Por George Chaya
INFOBAE
Esta guerra muestra que para tener éxito, las estrategias deben ser mucho más amplias que abarcar el dominio militar de un territorio.
Sectores de distintos signos ideológicos de las organizaciones supranacionales e incluso Institutos de estudios estratégicos dependientes de distintas Universidades occidentales trabajan en la búsqueda por construir una visión política, económica, tecnológica y desde luego estratégica que permita reconocer qué ha cambiado y cuál ha sido el aprendizaje en la guerra de Ucrania. En esa línea de análisis lo que se ha desarrollado y está alcanzando niveles desconocidos en relación al pasado es la tecnología militar y su capacidad de destrucción. Los drones, misiles hipersónicos y satélites que transmiten información en tiempo real sobre objetivos en tierra a las unidades de artillería de ambos bandos surgen como las mayores novedades de una guerra que se prolongó de forma sorprendente.
Sin embargo, estas lecciones que se desprenden de la invasión de Putin a Ucrania pueden no tener una aplicación universal, excepto en términos generales que muestran la valentía y el coraje de un pueblo que combate día a día por su tierra. También la dignidad, el compromiso y la creatividad permitieron a Ucrania repeler la primera gran invasión rusa y, de mínima, ejecutar avances tácticos y la contraofensiva en curso.
En el pensamiento de Occidente el aspecto relevante refiere a las lecciones tácticas operativas convertidas en elementos facilitadores en materia geopolítica y geoestratégicas que proyectan situaciones futuras ante casos similares.
Los conflictos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y las estrategias derivadas de esas experiencias militares tácticas y cortoplacistas solamente han mostrado fracasos inevitables, Afganistán demostró esto último de forma palmaria.
La guerra de Ucrania muestra que para tener éxito, las estrategias deben ser mucho más amplias que abarcar el dominio militar de un territorio. Si vamos más atrás en el tiempo del ejemplo afgano, la estrategia estadounidense en Vietnam fue cuestionada por sus altos mandos militares, muchos de los cuales avisaron que no funcionaria y así ocurrió. Algo similar sucedió en los años 90 y 2000 con las dos experiencias militares en Irak. Y por supuesto, el ya mencionado caso afgano que marcó el mayor desastre militar en la historia de la ex-Unión Soviética.
En el caso de Ucrania, un primer elemento muestra que la estrategia empleada por Putin y sus fuerzas fue una estrategia militar pésimamente mal planificada. El tiempo y la extensión de la guerra demostró que el líder ruso, su ministro de defensa y su plana mayor equivocaron el camino cuando Putin ordenó capturar Kiev de forma rápida esperando que Ucrania se rendiría en menos de una semana.
En otro aspecto, un sector de especialistas en seguridad y defensa (con los que concuerdo) fundamentan sus criterios en base a la experiencia histórica. Así, llegamos a la conclusión de que los ataques furtivos siempre tuvieron un éxito táctico cortoplacista. La invasión nazi de la ex-URSS en 1941, el ataque japonés sobre Pearl Harbor y la invasión norcoreana del sur en junio de 1950 fueron éxitos tácticos que en ningún caso terminaron bien para el agresor primario.
Las guerras de Oriente Medio son otro ejemplo concreto ya que comenzaron con exitosos ataques furtivos-tácticos pero terminaron muy mal para quienes los iniciaron, los más famosos fueron los golpes sobre Israel en junio de 1967 y lo propio cuando Egipto y Siria atacaron al estado judío en 1973. Sin embargo, superada la sorpresa táctica inicial, los israelíes ganaron ambas guerras. En consecuencia, el ataque furtivo de Rusia sobre Ucrania ofrece motivos para revisar el devenir de la historia en materia de ataques furtivos-tácticos aun sin inclinarse terminantemente sobre vencedores o vencidos.
Otro elemento de aprendizaje en el caso de Ucrania, indica que la forma en que los estados aprenden de guerras anteriores es fundamental, aunque eso no siempre sucede, pero en la preparación para esta guerra los ucranianos explotaron la experiencia de 2014.
