Redacción
Uno de los más desastrosos asaltos que sufrió La Habana en el siglo XVI por parte de los piratas franceses, que entonces, como consecuencia de la larga y enconada lucha entre Carlos V y Enrique II, asolaban las costas del Nuevo Mundo, fue el realizado el 10 de julio de 1555 por el famoso corsario Jacques Sores, valiente y experimentado marino que había sido almirante con Frances le Clerq (Pie de Palo) y logrado renombre por sus arriesgadas y victoriosas hazañas en la Palma, las Indias, el Canadá y las Antillas, y del que Cuba ya tenía doloroso recuerdo por haber tomado y devastado el año anterior la ciudad de Santiago de Cuba.
Gobernaba entonces la Isla el Sr. Gonzalo Pérez de Angulo, primer Gobernador que hizo de La Habana su residencia oficial permanente, y era Alcaide de la única pobrísima e inadecuada fortaleza que existía, a trescientos pasos del sitio que ocupa la Fuerza, el vecino de La Habana y Regidor de su Cabildo don Juan de Lobera, que ya en 1545-46 había hecho un viaje a España a fin de adquirir piezas y material de artillería para la dicha fortaleza, que sólo poseía antes un cañón de 47 quintales de peso, llamado “el salvaje”, una culebrina grande y cinco falconetes.
Ya sobre aviso, por noticias de la Corona, del peligro que amenazaba a La Habana, Juan de Lobera venía tomando a diario las precauciones del caso, que consistieron en el aumento de la ronda nocturna, la colocación de centinelas, día y noche, en el Morro, la obligación a todos los vecinos de andar siempre armados, al menos de espada, y otras disposiciones por el estilo.
Hay que hacer constar que las fuerzas disponibles en La Habana para entrar en combate contra los piratas eran diez y seis hombres de a caballo y sesenta y cinco de a pie, variadamente armados, según las fidedignas noticias, basadas en documentos originales existentes en el Archivo General de Indias en Sevilla, que nos da la historiógrafa norteamericana Irene A. Wright, en su valiosísima obra, premiada y editada por la Academia de la Historia de Cuba, Historia Documentada de San Cristóbal de la Habana en el Siglo XVI, de la que tomamos los principales datos para redactar estos Recuerdos.
Anunciado al amanecer del 10 de julio, por el vigía del Morro, navío a la vista, se disparó el cañonazo convenido, se congregaron doce hombres armados en la fortaleza a las órdenes de su Alcaide, y el Gobernador acompañado de tres vecinos, todos a caballo, se presentaron en la plaza. El navío, después de pasar la boca del puerto, continuó hacia el oeste, y para conocer su rumbo e intenciones, lo siguieron a lo largo de la costa, dos hombres de a caballo, los cuales regresaron a galope tendido con la pavorosa noticia de que el bergantín había echado anclas en la caleta de Juan Guillén (San Lázaro), y se dirigía su gente, bien armada, sobre la población.
Apenas supo esto el Gobernador Angulo, salió huyendo con su familia y algunos muebles hacia la aldea de indígenas de Guanabacoa, donde se refugió con otros vecinos. Ante la cobardía de Pérez de Angulo, Lobera se dispuso valientemente a resistir el ataque de los franceses, recriminando antes en una carta al Gobernador por su huida y pidiéndole auxilios.
Encerrado Lobera en la fortaleza con su gente, compuesta de españoles, mestizos y negros, más cuatro ballesteros y seis piezas de artillería, resistió tres ataques repetidos de los luteranos y herejes de Jacques Sores, impidió con la artillería que tomaran puerto el bergantín y otro navío grande del pirata, derribó su bandera izada en la ermita de la población, y rechazó enérgicamente las demandas de rendición, aún después de incendiada parte de la fortaleza.
Así se mantuvo, tocando a rebato por si venían auxilios de Angulo, y disparando la pieza más grande de artillería, hasta la mañana del día siguiente. Pero —nos cuenta Miss Wright, tomándolo de los documentos inéditos del A. de I.— “al romper el alba vio Lobera que se hallaba cercado y se convenció de que estaba perdido. Por todos lados los franceses en buenas filas formadas, le rodeaban.
Su gente protestaba contra Lobera —que muriese si se empeñaba en hacerlo, pero que no sacrificase a ella. Sus arcabuces estaban gastados y sus ballestas sin cuerda, y muertos dos de los cuatro ballesteros. Un artillero sostuvo una traidora conversación en alemán, con el enemigo. Sores, por su parte preguntó si era loco el que mandaba esa fortaleza. Lobera se vio obligado a rendirse, pero lo hizo en condiciones honrosas; el francés le aseguró su vida y la de los suyos, y le dio palabra de respetar el honor de las mujeres.
Lobera entregó veinte o veintidós personas: algunos negros y dos españoles habían escapado. El francés subió al terraplén y cubrió con la bandera de Francia la artillería que en tanto apreciaba Lobera. Exigió el botín, pero allí no había nada; del escritorio del Alcaide no obtuvo más que un anillo con una esmeralda y alguna vajilla de plata.”
Puestos en libertad los niños y las mujeres, fueron encerrados los hombres en un aposento de las casas de Juan de Rojas, Regidor y hermano político de Juan de Lobera, donde el francés tenía su cuartel general, y se concertó una tregua para negociar con Angulo el rescate de la población, que Sores hizo ascender a treinta mil pesos y cien cargas de pan cazabi, ofreciéndole los españoles, con gran indignación del pirata, sólo tres mil ducados.
Angulo no aceptó la tregua, y con noventa y cinco españoles, de los que nueve iban a caballo, doscientos veinte negros y ochenta indígenas armados con piedras y palos, que pudo reunir de los alrededores y hasta de Matanzas, se dispuso a sorprender a los franceses mientras dormían u holgaban, lo que no logró por completo por los importunos gritos que lanzaron los indígenas, lo que dio lugar a los franceses a refugiarse en las casas y rechazar, como rechazaron, el ataque, matando Sores, por la traición que le habían hecho, a unas veinticinco personas, y estando a punto de perecer el propio Lobera, al que soltaron después, explicada su inocencia en el ataque de Angulo, aunque exigiendo por su rescate dos mil doscientos pesos, que reunieron sus amigos.
Reanudadas las negociaciones para el rescate de la población, éstas no tuvieron resultado feliz, pues Sores rechazó “los miserables mil pesos” que ofrecieron los habitantes, y le prendió fuego a la población, destruyéndolo todo, quemando las embarcaciones que había en el puerto y las estancias vecinas, colgando a los negros de ellas, ultrajando las imágenes de los santos y las sagradas vestiduras, perdiéndose en el incendio también, los archivos del Cabildo habanero anteriores a 1550.
El cinco de agosto, a media noche y, “con buena luna y próspero tiempo para desembarcar“, se hizo Sores a la vela, dejando La Habana, arrasada, a sus vecinos en la miseria y maldiciendo al hereje francés y renegando de su cobarde Gobernador. Lobera partió poco después para España, “llevando credenciales extraordinarias en forma de narración épica hecha por el Cabildo de La Habana de la visita de Sores.”
Angulo, acusado de imprevisión y cobardía fue enviado preso a España para ser allí juzgado de imprevisor, cobardía y de abusos y falta de probidad, siendo el último de los Gobernadores civiles de esta época, sustituyéndole, como primer Gobernador militar, el Capitán don Diego de Mazariegos, que en los diez años de su mando se vio libre de corsarios, reconstruyó la fortaleza de La Habana y cooperó con los vecinos a reparar los daños y miseria que los ataques de los franceses habían ocasionado a la Isla.