Por George Chaya
Los europeístas acérrimos atacan y sindican de extremistas de derecha a los Fratelli d’Italia, pero ese sector político no es neo-fascista ni pos-fascista; sencillamente integran una alianza política que tuvo la suficiente inteligencia para leer las demandas de la sociedad civil y construir una alianza “conservadora”.
Las alianzas y los gobiernos de centro-derecha no introducen demasiadas novedades y cuentan con varios antecedentes en la democracia italiana. Ejemplo de ello son Forza Italia de Silvio Berlusconi, la Lega Nord y Fratelli d’Italia, conocida también en el pasado como Alleanza Nazionale han gobernado Italia como coalición conservadora durante los años 90 y gran parte de la década de 2000. Actualmente, la coalición política encabezada por Meloni no es más peligrosa o extrema que los gobiernos de Berlusconi. No obstante, más allá de sus varios problemas, estos gobiernos no dieron lugar a la desaparición de la democracia italiana ni conspiraron contra la Unión Europea (EU por sus siglas en inglés) como las críticas de alarmados sectores progresistas denuncian como peligro para el sistema democrático italiano que continúa escuchándose en los sectores europeístas.
Lo cierto es que como declaró a Infobae un alto ex-dirigente de la gestión del ex PM británico Tony Blair -desde Londres y bajo condición de anonimato-, la primer ministro electa, Giorgia Meloni supo construir una alianza electoral de centro-derecha de la que también forman parte la Lega de Matteo Salvini y Forza Italia, de Silvio Berlusconi, y tal vez, como nunca antes en Italia, le tocó enfrentar una izquierda sumida en divisiones y casi fracturada, lo que anuló cualquier posibilidad de victoria a la centro-izquierda italiana.
Sin embargo, para sectores de la prensa críticos a Meloni -generalmente progresistas-, su triunfo es tan malo para Italia como lo son sus acuerdos con Salvini y Berlusconi. No obstante, no se menciona que fue esa alianza la que le facilitó la obtención del respaldo necesario para alcanzar la presidencia del consejo de ministros del país.
Los europeístas acérrimos atacan y sindican de extremistas de derecha a los Fratelli d’Italia, pero ese sector político no es neo-fascista ni pos-fascista; sencillamente integran una alianza política que tuvo la suficiente inteligencia para leer las demandas de la sociedad civil y construir una alianza “conservadora”. Es cierto que el espacio político encabezado por Meloni, se identifica con postulados clásicos de la antigua derecha europea pero no en materia de los programas políticos y económicos antiguos de esa derecha ni con programas que tuvieron su origen en las ideas del fascismo. Por lo tanto, los argumentos de la critica carecen de compresión histórica de lo que ha sido el verdadero y repudiable fascismo europeo. Así, naufragan en la miopía ideológica con la que miran el fenómeno generado por Meloni y sus críticas se tornan en inconsistentes.
Otros críticos apuntan a posibles políticas de su gobierno influenciadas negativamente por la posición católica de la electa primer ministro y se vinculan al abordaje de problemáticas sociales. Sin embargo, esa acusación también es insustancial ya que en su campaña, Meloni no dijo que impondría una ley en contra o a favor en materia del aborto. Lo que ella sí ha señalado en reiteradas oportunidades es estar a favor de la vida y en la busqueda y elaboración de una política prolijamente adecuada en esa materia. Pero lo que más ampollas levantó fuera de Italia en los sectores europeístas es su firme posición en materia de políticas transatlánticas, esto es algo que, a priori, incomoda mucho y abrió no pocos interrogantes en Bruselas.
Transcurridos los primeros días desde su victoria en las urnas las informaciones sobre su triunfo electoral y el giro de Italia a hacia una corriente política claramente conservadora, muchos europeos piensan -y lo expresan en los medios de prensa- que el país volvería a los viejos tiempos de su historial fascista. Pero el hecho, es que la nueva coalición gobernante de Meloni marcó siempre en su discurso un alejamiento de las expresiones populistas que crecieron durante los últimos años -en Italia como en Europa- y se encamina “al conservadurismo”, que es el factor emergente en las últimas décadas.
