Por Herman Beals

Uno de los viajes que recuerdo con más afecto --y como corresponsal extranjero realicé muchos por todo el mundo-- fue el que hice en tren desde Buenos Aires a La Paz hace 60 años. Despues del Campeonato Mundial de Fútbol de 1962 en Chile, en el cual por primera vez trabajé para una agencia internacional de noticias, con mi amigo Ted Córdova decidimos viajar a Buenos Aires, pasear un mes en esa gran ciudad y de allí seguir a Bolivia.

Luis Eduardo Córdova (todos le decían Ted o Teddy), fue mi compañero de clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile y ya se perfilaba como uno de los buenos periodistas que haya tenido Bolivia, junto con Hernán Maldonado Borda,  Alberto Zuazo Nathes, Jorge Canelas y muchos otros. 

Para ese viaje Teddy tenía un plan grandioso. Gastaríamos casi todo nuestro dinero viajando a todo lujo hasta La Quiaca, la última ciudad en Argentina, y de ahí cruzaríamos a Villazón en Bolivia donde un tío suyo era el jefe de estación y quien se encargaría de nosotros para el resto del recorrido. No resultó exactamente así.

El tren, del Ferrocarril General Manuel Belgrano en honor al procer argentino, salía de la estación Retiro en Buenos Aires. Hasta allí fue a dejarnos Rogelio Garcia Lupo, un brillante periodista argentino que habíamos conocido cuando trabajaba en Chile. Rogelio, muy formalmente nos entregó un pedazo de tiza a cada uno al despedirse. Extrañados le preguntamos: “¿Para qué es esto, Rogelio?”. Riéndose nos  contestó: “Muchachos, para que se hagan la raya del c... cuando lleguen a La Paz”.  Quizás tenía razón.

Era el 5 de agosto de 1962, el mismo día en que Marilyn Monroe se quitó la vida, según nos enteramos después. El tren pernoctaba en La Quiaca y el conductor nos informó que seguiríamos al día siguiente, después de pasar inmigración, para entrar a Bolivia. Pero Teddy no era muy aficionado a seguir las normas y me sugirió que cruzáramos a  Bolivia a ver a su tío, el jefe de estación, y "a tomar unas cervecitas para celebrar el Día Nacional de Bolivia".

Así lo hicimos. Nadie nos detuvo en la frontera y cruzamos hacia Villazón, ya de noche, caminando sobre los durmientes del puente entre las dos ciudades. Cuando volvimos a Argentina al día siguiente, ya de día, yo no podía creer que en la obscuridad hubiera atravesado ese puente. Pero esa no era la única sorpresa. Resultó que al tío de Teddy lo habían comisionado a otra ciudad y, por lo tanto, nadie nos podia dar los pasajes para el resto del viaje hasta La Paz.

Teníamos suficiente dinero para comprar pasajes más baratos, de modo que en un suspiro pasamos de primera a tercera clase. El tren, que desafortunadamente fue eliminado algunos años después, subía penosamente desde Villazón al Altiplano boliviano, pasando por algunas de las estaciones a mayor altitud del mundo. En una de ellas, Río Mulato, para comer algo compramos lo que localmente se llamaban "huevos estrellados". Dos huevos sobre un puñado de  arroz, todo ello en un papel gris parecido a una servilleta. Eran realmente buenos para combatir el hambre y el frío a esa altura.

Muchas horas después, ya al anochecer, llegamos a El Alto, entonces sólo un pueblo, sitio del principal aeropuerto boliviano. Desde allí comenzamos a descender hacia La Paz. Durante el trayecto oíamos las explosiones de cohetes de fuegos artificiales festejando el 6 de agosto, el Día Nacional boliviano.
Le pregunté a Teddy si esos cohetes eran para celebrar mi llegada.

Teddy, quien acudía a su acento argentino cuando quería ser socarrón, me respondió: "Mirá, se congelará el infierno el  día en que los bolivianos festejen la llegada de un chileno". Yo ya sabia eso. Pero así y todo, lo pasé bien mientras viví en La Paz y Cochabamba. Bolivia es un hermoso país, perjudicado por políticos inescrupulosos, como sucede en muchas partes del mundo.