente que su grupo político-terrorista era un tentáculo de la República Islámica y no un movimiento de resistencia exclusivamente libanés en defensa de los intereses del Líbano contra Estados Unidos e Israel, como afirmó por años.
Al colocarse del lado del gobierno libanés enfrentando las multitudinarias protestas a lo largo del país y ordenar a sus combatientes reprimir violentamente a los movilizados, Nasrallah eligió a la élite política corrupta que la mayoría de los libaneses quiere ver reemplazada por un gobierno que defienda y trabaje por los intereses nacionales. Así, Nasrallah continúa sumando mayor repudio de la ciudadania.
Sin embargo, aunque muchos creen que por la crisis económica y el default actual del Líbano el proyecto iraní de Hezbollah está muerto, nada indica que eso sea así. La organización continúa con respaldo de Irán, tiene una fuerza militar dos veces superior al ejército legal libanés, cuenta con un arsenal de más de cien mil misiles y dispone del respaldo de gran parte de la comunidad religiosa chiíta. En consecuencia, Hezbollah sigue siendo una fuerza poderosa y un actor relevante en la escena política libanesa. No obstante, también es cierto que su capacidad de actuar como punta de lanza de Irán se ha visto seriamente comprometida por la crisis interna que está muy lejos de una solución en el corto plazo.
La comunidad internacional conoce el plan de Hezbollah de convertir al Líbano en símbolo de resistencia contra Israel como avanzada de la revolución islámica iraní. Desde su creación en 1982, la organización ha tenido cierto éxito en sus cometidos. Aun así, cabe preguntarse si Hezbollah tiene el poder completo sobre el estado libanés, y aunque no lo tiene en su totalidad, no hay duda que su influencia fracturó política y económicamente al país.
Al proteger a una clase política corrupta y permitirle continuar con el saqueo sistemático al estado por décadas, Hezbollah tiene responsabilidad directa en el colapso actual del Líbano. Por ello, a pesar de la búsqueda actual de Nasrallah por mantener el control sobre un sistema político que perdió toda legitimidad, es demasiado tarde para él. Algo está roto en su relación con la ciudadanía.
Cuando el Líbano se declaró en default, miles de personas quedaron sin trabajo, los niveles de pobreza e inflación se dispararon y todos los partidos políticos entendieron que habían fracasado. Tal situación despojó a Hezbollah de dos de los requisitos previos necesarios para llevar adelante una guerra contra Israel si Irán lo ordenara. En primer lugar: la capacidad del Líbano para absorber y sostener una contraofensiva israelí. El segundo: reconstruir la destrucción inevitable de una nueva guerra. En consecuencia, Nasrallah no dispone de un mínimo de consenso de parte de la población para su agenda de resistencia dictada por Irán.
Si Hezbollah decide hoy ir a una guerra con Israel, el país no podría recuperarse de la destrucción a gran escala. Además, debido a Hezbollah, Líbano quedó aislado de la mayoría de los países árabes ricos que en la post guerra de 2006 estuvieron dispuestos a financiar su reconstrucción, pero que no lo harían esta vez, por lo que el daño sería irreversible.
Otro detalle no menor, es que las críticas más duras al partido de Nasrallah provienen de sus aliados del movimiento Aounista (seguidores del presidente Michel Aoun), una facción minoritaria cristiana contradictoria y sin rumbo definido -en mala relación con la iglesia central libanesa- dirigida por el ex ministro de Relaciones Exteriores, Gebran Bassil, yerno del presidente Aoun.
En relación a quienes critican a Hezbollah, se podría pensar que las críticas pueden vincularse a desacuerdos internos, pero cuando alguien como Ziad Aswad, un referente aounista destacado, declara a la prensa local que: “Líbano no puede continuar levantando un fusil cuando su pueblo no dispone de trabajo y lo acosa el hambre”, tal crítica expresa una opinión impensada meses atrás pero hoy es generalizada dentro de la ciudadanía.
