Por Orlando Viera-Blanco
Una clase celestina se emborracha de una dolarización desatada y provocada por un régimen que pulverizó nuestro Bolívar como signo monetario.
Cuenta la historia que María Antonieta consorte del Rey Luis XVI de Francia, en medio de su opulencia y extravagancia, preguntó a una doncella de palacio: ¿Por qué tantos harapientos en las calles de Paris? ¡Porque están buscando pan para comer y mueren de hambre su majestad! respondió la damisela. Pues Qu'ils mangent de la brioche [que coman pasteles] respondió la reina.
Aunque se dice que María Antonieta jamás lo expresó, así lo reseña Jean Jaques Rousseau en su tratado confesiones de 1782. En todo caso una respuesta de los ilustradores a la frivolidad de Versalles en una época de inmensos contrastes entre una vida arrojada entre jardines y nobleza vs. la trata inmisericorde de los siervos. Venezuela, a 231 años de la revolución francesa, atraviesa su propia versión de versallinos vs. miserables.
Una mácula llamada apariencia.
Venezuela ha entrado en una espiral de aparente normalización. Una mota muy delicada, por banal e ilusoria. Sin dejar de reconocer el derecho a vivir una vida normal y alegre, propia de la naturaleza humana, más por haberla sudado con honestidad y después de mucha inestabilidad, otros se exhiben buchones y embriagados de lujos, descaradamente faustos, por emanar tal holgura de una expoliación sin precedentes a los tesoros de la nación.
Una clase celestina se emborracha de una dolarización desatada y provocada por un régimen que pulverizó nuestro Bolívar como signo monetario. Sin productividad y con una inflación incontenible e inmanejable, la decisión fue jugar a una economía golondrina, insubstancial, lisonjera, que ha disparado una vida encapsulada de mil y una noches, de Humboldt, Ferraris y “VIP Club”. Un microcosmos ciclópeo y cleptócrata que lanza una bofetada a una Venezuela mayoritariamente mísera (95%), donde al menos 10 millones de venezolanos están por debajo de los umbrales proteicos según informes de la OMS.
Entretanto un estado ausente de un plan de vacunación serio-que al ritmo que va tardaría 50 años en vacunar a la población-deja correr una política de laissez fair laisse passer; un sálvese quien pueda en tierra sodomizada, donde unos se contagian de COVID en sus rumbas enchufadas mientras otros se infectan en los vagones de un metro atiborrado. Dos venezuelas, donde una muere de mengua y otra embriagada de una falsa revolución. Pues Qu'ils mangent de la brioche [que coman pasteles]. Una maca de frivolidad y apariencia donde al desposeído ni lo ignoro....
Esa Venezuela de fachada, bodegones y escoltas en coches blindados es la que le hace la corte al rey. Una dinámica muy perversa, fatua, ficticia, que abruma sobre una economía soterrada, corsaria y corrupta. Un circuito de dinero sucio que se mezcla con remesas legítimas y tapaderas, donde el valor del emprendimiento, el trabajo productivo y competitivo es despreciado.
La otra Venezuela muere o se marcha a solas. Cuidado con desprendernos del dolor compartido. Unos pocos privilegiados con dinero fácil generan un hábitat florentino, aterciopelado, de noches estrelladas y de góndolas venecianas, que nada sabe ni les importa la Venezuela triste, adolorida y desolada, que pare niños con hidrocefalia de vientres rotos y secos. Rescato de este grupo de corsarios, a venezolanos honestos que repatrian sus ahorros bien habidos y que tiene derecho a tener una vida normal. Pero lamentablemente, cuidémonos de la banalización del mal, que es lo más cercano a la ignorancia deliberada, es decir, “eso de morir o emigrar, no es mi problema”.
Una Venezuela que se marcha, que bebe de cloacas y come desechos, no puede ser ignorada. Una Venezuela humillada que ve a sus hijos reclutados por el coqui, que sufre a sus niños desertando de sus escuelas, a pies descalzos y barriga vacía mientras ve a otros comer, beber, cantar y bailar felizmente, es una Venezuela que sigue acumulando profundos resentimientos. Cuidado con poner de lado nuestra vocación de contrición y propósito de enmienda, que es exhibir y practicar clemencia. Esa Venezuela de desigualdades y diferencias insalvables como nunca vistas en el pasado, no puede coexistir, pero tampoco levantarse.
La explosión no será social. Será criminal.
La anomia es un fenómeno muy fuerte y peligroso. La carencia de valores éticos piadosos en una sociedad conduce a una crueldad sin distinción. Las memorias de la humanidad dan cuenta de las luchas del hombre por su estómago, pero también por su dignidad. Las masas de pronto estallan más por humilladas que por hambreadas. El asunto es que el hombre en ayuno busca saciarse mientras que el humillado busca venganza. Piense por un segundo que siente un venezolano despojado de alimento, pero también de afecto, cuando ve a otro, que ni le mira ni le siente. De la anomia a la hoz, hay un pie. Montado en ese “reflujo histórico” es que Karl Marx-prusiano acomodado y bien estudiado en la Universidad de Bonn y en la de Humboldt de Berlín- escribió el manifiesto al partido comunista [en coautoría con Engels] y su Capital.
Cuando una sociedad permuta los linderos de la piedad por la futilidad, no es sólo el régimen [que lo propicia] quien está en problemas. Lo estamos también los indiferentes, los impasibles, los estoicos. Una generación súbita, espontánea, ¡que sólo se ve así misma...! ¡Como María Antonieta en el salón de los espejos! El que tienes ojos…
https://www.diariolasamericas.com/opinion/que-coman-pasteles-n4220081