Por George Chaya

Infobae

 

El principio del fin del gobierno de Ghani comenzó cuando Washington y la organización política-terrorista Talibán firmaron los acuerdos de Doha en el mes de febrero de 2020.

A pesar de que el ahora ex-presidente afgano Ashraf Ghani se mantuvo aferrado al poder tratando de mostrar su fortaleza. A todas luces era claro que su gestión de gobierno mostraba todos los síntomas de ser un ciclo terminado mucho antes que los integristas islámicos tomaran las primeras 6 provincias del país y marcharan a Kabul.

El principio del fin del gobierno de Ghani comenzó cuando Washington y la organización política-terrorista Talibán firmaron los acuerdos de Doha en el mes de febrero de 2020. El ex-presidente Ghani fue excluido de esas reuniones, no participó de ellas como condición sine qua non del Talibán, que exigió marginar al presidente de las conversaciones. En consecuencia, no sólo su presencia, también su autoridad estuvo al margen del diálogo que dio lugar al pacto final. Así, en el nuevo escenario, el rol del presidente Ashraf Ghani se limitó a la implementación de lo pactado con el Talibán en Doha sabiendo que eso significaría su inevitable caída.

La administración estadounidense ofreció a Ghani apoyo político y seguridad personal para que pueda salir del país con su familia. Sin embargo, Ghani no aceptó ese apoyo y se dio a la tarea de boicotear el acuerdo para no compartir con el Talibán lo que creía que le correspondía (su derecho a gobernar) por haber cooperado con Washington. Así, él hoy ex-presidente eligió mantenerse en el poder y gobernar un país en ruinas antes de marcharse de Kabul frente al arrollador avance Talibán sobre la capital. Al escoger esa posición e intentar prolongar su permanencia en el poder rechazando el apoyo para su salida del país, su fracaso fué más rotundo ante las posiciones de los islamistas. El escenario adverso y la decisión tomada de Washington hizo que todos los intentos de Ghani por persuadir a la Casa Blanca para modificar su plan de retiro de Afganistán resultaran estériles.

El presidente Joe Biden ya había puesto en marcha la hoja de ruta del retiro en el mes de Marzo y no volvería atrás su decisión, ese fue el mensaje que el secretario de estado estadounidense Antony Blinken le transmitió al presidente afgano en un dialogo telefónico personal en Abril, cuando la caída de las dos primeras provincias del país a manos del Talibán se hizo realidad sin que mediara más que una tibia resistencia por parte de las tropas del gobierno afgano. No obstante, Ghani fue invitado a la embajada de Estados Unidos 2 días antes de la caída de Kabul a manos del Talibán. Se supo que en esa reunión el entonces presidente arregló su salida del país junto a su familia de forma personal con el enviado de la Casa Blanca para Afganistán, Zalmay Khalilzad.

El presidente Ghani sabía que todo se tambaleaba y sería imposible resistir el avance a la capital sin el apoyo estadounidense, además el proceso de paz ya no existía. No sin discusiones de alto voltaje donde Ghani recrimino haber sido traicionado por el presidente Biden, al final de la jornada todo terminó con la salida y el exilio del ya ex-presidente junto a su familia y un reducido grupo de colaboradores en un convoy de automóviles cargados de millones de dólares y custodiado por fuerzas estadounidenses hasta el aeropuerto de Kabul.

Lo que siguió es conocido y fue publicado ampliamente por la prensa internacional, el Talibán ocupo completamente Kabul y tomó el poder sin mayores sobresaltos. El ex presidente acabó refugiado en Abu Dhabi que lo recibió por cuestiones humanitarias.

La historia continuará siendo escrita en cuanto al regreso del Talibán al poder luego de veinte años; Ashraf Ghani ya es pasado; pero es una muestra más de las sociedades y alianzas fallidas que un país en crisis puede establecer en la región o fuera de ella con administraciones demócratas estadounidenses para reconstruir una nación inmersa en conflictos internos y externos.

Estados Unidos condujo por 20 años la estructura del liderazgo militar y civil en Afganistán, reemplazó competencias por lealtades personales y finalmente la Casa Blanca abandonó a Ghani, un exponente de la etnia pastún al que acusó de confrontar innecesariamente con otros grupos étnicos. Así, Joe Biden dio la espalda a la corrupción rampante que erosionó las instituciones de lo que quedaba del desgarrado estado afgano y desde el propio corazón de la administración Biden-Harris se ensució más aún lo que prometió limpiar cuando asumió el poder en Washington.

