Dr. Fernando Domínguez

 

El alma de una nación está incrustada en su historia, en su cultura, en las características heredadas de sus fundadores, en los forjadores de esa historia resumidora del pensamiento y en el carácter predominante de esos luchadores.

Muy lamentablemente, el castrato, esa monstruosidad impuesta a punta de pistola  por aquellos que se apropiaron del país y de su cultura; de las herramientas que transmiten esos atributos. Lo han hecho conscientemente,  para  manipular, para desteñir, para  violar,  para imponer una farsa que ni se parece a la original, que por  más de 400 años se forjó, y creó el cubano libre, anterior al castrismo.

No es casualidad que ese cubano libre, fuera de la mazmorra ideológica en que le esclavizan a vivir, sea triunfador clásico en la vida, en los negocios, en el arte, en la literatura, en el cine, y toda otra manifestación de la vida social civilizada. Ese cubano libre es celebrado, admirado e imitado en muchos lugares del mundo. Menos dentro de Cuba.

El éxito y el triunfo son rasgos heredados de nuestros antepasados. En  otras tierras identifican al cubano como un triunfador.  El perdedor se encuentra dentro de Cuba.  Esclavizado. Perseguido. Aplastado. Reprimido. Su propiedad confiscada. Sus sueños destruidos. A menudo encarcelado. Golpeado y abusado impunemente.  No es casualidad que tenga un solo objetivo y pensamiento: emigrar. Escapar del infierno castrista.

No cabe ninguna duda de la imperiosa necesidad de constatar el daño para poderlo curar. Para recuperar el alma forjada por la mezcla de colonizadores, mambises, esclavos, inmigrantes, que llegaron a tener la nación más próspera y libre de toda la región, la más educada y culta, a dónde acudían a formarse ciudadanos del resto del continente y en cuya cultura cotidiana existía una población autóctona, ricamente mezclada con inmigrantes que llegaban a disfrutar lo que no tenían en sus lugares de origen.

Una nación que dio cuna a uno de los más importantes escritores de la Lengua Española y quien dedicó su alma, su vida, su pensamiento y su acción a la Libertad. Para lograrla, ofrendó su valiosa vida.

Es preciso entender que recuperar esa alma, determinada por la historia real y verdadera, la cultura libre de orejeras ideológicas, impregnada por el humanismo martiano de  tener una “Patria de Todos y para el Bien de Todos” es tan importante como la Libertad. Para una lucha real por la Libertad es menester que la Patria vuelva a ser de Todos y Para el Bien de Todos y no de unos pocos para su propio y único beneficio.

El gran problema a superar es la censura castrista que esconde  esa historia  escrita.  La desaparición de todos esos valores sociales, políticos, ideológicos y culturales ha sido una tarea prioritaria  del castrismo y esconderla ha sido el camino predilecto. Se ha dedicado a desteñir el patriotismo, a esconder el heroísmo mambí, a vulgarizar la cultura viviente que se transmite en radio, televisión, prensa, reuniones; a encerrar el patriotismo y el humanismo martiano en la vileza de referirse a él únicamente como “el inspirador del Asalto al Cuartel Moncada”,  la actividad terrorista encaminada únicamente a promover la figura del monstruo de Birán como un supuesto héroe popular.

El castrismo llegó al poder a punta de pistola, con los métodos terroristas más despiadados y sin el menor recato, para proclamar a los cuatro vientos que eran los nuevos amos del país, que ya no iba a ser de “todos y para el bien de todos” sino total y exclusivamente de ellos y para el bien de ellos. Y de nadie más.

Desde el primer día, dedicados denodadamente a borrar la historia, la cultura, los logros anteriores; incluyendo la prosperidad y la libertad; impedir cualquier comparación con el pasado. La nueva forma de “ordeno y mando” necesitaba esa desaparición. ¿Quién ha visto esclavos cultos?

Los que estudiaron en aquella República, la más adelantada del continente, leían libros y revistas de cultura y principios humanistas; estudiaban con reverencia a nuestros mambises; escuchaban radio y asistían a teatros con cultura cubana y/o universal;  veían TV con decencia y con comerciales, no con lavadores de cerebros. Nuestros maestros y profesores eran lo mejor de aquella cultura. Preparados, cultos ellos mismos y fervorosos y orgullosos de enseñar un pasado glorioso.

Repentinamente nuestros profesores y maestros se marcharon, despavoridos por la ignorancia, el maltrato, la discriminación y la chabacanería destructora; los teatros y cines fueron desapareciendo;  el radio, la TV y la prensa, transformados en papilla ideológica en sustitución de todo lo demás.

Asesinatos en masa fueron calificados de “justicia revolucionaria”. La represión ciega y despiadada para quiénes disentían. Muchos hicieron enormes esfuerzos y sacrificios para marcharse y salvar a sus familiares y descendientes de ese infierno, que crecientemente fue cada vez más opresor, más miserable, más empobrecedor, más descerebrado. Otros fueron descendiendo social, humana y moralmente en la misma proporción y se transformaron en agentes de esa barbarie, aplastando a los demás, enrolados como cómplices.

Sesenta y tanto años de esa pestilencia  han logrado una buena parte de sus malignos objetivos iniciales. El campo de concentración es omnipresente y ni idea de conocer el pasado de cultura, rica historia, humanismo martiano, progreso, prosperidad. Generaciones enteras han sido privadas de su propia historia y cultura. Y claro, nadie puede apreciar lo que no conoce, con el doloroso resultado de hoy.

Muchos de los que han escapado y continúan escapando de ese infierno, en sucesivas generaciones, jamás tuvieron la formación, la educación, la cultura humanista, anterior. Se la escondieron. La barbarie los educó en sus propias reglas. Era el objetivo y el método.

Resulta prioritario regresar al camino de la cultura, del humanismo, de la educación, en el sentido general del término. Es el alimento del alma y la libertad que contribuirá a un futuro luminoso de “con todos y para el bien de todos”. Mejor que la sociedad que perdimos en 1959.

Ser cultos para ser libres. Y ser libres para poder ser cultos. Ambas cosas se entrelazan y condicionan y son un ejemplo de la gigantesca tarea que tiene por delante el pueblo cubano.