Por George Chaya
INFOBAE
Un año después del retiro de la coalición, los talibanes no sólo no cumplieron con lo acordado sino que consolidaron su relación y comparten inteligencia militar con Al-Qaeda.
Era una situación prevista por varios analistas especializados en la región de Asia central. El regreso del Talibán al poder después del retiro estadounidense del 31 de agosto de 2021 podía abrir un escenario propicio para el retorno de viejas alianzas con Al-Qaeda, incluso con presencia directa de la organización en territorio afgano como sucedió en los tiempos en que la organización era liderada por el difunto Osama Ben Laden.
El debate de la política exterior de Estados Unidos para replegarse de Afganistán después de una presencia militar extendida durante 22 años había comenzado a mediados de la presidencia de Donald Trump. Sin embargo, la premura y poco organizada salida de allí colaboró con los planes del Talibán y generó mayor caos, inestabilidad política y escasa seguridad. Así, el poderoso clan Haqqani recuperó rápidamente la relevancia que -en realidad- nunca había perdido a nivel político en los años de presencia de la alianza occidental en el país. En consecuencia, bajo la influencia del clan se produjeron rápidamente los regresos a Kabul de altos cuadros de Al-Qaeda.
Con el retiro de suelo afgano la administración del presidente Biden se comprometió a continuar monitoreando el escenario. Si se toman las palabras del secretario de Estado Antony Blinken de finales de agosto de 2021, muchos especialistas pensaron que Blinken se refería a cuestiones de índole político, económico y social. Fue allí cuando surgió el primer error de evaluación de varios funcionarios y especialistas regionales que saludaron el retiro militar y aseguraron que no alteraría la ecuación ni los éxitos alcanzados en materia de gobernanza, educación y derechos de la mujer afgana.
También funcionarios de la Unión Europea (UE) aplaudieron el retiro estadounidense sin medir políticamente su significado real y las implicancias en materia de seguridad local y regional. La idea predominante era que Estados Unidos debía retirarse de Afganistán y ello no era del todo incorrecto, el defecto fué la forma y el cómo se llevó adelante ese retiro.
Sin embargo, días pasados, impactantes cambios irrumpieron en el escenario afgano evidenciando que las expresiones y declaraciones de funcionarios extranjeros no fueron más que un puñado de buenas intenciones fundadas en un optimismo excesivo, pero con escaso sustento en el marco de la realidad. Tales errores de apreciación estratégica se evidenciaron cuando el 31 de Julio pasado un drone estadounidense abatió al médico egipcio Ayman Al-Zawahiri en un barrio acomodado de la capital afgana. El incidente ocurrió precisamente en una casa de seguridad cedida al líder de Al-Qaeda por sus socios locales. El sucesor de Ben Laden, que había burlado por más de 20 años a las agencias de inteligencia de Washington era considerado co-autor intelectual de los ataques del 11 de Septiembre de 2001.
El hecho permitió confirmar a la comunidad anti-terrorista occidental el regreso y la presencia del liderazgo de altos cuadros de Al-Qaeda dentro de Afganistán, reflotando de ese modo, viejas alianzas que datan de la década del ´90. La pregunta que surge inevitablemente ante ese hecho es ¿Cuánto de útil ha sido y qué resolvió la lucha contra el terrorismo después de más de 20 años de presencia de la coalición internacional, lo que demandó una inversión de más de 200 mil millones de dólares en Afganistán?
El presidente Biden declaró a la prensa internacional -pocas horas después del retiro de sus tropas de Kabul- que los estadounidenses podían sentirse seguros que ya no volvería a ocurrir otro golpe como el 9-11 desde territorio afgano (donde Ben Laden y la cúpula de Al-Qaeda planificó el ataque). Sin embargo, el incidente en el que fue abatido Al-Zawahiri coloca nuevamente en evidencia la existencia de refugios y casas seguras para Al-Qaeda en la capital afgana.
