Dr Fernando Dominguez

 

La industria de la politiquería tiene un arma fundamental: mentir descaradamente.

Como muestra palpable de esa aseveración solo es necesario repasar lo que afirman en la campaña electoral para buscar apoyo, votos y dinero con el cual financiar el acceso al poder y/o mantenerlo.

Para el politiquero promedio la receta es simple: Prometer contundentemente que luchará por obtener lo que el auditorio está ansioso de tener, no importa lo que sea; y aseverar, con la mejor cara dura posible, que su contrario está opuesto a que eso se logre… Eso no falla. Y de acuerdo a las circunstancias y/o a los años transcurridos desde que esa promesa haya sido enarbolada, insiste que de eso se ocupará desde el primer minuto después de ser electo.

Cuando llegue el momento de volver a la campaña para ser re-electo, simplemente reitera su compromiso con alcanzar esa meta y elude hablar de las causas por la que ello no haya sido posible, insistiendo en que su contrario y su agrupación política son los culpables por su conocida oposición a lograr alcanzar ese tema. No importa cual sea la verdad, esa siempre será su posición.

En el caso de las tiranías socio-comunistas, y similares, agrupados como izquierdistas, progresistas, y todo tipo de populistas, pues la campaña es permanente. Allí ni siquiera tiene que ir a elecciones… la campaña es cotidiana, principalmente para alinearse inequívocamente a la política oficial que representa y su encarnación en la excelsa figura de su líder máximo. Generalmente esa mentira es para ser consumida principalmente para mantener la contención del “enemigo” todopoderoso representado por el gobierno de otro país, que siempre será la encarnación viva y absoluta de la maldad, y las más pérfidas intenciones. Sostener esa mentira, como cantaleta por siempre y para siempre, es parte de la mentira oficial, ahora consagrada como principio eterno e inamovible.

Para muestra, un botón: en la democracia libre, aspiraciones como la “legalización” de supuestos derechos, ya sea la legalización de algo supuestamente importante para algunas minorías, la defensa contra políticas supuestamente discriminatorias, el establecimiento de supuestas “igualdades” machaconamente presentadas como producto de las malas intenciones de sus contrarios  y cosas por el estilo, difíciles de demostrar, pero que se convierten en una consigna cuidadosamente cultivada por años, por la agrupación política o grupo de presión social al que representan.

El botón de muestra de los socio-comunistas y las dictaduras y tiranías de igual corte, son el “bloqueo despiadado” a su desarrollo y crecimiento económico; la permanente “hostilidad” a su gobierno, las medidas “discriminatorias” que les han aplicado para contener su agresividad de conquista, la definitiva responsabilidad de sus enemigos por el empobrecimiento contínuo que de manera consustancial es la causa del resultado de sus descabelladas políticas, su ineficiencia administrativa, siempre enfocada al sostenimiento de su grupo dominante en el poder y nunca en la absoluta falta de eficiencia económico-administrativa a favor de resultados para la población, y otras realidades por el estilo. 

En la democracia en la que vivimos, vemos como los problemas ideológicos, anti-económicos y demagógicos consustanciales a su forma de pensar y que pretenden imponer como línea de pensamiento y objetivo de su existencia, de forma similar a la tiranía socio-comunista, están basados en la pretensión abstracta de modificar la historia real de la nación, imponer un sistema económico anti-económico, inflacionista, promotor de la erradicación del mercado como motor impulsor del desarrollo, gladiador de una supuesta lucha por eliminar supuestas desigualdades sociales, raciales y económicas y conducentes a la disminución sistemática del nivel de vida, de la seguridad nacional y del papel rector de las verdaderas palancas económicas por jerarquizar, equivocadamente, la ingeniería social por encima del bienestar y la prosperidad que han consolidado a la nación desde su nacimiento.

En el caso de la tiranía comunista, vemos como la sistemática destrucción de la base objetiva del  desarrollo y la prosperidad han destruido y arruinado a los activos económico-sociales de la nación. La nacionalización absurda de la propiedad de la tierra para dejarla destruir por incapacidad organizativa ha empobrecido a niveles insospechados la base alimentaria; de la esencia del contenido de la cartera de productos exportables. La destrucción consciente de la industria azucarera, la ruina de las comunidades creadas por la destrucción dirigida de los centrales azucareros y sus áreas agrícolas, tras siglos de desarrollo, han sido un factor clave en el empobrecimiento de millones de personas cuya vida económica, laboral y socio-cultural ha sido arruinada por una decisión estúpida y suicida. La destrucción de la industria básica, la generación de electricidad, la industria ligera, el comercio, la atención a la salud, el inexistente mantenimiento y desarrollo de los acueductos, la red de alcantarillado y demás servicios a nivel comunitario, han empobrecido la existencia diaria, destruido por inercia la red de carreteras y calles; la destrucción, por abandono de la cartera de viviendas, de la producción de bienes exportables y de consumo, han destruido la calidad de la vida social, rebajado el nivel de satisfacción ciudadana que carece de todo tipo de servicios, transporte y atención.

En resúmen, han tornado la sociedad cubana en invivible, como resultado de lo cual, alrededor de un tercio de la población ha emigrado, en oleadas y en un flujo continuo y sistemático; han destruido la familia al impedir la comunicación entre los que emigran y los que no, han creado un ejército de burócratas civiles, militares y para-militares, de delatores, de instigadores y ejecutores de la intimidación, operadores de una opresión y represión descomunales, que abarca un porcentaje tan alto de la población, que al descontar los niños y los ancianos, deja apenas una pequeña minoría para la producción, que por supuesto, declina sistemáticamente y hace todavía más invivible la existencia diaria. Encima de todo ello, han reducido drásticamente la capacidad adquisitiva con una política monetaria y de precios que baste decir es increíble: El peso que era a la par con el dólar en 1958, hoy vale entre 0.01 y 0.015 y encima, los bienes son vendidos en moneda extranjera, condenando a la indigencia total a una enorme cantidad de la ciudadanía y una depauperación creciente a la totalidad. De un paraíso han convertido al país en invivible y de vivir solo se puede sobre-vivir.

Pero por supuesto, la culpa no es de ellos. Es del “bloqueo”, en el cual adquieren la alimentación básica actual sin la que hubiesen muerto de hambre pues no producen absolutamente nada.

En ambos casos existen problemas de naturaleza similar. Solo que en la democracia, la votación electoral permite sacar del poder a los que no lo hacen bien, no importa su discurso.

En el otro, los tanques, el monopolio de las armas y la fuerza bruta, tiene que ser vencida.