Sin apoyo y respaldo interno la capacidad de Hezbollah de ir a la guerra se ve completamente neutralizada y aún si lo hiciera, la sociedad civil culparía a la organización de sacrificar al Líbano en favor de los intereses de los khomeinistas iraníes. Por otra parte, Nasrallah sabe que una decisión de guerra impulsaría a los chiítas a del sur, miles de ellos serían desplazados y tendrían que refugiarse en zonas hostiles dominadas por sunníes, lo cual sería muy peligroso dadas las divisiones sectarias existentes con los musulmanes sunníes libaneses que no esconden su desprecio por los chiítas que siguen a Nasrallah. Un escenario así, significaría una pesadilla para Hezbollah y podría arrastrar a su gente a una guerra civil que no ganaría, y si eso sucediera, dejaría de ser útil para Irán.
Sin embargo, hoy esa utilidad comienza a ser cuestionable cuando Hezbollah asume arrogante y unilateralmente que el Líbano está totalmente comprometido con Irán, cuando lo cierto es que su influencia sobre el estado puede estar asegurada hasta cierto punto, pero su dominio sobre la sociedad civil no lo está, ya que fuera de la comunidad chiita, los sunníes y la mayoría cristiana permanecen autónomos rechazando fuertemente al partido de Nasrallah, por lo que si el equilibrio de poder cambiara seria una catastrofe política para la supervivencia misma de Hezbollah y sus seguidores.
La capacidad actual de Hezbollah de dirigir al estado y la sociedad libanesa en favor de sus intereses sectarios regionales en materia de aprobación de sus acciones y asegurar la legitimidad de su liderazgo en el país se debilitó de forma irreversible. El partido sigue siendo fuerte, pero las bases sobre las que construyó su poder se han derrumbado o penden de un hilo muy frágil. Hoy, cuando Irán observa al Líbano, todo lo que ve es que su aliado local controla un estado en ruinas cuya población rechaza a Hezbollah y se niega a continuar padeciendo por los khomeinistas iraníes.
Hezbollah enfrenta la peor crisis de su existencia. Su elección de atar su suerte a un régimen libanés percibido como corrupto e incompetente por su propia sociedad civil hizo que sea repudiada por reprimir las protestas populares y por varias razones subsistentes. Ha quedado claro que Nasrallah demostró no ser el líder de ninguna resistencia nacional, la ciudadanía lo ve desempeñando el papel de títere cumpliendo órdenes de Teherán que continúa apoyando al presidente Assad en Siria, donde aún mantiene cientos de sus hombres asesinando a musulmanes sunníes.
Más grave aún, debido al comportamiento de Hezbollah, si el gobierno libanés pidiera ayuda a otros estados petroleros árabes ricos, se la negarían. Esos estados no ayudarán al Líbano a superar la crisis porque la organización terrorista es odiada por los árabes sunníes del Golfo que la consideran representante del terrorismo del Irán chiíta, e insistirán como condición sine qua non antes de cualquier ayuda financiera que Hezbollah entregue sus armas, algo que no sucederá.
Hezbollah podría haber elegido apoyar a los manifestantes, pero no lo hizo; se puso del lado del gobierno y subestimo la determinación de los manifestantes, ese fue su peor error táctico. Nadie más que Nasrallah ha roto la confianza en su organización y los libaneses no lo olvidaran ni lo perdonaran.
Sin embargo, el mayor problema para Nasrallah, es que al establecer las condiciones para otorgar un préstamo de USD 10.000.000 al Líbano, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pidió el desarme de todos los grupos armados a excepción del Ejército Nacional Libanés a fin de evitar la probabilidad de violencia interna o una guerra destructiva con Israel.
Si Hezbollah se niega a desarmarse, será visto no solo como enemigo de los manifestantes y protector de la clase política corrupta, sino como el obstáculo para cualquier salvataje financiero de los países arabes ricos e incluso del préstamo del FMI, y por tanto, para cualquier posible recuperación económica del país. Así, se habrá convertido en el enemigo mortal de todos los libaneses que desean que su país deje atrás el abismo económico. Incluso muchos chiítas, que también son víctimas de la crisis se enfrentaran a Hezbollah.