Por varios años, incluso durante la presencia de la alianza occidental en Afganistán, la existencia de esos refugios para el liderazgo de Al-Qaeda no era ningún secreto y se conocía la circulación y el ingreso de sus líderes desde Pakistán. Hubo casos en que funcionarios afganos del anterior gobierno cedieron sus propiedades bajo presiones de los talibanes a personas relacionadas con Al-Qaeda para cobijarlos en su país. Muchos integrantes del clan Haqqani relacionados con talibanes paquistaníes y facciones del ISIS (Estado Islámico por sus siglas en inglés) infiltraron Afganistán en esos años en que conformaron una amplia red de células durmientes en barrios exclusivos de Kabul. De hecho, la presencia de Al-Zawahiri, el jefe de Al-Qaeda, ubicado a menos de 20 cuadras del Palacio presidencial afgano, puso en evidencia la fuerte alianza del grupo con los gobernantes talibanes.
Así, más allá que la administración Biden define Al-Qaeda como una excepción dentro del amplio escenario de grupos radicalizados afganos, desde que los talibanes regresaron al poder la organización no perdió capacidad operacional en el exterior ni es un actor menor en el Afganistán de hoy. La alianza del grupo con sectores talibanes del país es estrecha y de mutua confianza.
Recientemente oficiales europeos declararon que los representantes del presidente Biden fueron engañados en las reuniones de Doha (Qatar) entre Estados Unidos y los talibanes y denunciaron que varios cuadros desconocidos de Al-Qaeda y talibanes de línea dura viajaron juntos a negociar con funcionarios de Biden sin que Washington conociera que penitencian a Al-Qaeda. La denuncia indica que los talibanes y Al-Qaeda insertaron varios de sus miembros en las conversaciones de Doha. De hecho, la crítica a los acuerdos alcanzados en Doha es que el compromiso anti-terrorista buscado por Washington fue exigir a los talibanes no permitir que Al-Qaeda y sus grupos ideológicos satelitales salafistas planearan atacar nuevamente Estados Unidos, pero no que corten su relación o expulsaran a Al-Qaeda de Afganistán.
Sin embargo, un año después del retiro de la coalición encabezada por Estados Unidos, los talibanes no sólo no habrían cumplido con lo acordado sino que consolidaron su relación y comparten inteligencia militar con Al-Qaeda. De allí que el ataque sobre Al-Zawahiri mostró la gravedad de que están cobijando al liderazgo de la organización como también a otras estructuras yihadistas asociadas a su ideología en Afganistán.
La conclusión de funcionarios de la seguridad nacional estadounidense es que la muerte de Ayman Al-Zawahiri, exhibe y amplía las sospechas sobre la promesa incumplida de los talibanes desnudando alianzas similares -o más peligrosas- al escenario previo al 9-11, con el agravante de que actualmente las agrupaciones radicales presentes en Afganistán involucran a nuevos actores, como algunos grupos paquistaníes y Uzbekos, además de una pequeña pero creciente filial regional del ISIS.
Así las cosas, un grupo de Senadores republicanos prepara una requisitoria que presentaría los próximos días a la administración Biden para que el presidente de a conocer informacion reservada de uno de los dos anexos clasificados del acuerdo de Doha para evaluar públicamente si los talibanes están cumpliendo sus promesas anti-terroristas o no. Ademas, para el bloque de representantes republicanos, un error peligroso del cierre de los acuerdos de Doha que dieron lugar al retiro ordenado por el presidente Biden fue no establecer compromisos con clérigos talibanes, particularmente en Kandahar, dado que la ideología está fuertemente arraigada en el accionar talibán, pero tambien se encuentra influenciada por Al-Qaeda, por lo que reclaman la urgente necesidad de una diplomacia religiosa que incluya de manera directa a los clérigos talibanes para que a traves de su doctrina ayuden a estabilizar Afganistán ante lo que consideran un nuevo y grave peligro para proteger la seguridad interior de Estados Unidos en lo que configura un plan ampliado de protección para evitar un nuevo golpe como el del 11 de Septiembre de 2001.