Por George Chaya

Infobae

 

No pasará mucho tiempo hasta que Afganistán se convierta definitivamente en un narco-estado y vuelva a ser una peligrosa amenaza global.

El pasado martes, David Cohen, el actual subdirector de la CIA, declaró que la agencia está monitoreando la situación en Afganistán. Al hablar en la Cumbre de Seguridad Nacional e Inteligencia en Washington, reconoció que el cierre de la embajada de Estados Unidos en Kabul y el cese de la red de estaciones de la CIA en el resto del país, quitaron capacidad de monitoreo sobre el terreno a la inteligencia estadounidense. No obstante, dijo que los informes de inteligencia actuales indican que existen discrepancias al interior de los cuadros del Talibán que están generando movimientos y posiciones desencontradas en relación al narcotráfico y al regreso de Al-Qaeda a Afganistán.

El funcionario declaró que gran parte de la inteligencia que se ha obtenido en las últimas semanas, después del retiro ordenado por el presidente Biden, proviene de bases cercanas, lo que en materia de inteligencia significa que la recopilación se realiza desde países fronterizos con Afganistán. Sin embargo, agregó que la CIA está trabajando en el desarrollo de contra-medidas y que de momento la comunidad de inteligencia estadounidense estima que Al-Qaeda podría demorar por lo menos un año en recuperar su antigua capacidad operativa para constituirse en una amenaza directa a intereses estadounidenses en la región o en propio suelo de los Estados Unidos.

La Central de Inteligencia Americana sostiene que desde su regreso al poder el Talibán se esfuerza por mostrarse como una fuerza política-militar cohesionada y monolítica. Sin embargo, algunos factores han comenzado a friccionar su pretendida homogeneidad y comienzan a verse las diferencias entre sectores ultra-religiosos y brigadas militares en al menos dos provincias afganas. Así, según transcurren sus primeros días en el poder, las divisiones dentro de la organización se ahondaron y ello favorecería el reagrupamiento de Al-Qaeda.

Por otra parte, el Talibán ha mostrado un despliegue militar unificado y arrollador que le permitió retomar el poder con un plan homogéneo que resultó exitoso en pocos días. No obstante, en el sector político dirigencial que participó de las negociaciones de Doha, Qatar; entre los que destacan figuras religiosas y militares existe un criterio inamovible sobre un punto en común con los sectores y cuadros militares intermedios y los nuevos gobernadores de las provincias que no se estaría cumpliendo al hablar del control de la economía ilícita del país, la que deriva del histórico tráfico de drogas que le otorga a Afganistán la característica de país abastecedor de opio y heroína a nivel mundial, en lo que la organización terrorista Al-Qaeda juega un rol esencial.

Según otro informe de la Oficina de Seguridad de la Unión Europea (UE) con el que acuerda la Organización del Atlántico Norte (NATO por sus siglas en inglés), el tráfico de drogas será el pilar fundamental a través del cual se financie el gobierno Talibán, y ese aspecto puede generar que la organización se fracture o se mantenga unida como un movimiento político sólido que impediría el rápido regreso de Al-Qaeda al país.

Para muchos analistas de agencias occidentales el manejo de esa economía ilícita sobre la política de drogas será el punto que puede dar lugar a rupturas en el seno de la dirigencia política-religiosa y los sectores militares del Talibán. Es en ese aspecto donde surgirán los primeros problemas en materia de cumplir lo firmado por la organización en Doha. Sus promesas de poner fin a la relacion con Al-Qaeda y al tráfico de drogas desde Afganistán expresan el nivel de desacuerdo y la gravedad de las tensiones existentes al interior de la conducción política del grupo islamista afgano.

El deseo de la cúpula política más alta del Talibán, la que toma las decisiones en el nuevo Emirato, pretende mostrar al mundo un mensaje e imagen moderada, pero el problema que está enfrentando ese sector es que un giro de timón que incluya cualquier situación represiva a la industria de las drogas afectaría no sólo su propia financiación sino también la economía del país, que se basa precisamente en el tráfico de drogas prohibidas, con lo que se estaría fracturando -en primer lugar- las economías regionales de los pequeños agricultores que se vería afectada, especialmente en el bastion político del Talibán en las provincias de Helmand y Kandahar, la región desde la cual el narcotráfico genera cifras millonarias por lo que muchos dirigentes sostienen que es vital para la financiación del nuevo Emirato.

