Por George Chaya
La política estadounidense incluye varios aspectos que le dan su estilo propio en relación a Oriente Medio y el Golfo Pérsico. En consecuencia, es normal que varios socios regionales de Washington se mantengan expectantes de cara a las próximas elecciones presidenciales de noviembre en los EE.UU.
La etapa de confortabilidad que transitan varios países árabes-islámicos en sus relaciones con la administración del presidente Donald Trump no excluye sus preocupaciones ante una eventual presidencia de Joe Biden. Muchos gobiernos árabes consideran que en el tiempo restante hasta la elección del nuevo inquilino del salón oval deben preparar una estrategia que incluya todos los escenarios posibles, aunque se inclinan por la reelección del actual presidente. Sin embargo, han comenzado a considerar las posibilidades presidenciales de Joe Biden, el aspirante demócrata.
Washington sabe que los centros de poder regionales tienen opinión favorable sobre Trump. Varios países no ven con buenos ojos un eventual cambio de rumbo que pudiera traer una administración de Biden. No obstante, evalúan cuál sería el impacto y las implicancias de las políticas de Biden para sus intereses en particular y para la región en general.
El presidente Trump cuenta con antecedentes muy positivos en la lucha contra el terrorismo, Biden, en cambio no se expresado más que en esporádicas declaraciones a la prensa que muestran cómo podría ser su política en la materia.
En su caso, considerando los antecedentes que preceden a Biden, se puede deducir que él pudiera retroceder cuatro años y retomar la política que practicó el ex-presidente Barack Obama. Pero incluso si quisiera hacer eso, suponiendo que gane, no le será posible hacerlo. Las cosas han cambiado mucho en los últimos cuatro años. Hoy hay muchas razones por las que las políticas de la época de Obama no solamente serían de imposible aplicación sino también indeseables para impulsar positivamente la región. De cara a enero de 2021, la dinámica en el contexto de las relaciones internacionales y la seguridad es completamente distinta en aspectos centrales irreconciliables en la política exterior estadounidense, por ejemplo las relaciones Washington-Teherán en materia del Acuerdo Nuclear conocido como JCPOA (por sus siglas en ingles), que fue firmado por la gestión Obama y que fuera dejado sin efecto en agosto de 2018 por el presidente Trump.
Sin embargo, todos los candidatos demócratas se comprometieron durante las primarias a regresar al Acuerdo Nuclear con Irán. Al respecto, en agosto de 2019, Biden declaró ante el Consejo de Relaciones Exteriores que: si Irán vuelve a cumplir su obligación nuclear, el volvería a ingresar al JCPOA. Biden sabe que posiblemente esa política es lo que los votantes demócratas desean, ya que perciben al tratado como el mayor logro de la política exterior de Obama para la región. Para muchos, el acuerdo funciono en el papel. Pero Biden ignora deliberadamente que en la realidad, no fue más que letra muerta ya que Irán nunca tuvo la voluntad de cumplir lo que firmó.
En consecuencia, ante el escenario de las sanciones económicas se produjo la decisión iraní de incumplir sus compromisos cuando se congelaron sus fondos. Ante ello, cualquier esfuerzo por reflotar el Acuerdo sería de imposible ejecución si no mediara una re-negociación total del mismo. Por tanto, si Biden dice que retornará al JCPOA, estaría engañando a los estadounidenses y poniendo en peligro su seguridad nacional ya que técnica y operativamente es imposible hacerlo si no se alcanza un nuevo entendimiento en el que EE.UU. debería levantar las sanciones y toda restricción sobre Irán para que los khomeinistas firmen cualquier instrumento jurídico en esa materia.
Uno de los principales asesores de política exterior del candidato demócrata, Jake Sullivan, que en tiempos de Obama fue uno de los ideólogos del Acuerdo Nuclear, declaró a fines de abril al New York Times, señalando sobre la necesidad de un enfoque absolutamente opuesto a lo realizado en su momento por la administración Obama, Sullivan reconoció que la campaña de máxima presión de Trump ha tenido un gran impacto: En realidad, esas sanciones han sido muy efectivas en el sentido estricto, dijo el asesor de Biden. Aunque destacó que no han resuelto las diferencias de EE.UU. e Irán. Lo que Sullivan omitió señalar es que eso no fue por culpa de la administración de Trump, sino porque los khomeinistas se negaron a cumplir lo firmado y forzaron esas sanciones que hoy pesan sobre la República Islámica.
Lo que se observa en Biden y su equipo es que no hay indicios de cómo una administración suya resolverá el comportamiento delictivo de Irán en su maquinaria de exportación del terrorismo regional y sectario en países vecinos como Irak, Líbano, Siria y Yemen. Tampoco está claro bajo qué términos, Biden estaría dispuesto a reconocer el derecho de Irán a enriquecer uranio en su peligrosa carrera hacia la bomba. Esto último es algo que muchos gobiernos árabes adjudican a la concesión estadounidense que hizo posible el defectuoso acuerdo nuclear firmado por Barak Obama.
En la posición internacional de Biden se observa que adhiere al internacionalismo tradicional que emergió en la era de la post Guerra Fría. Sin embargo, esa postura es la que ha llevado a la fase de mayor debilidad a la politica exterior de Washington y no aplica al presente del Oriente Medio, menos aún con el regreso al escenario regional de actores que han mostrado su importancia estratégica actual como Rusia y China.
Otro elemento central a la política exterior de Washington es el controversial palestino-israelí. Esto también es de gran importancia para los estados árabes del Golfo, la mayoría de los cuales son favorables a desarrollar vínculos más estrechos con Israel. De los países del Golfo, solo Kuwait no ha expresado interés en mejorar la relación con Israel. Si bien las razones de tal interés varían, las mejoras significativas en las relaciones bilaterales con Israel dependen del progreso y la tecnología israelí, pero también del avance de Irán a través de los grupos terroristas influenciados por la revolución islámica y calificados como enemigos por Arabia Saudita. En consecuencia, lo que esos países buscan a través de buenas relaciones con Israel, es morigerar las tensiones ínter-palestinas influenciadas por la revolución islámica iraní, pero es claro que han dejado de lado los aspectos reivindicativos y su apoyo del pasado a los grupos violentos que propugnaban la destrucción del estado israelí .
Trump se ha expresado claramente sobre ese conflicto, aun a costa del alto precio de los ataques de la prensa y de sectores pro-islamistas. En cambio Biden no se ha dicho palabra al respecto y nada hace pensar que su posición difiera de las políticas demócratas históricas que han llevado a un callejón sin salida a toda la región. Sin embargo, Biden ha dejado claro que se opone a políticas de anexión y que no esta de acuerdo con la ocupación. Además, el candidato demócrata sigue comprometido con una solución de dos estados que cada vez se asemeja más a una entelequia que a una realidad, puesto que los propios palestinos han demostrado que no lo desean, ni lo quieren.
La posibilidad de una presidencia de Biden es, al menos, un factor de inquietud para un importante grupo de países árabes, y a la vez un estimulo esperanzador para Irán y los grupo terroristas que complicaría aún más la histórica volatilidad de la región.
La mayoría de los países del Golfo tomó distancia de la administración Obama y no estarían cómodos ante una potencial presidencia de Biden. Si ello ocurriera, la tendencia general hacia una atenuación del liderazgo global de los EE.UU. será un factor clave en el avance del terrorismo islamista. Por lo tanto, No hay razón para que la región y los países del Golfo no se encuentren alineados con un segundo mandato del presidente Donald Trump.