Es cierto que Ashraf Ghani pretendió ayudar en la reconstrucción de su país, pero al poco tiempo de asumir la presidencia (en 2014) se convirtió en el representante del colapso del Estado afgano. El ex-presidente se había comprometido a librar una guerra total contra la corrupción, activar la economía y hacer de Afganistán el centro comercial en Asia central. Sin embargo, todo eso sería imposible sin la presencia estadounidense en suelo afgano ya que debía contar con un marco de seguridad militar mínimo para llevar a cabo su plan. Ghani, quien creció en Afganistán y se radicó en los Estados Unidos en 1977, donde se formó profesionalmente graduándose en las carreras de antropología y ciencias políticas en la Universidad de Columbia impartió clases en varias universidades estadounidenses en la era de la ocupación soviética de Afganistán durante los años 80 regresó a Kabul después que el Talibán fuera derrocado del poder en 2001. Con la derrota electoral de Donald Trump y la llegada al poder de la administración Biden-Harris, Ghani creyó que Joe Biden le brindaría todo su apoyo. Pero eso no sucedió.

El ex-presidente Ghani fue conocido por su energía, paciencia y perseverancia, pero cuando en Junio pasado tomó conocimiento de un cable filtrado de la embajada estadounidense en Kabul que lo describía como “inflexible y temperamental” perdió la confianza en Washington. Según el escritor paquistaní Ahmed Rashid, que conoce a Ghani desde hace 30 años, dejó de creer en sus aliados de Washington y percibió que sus días estaban contados. De allí en adelante no permitió que nadie se acercara a él. Según Rashid, Ghani le confió que una vez más se confirmaría la idea de que “no es un buen negocio ser aliado de Washington”. El se sintió abandonado en su trabajo por reconstruir Afganistán, declaró esta semana Rashid.

Sin embargo, Ghani intento defender su decisión sin culpar abiertamente a la Casa Blanca y en su última declaración pública expresó que el Talibán ganó la partida recurriendo a las armas y la violencia que le fue permitida (en alusión a la decisión de Biden de retirar las tropas estadounidenses) al tiempo que dejó un mensaje a los afganos sobre su partida indicando que se fue del país para evitar un innecesario derramamiento de sangre, ya que miles de ciudadanos habrían sido asesinados si él ordenaba a las fuerzas del gobierno defender Kabul con las armas.

La pregunta que sigue abierta más allá de la declaración del ex-presidente es ¿Por qué el ejército afgano se derrumbó tan rápidamente? Muchos creen que por orden del presidente Biden, su secretario de Defensa, Lloyd Austin y otros funcionarios negociaron con el alto mando afgano para que esto suceda y no verse involucrados en un conflicto profundizado mientras sus militares todavía están en suelo afgano. Luchar contra el Talibán apoyando las fuerzas armadas afganas para marcharse unos días después hubiera sido algo mucho más vergonzoso que el retiro actual. En este sentido, la interpretación de la forma que se lleva adelante la evacuación de las tropas de Estados Unidos estará siempre abierta y quizás no sea difícil entender los eventos cuando se habla de un presidente demócrata como Joe Biden. Los demócratas son proclives a perder guerras en el Salón Oval aunque ellas estén ganadas en el campo de batalla.

El Talibán es una organización violenta, portadora de una ideología maximalista con la que es imposible alcanzar acuerdos duraderos, al igual que todos los grupos islamistas cercenan derechos civiles y eliminan la libertad, niegan los derechos humanos, los derechos de la mujer y han secuestrado el Islam y a millones de fieles musulmanes en distintas partes del globo, son igual de cruentos que ISIS o Al-Qaeda, pero no por ello se debe cargar al Talibán o al controvertido ex-presidente Ashraf Ghani con la culpa de la caída de Afganistán. Contrario a ello, la caída de Afganistán plantea muchas preguntas sobre los errores cometidos por Estados Unidos durante 20 años de presencia allí, durante los cuales gastó miles de millones de dólares para entrenar y equipar al ejército afgano. Cuando el tiempo transcurra el mundo conocerá más información que podría contradecir la versión de la actual administración estadounidense. Y cuando eso ocurra, seguramente la opinión pública mundial se sentirá tan engañada como los ciudadanos estadounidenses por la versión de la administración Biden-Harris.

Mientras el retiro desordenado sigue su curso surgen más dudas que certezas y el pasado martes se conoció un análisis de inteligencia presentado al Congreso de los Estados Unidos por el bloque republicano en febrero de este año, el mismo concluía que el Talibán aprendió la lección de cuando tomó el poder en el país en la década del 90. El informe señala que esta vez el grupo islamista no cometerá viejos errores tácticos y que asegurará en primer lugar los pasos fronterizos, controlará las capitales de las provincias y tomará las áreas del norte del país antes de trasladarse a Kabul. Hasta ahora es la única predicción que ha demostrado ser exacta. Todas y cada unas de las demás acciones y declaraciones de la administración Biden siguen presentando interrogantes que el tiempo habrá de develar y cuyo costo político deberá afrontar.

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