Las agencias occidentales especializadas saben que de cumplir con la mitad de lo que ha prometido en Doha, la organización sufriría un golpe económico muy fuerte que afectaría los fondos para la financiación de su gobierno dado que sus líderes obtienen cientos de millones de dólares del cultivo de la amapola. Agencias de inteligencia de la comunidad internacional indicaron a sus gobiernos que disponen de testimonios de agricultores que han denunciado presiones y amenazas de muerte de los grupos armados del Talibán para no cesar en plantar y cultivar la amapola. En consecuencia, funcionarios de Washington consideran como muy probable que se produzcan enfrentamientos y fracturas que deriven en una situación de violencia regional entre los sectores que bregan por la aplicación de la Sharia en el Emirato y aquellos que se niegan a resignar las ganancias de esos cientos de millones de dólares necesarios para la financiación del gobierno y buscan mantener ese nicho de producción y la continuidad del mercado ilícito de las drogas.

Los 20 años de la intervención de Washington y otras fuerzas occidentales tuvieron un impacto altamente negativo en la actividad criminal y el mercado del narcotráfico en el país. Aunque como consideran algunas agencias antidrogas, los años de intervención no ofrecieron los resultados esperados en la lucha contra el flagelo que continuó proveyendo fondos a la corrupción y al terrorismo, incluso durante el depuesto gobierno del presidente Ashraf Ghani. Tampoco cabe duda para Bruselas y Washington que ese mercado criminal del narcotráfico ayudó al regreso del Talibán mientras las autoridades afganas asociadas a la intervención occidental miraban hacia otro lado permitiendo que la actividad criminal continuará.

De acuerdo a la CIA, lo que sigue para Afganistán es una muy probable economía ilícita que servirá para sostener y financiar al gobierno Talibán del Emirato. Para algunos funcionarios de la administración estadounidense la respuesta a lo planteado por la agencia la dará el mercado de la heroína y el opio, pero también el nivel de criminalidad futura del gobierno Talibán, lo cuál marcaría el menor o mayor tiempo de deterioro en la gobernanza del país.

Sin embargo, la esperanza del gobierno Talibán reside en las promesas recientes de grandes inversiones chinas. Pero si esa opción no resulta en lo esperado por los sectores religiosos, entonces será muy difícil sobrevivir para el Talibán y si la inversión extranjera se retrasara sus reservas económicas podrían agotarse en el corto plazo. Ante ese escenario, no parece que haya muchas opciones más que el retorno a los mercados ilícitos, por lo que deberán apoyar y sostener su crecimiento. En tal caso, como creen las agencias de inteligencia, el narcotráfico convertirá a Afganistán en un narco-estado que derrumbara la pretendida homogeneidad del mensaje actual del Talibán y su fracaso en materia de gobernanza quedara expuesto entre los propios afganos, donde una nueva guerra civil y un regreso a los años 90 puede ser una realidad que convierta al país nuevamente en santuario del terrorismo de Al-Qaeda.

No obstante, cualquiera sea la situación en que derive el tema de la relación del nuevo gobierno con las drogas, una financiación proveniente del narcotráfico claramente no se limitará a Afganistán y tendrá repercusiones en la región en general, su vecino Pakistán ha sido un socio de tránsito clave para la droga que sale del país, pero también para los precursores químicos que ingresan en él nada indica que eso no continuará del mismo modo.

Lo que la comunidad de inteligencia creé saber sobre la economía del Talibán y sus finanzas está centrado principalmente en cómo el grupo recauda dinero. Estos métodos han sido los impuestos, la extorsión, las donaciones de personas adineradas del exterior, los secuestros extorsivos para cobrar millonarios rescates y por supuesto el tráfico de drogas. Pero una mirada más cercana a esas fuentes de financiación revela una serie de actividades diversas que varían según la región dentro y fuera del país. El comercio del opio es una fuente de flujo de dinero altamente lucrativo y los informes de inteligencia de Washington sugieren que ha crecido en las últimas dos semanas igual que los envíos de droga al exterior, pero también creció la actividad de los laboratorios y la recepción de productos químicos para fabricar la heroína.

Todas estas variables representan una importante fuente de ingresos para el grupo que les permite montar y equipar una fuerza de combate fuerte -incluso renovar sus lazos con Al-Qaeda- con dinero en efectivo, como lo hace cualquier organización manejada por narcotraficantes. De allí que para las agencias estadounidenses no pasará mucho tiempo hasta que Afganistán se convierta definitivamente en un narco-estado y vuelva a ser una peligrosa amenaza para su seguridad nacional, como quedó demostrado aquel trágico 11 de septiembre de 2001.

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