Cuando en 2014 Crimea fue tomada por Putin, se desarrolló un enfoque militar totalmente diferente a lo que los ucranianos habían puesto en práctica en materia de sus asuntos militares. Los cambios desarrollados actualmente por Kiev fueron amplios después de esa acción rusa y se extendieron desde un nuevo enfoque organizativo hasta el uso innovador de la tecnología para su defensa, todo constituyo importantes reformas en la política de defensa de los ucranianos. La razón fundamental que marcó ese escenario fue que Ucrania enfrentaba una amenaza existencial real que finalmente emergió con la invasión rusa de 2022. Occidente se plegó a la defensa del territorio ucraniano y más allá de los peligros de una guerra nuclear que no ha dejado de ser una amenaza desde entonces y continúa siéndolo hoy aunque Estados Unidos y la OTAN nunca perdieron ningún territorio ante la ex-Unión Soviética y la Rusia actual, el caso ucraniano puede marcar una diferencia fundamental en la historia que aún no tiene un final a la vista.
En Ucrania se aprecia que los estadounidenses han efectuado importantes cambios tanto en su estrategia militar como en la estructura de sus fuerzas durante la Guerra Fría. La pregunta actual es ¿qué está haciendo la OTAN y Estados Unidos hoy que se enfrentan a Rusia y China y cuáles serán los límites que se le permita a esa alianza en esta nueva confrontación? Con respecto a Moscú y Beijing, Washington se movió desde muchos años antes para neutralizar y superar la alianza ruso-chino en materia de poder militar y capacidades misilísticas por lo que no cabe duda que tiene la capacidad de disuadirla y derrotarla.
Las enormes pérdidas de Rusia en sus fuerzas convencionales y equipos militares amenazan a Moscú con perder hasta la mitad de sus capacidades de combate de cara al futuro inmediato, por lo que dependerá más de su ventaja numérica en armas tácticas y termo-nucleares; una pequeña ventaja que trata de imponer desde la retorica de Putin. Pero el líder ruso sabe que eso no lo hace mas fuerte y que no es una decisión sencilla de tomar la de utilizar una arma táctica porque habría una respuesta inmediata y ello sería el equivalente a la destrucción mutua.
También existe un elemento determinante, en el supuesto que la OTAN interviniera masivamente con su fuerza militar en favor de Ucrania, lo cual no fue así ya que lo hizo de forma parcial hasta hoy, pero si se coordinara una estrategia de supremacía aérea total y se utilizaran misiles ultra modernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y otros miembros de la OTAN en operaciones combinadas, claramente la guerra ya habría terminado y se hubiera mostrado lo que en su tiempo el general Collin Powell calificó en Irak como fuerza sumamente abrumadora. Si eso hubiera ocurrido, las fuerzas militares rusas habrían sido aplastadas corriendo la misma suerte que las fuerzas iraquíes dos veces (en 1991 y 2003). Esto no quiere decir que la OTAN deba intervenir de forma directa militarmente en Ucrania, lo que no hará y no debería hacer.
Sin embargo, Ucrania continúa ejecutando su planificada contra-ofensiva, las fuerzas del presidente Zelensky atacan constante y linealmente sobre las tropas invasoras para desbaratar su estructura de mando militar. La incompetencia rusa también ha jugado un rol negativo e importante y muy probablemente decisivo para impulsar la defensa y el contra-ataque de Ucrania. Nadie en Moscú predijo esto antes del día de la invasión rusa en suelo ucraniano. De igual modo nadie estuvo preparado en la Federación de Rusia para el caos político causado por el impensado motín -finalmente abortado- de Yevgeny Prigozhin, el jefe del Grupo de mercenarios Wagner, y aunque la espuma de ese incidente ha bajado, las consecuencias se mantienen presentes en los resultados sobre el campo de batalla. Y esa es la nueva y más importante lección que la OTAN y Estados Unidos deberían aprender y capitalizar para elaborar una estrategia que ponga fin a esa guerra cuya continuidad ya carece de sentido para toda la comunidad internacional.
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