Lo concreto es que en las últimas elecciones, Italia rechazó la peligrosa amenaza del viejo progresismo y la negatividad de sus politicas. Cuatro años atrás, en 2018, los italianos se inclinaron por partidos de claro corte populista -tanto por estilo como por plataformas políticas- en la actualidad, el votante descartó esa opción. El ejemplo palmario fue el partido M5S, conducido en ese momento por Grillo, que alcanzó nada menos que el 32,2% de los sufragios escrutados. En tanto que la Lega Nord de Matteo Salvini, entonces pro-Putin, se llevó el segundo puesto con un 17% de los votos. Esa elección dio lugar a un gobierno de gestion claramente populista que aplicó políticas negativas, alineándose con la Hoja de Ruta de China, algo sobre lo que Meloni se comprometió formal e inteligentemente en retirar a Italia de esa iniciativa. En consecuencia, cotejando la agenda política de Meloni lo que se encuentra en su plataforma se relaciona con un gobierno muchísimo más de centro con un liderazgo apto para desarrollar la gestión como Giulio Terzi o Guido Crossetto a quienes Meloni les reserva papeles de relevancia dentro de su gobierno. De forma tal que, más allá de las expresiones de los medios europeos que informan sobre un cambio tendiente a la radicalización de la derecha italiana, no pareciera que esa campaña informativa vaya de la mano con la agenda de Meloni. Por cual habría que esperar que el gobierno que la primer ministro electa anuncie a principios del mes de noviembre, probablemente muestre la continuidad del ministro de economía con la finalidad de no desestabilizar los mercados financieros y como una fuerte señal de continuidad en esa dirección económica.
En línea con su política exterior, Meloni dejó claro que su principal objetivo es el fortalecimiento de las relaciones transatlánticas. En ese caso, surgen nombres -Adolfo Urso y Giulio Terzi- como posibles candidatos a ministros de Defensa y Canciller, ambos identificados con el afianzamiento de políticas Atlantistas, lo que muy posiblemente, además fortalecerán su apoyo a Ucrania. Por otra parte, su coalición ha manifestado escasas expresiones pro-rusas, lo cual es un buen augurio para la gestión de Meloni conduciendo a Italia hacia posiciones centristas y pro-atlantistas de acercamiento a Washington.
Leer el escenario post-elecciones de forma sesgada genera un análisis político erróneo y parcial, por lo que los analistas y comentaristas de prensa harían bien en evaluar y mantenerse expectantes sobre los hechos y no apresurarse a etiquetar la dirección del futuro gobierno de Meloni, menos aún, definirlo ideológicamente dado que les resta credibilidad a sus análisis sobre si su gobierno será mas conservador en asuntos sociales de lo que varios esperan en Europa. Las afirmaciones de que esto puede ir más allá de los límites esperados no encuentran sustento en ninguna evidencia hasta el momento. Mas aún, en el supuesto que Meloni se disponga a concentrar el poder para si, ella fracasaría porque colisionara con el entramado de poder del sistema italiano que se lo impediría de forma clara ya que los contrapesos actuales del sistema democrático en Italia fueron instrumentados y puestos en vigencia en 1945 precisamente para evitar y garantizar el surgimiento de otro movimiento como el creado en su tiempo por Mussolini; de allí la descentralización territorial e institucional y el fuerte poder que el sistema brinda al parlamento.
Del lado de Estados Unidos, Washington debería poner atención en estrechar alianzas estratégicas y generar nuevas oportunidades en la conformación de buenas relaciones con el gobierno de Meloni en asuntos altamente relevantes -como el apoyo a Ucrania- y delinear juntos políticas tendientes a contrarrestar las actividades chinas que conspiren contra los intereses políticos y económicos de ambos países.
En concreto, cuando comience a gestionar, el tiempo mostrara en el corto plazo si Meloni está a la altura del cargo como primer ministro, la retórica y los estertores de la ideología progresista dolorida por su triunfo que se empeña en sindicarla como la reencarnación de Benito Mussolini no se ve como adecuada ni positiva para nadie que disponga de honesto interés en la protección y el fortalecimiento del sistema democrático de Italia. Menos aún, cuando en paralelo a la crítica, los detractores de Meloni mantienen un “estruendoso silencio” ante el accionar del presidente ruso, Vladímir Putin, quien ésta semana monto la teatralización de un referendo viciado de nulidad en el marco del derecho internacional para ejecutar la ocupación ilegal de cuatro regiones ucranianas por parte Moscú, con lo que el Kremlin formalizó la anexión a Rusia de las auto-proclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk conjuntamente con Zaporizhia y Kherson, en cuya ceremonia formal Putin utilizó un discurso beligerante que además prometió el colapso de cualquier tipo de hegemonía en territorio ruso, algo que según el lider del Kremlin ya ha comenzado a observarse en Europa Occidental.