Herman Beals,

Nueva York

 

Este es un cuento de trenes. Cuando yo era adolescente, muchos años atrás, tenía que pasar todas las mañanas por la estación de trenes para ir a clases.

Para ganar tiempo, caminaba por las vías férreas donde estaba la "tornamesa" sobre la cual la locomotora a vapor era posicionada en la dirección correcta para su viaje ¬diario entre las ciudades de Cauquenes y Parral.

Yo conocía al maquinista, un señor unos 40 años, creo que de apellido Morrison, porque jugabamos fútbol juntos. Tan pronto como me veía, me gritaba: "Muchacho, ayúdame a empujar la tornamesa".

Realmente no creo que necesitaba mi ayuda porque los rodamientos de la tornamesa eran mantenidos muy bien aceitados. Pero él sabía o tenía la idea que me gustaba hacerlo.

Una vez que los rieles estaban emparejados y la locomotora (maquina en chileno), en posicion correcta, Morrison me permitia que lo acompañara a bordo para las maniobras de acoplamiento que dejarían al tren de tres o cuatro vagones listo para el viaje de 49 kilometros a Parral, ciudad posiblemente conocida de nombre por los amantes de la poesía, porque allí nació Ricardo Neftali Reyes Basoalto, alias Pablo Neruda.

Mi aventura matinal con la vieja pero reluciente locomotora Baldwin despertó mi pasión por los trenes, que dura hasta ahora, muchas décadas después.

Trenes de modelo eléctricos me acompanaron a mí, a Angélica y mis hijos mientras mientras trabajaba con agencias de noticias en Caracas, Nueva York, Miami y Washington, y en la actualidad tenemos tres ferrocarriles, de diferentes escalas, en nuestra casa en el estado de Nueva York.

Durante el invierno hago funcionar los trenes eléctricos de escala pequeña, N y HO,  bajo techo. Debemos esperar que se despeje la nieve que cubre las vías, para poder "operar" (nunca jugar en el dialecto de los aficionados), en el tren de jardín, de escala G, mucho más grande que los tamaños N, HO y otros intermedios.

El ferrocarril de jardín, con vías entre flores, plantas, árboles y lagunas o riachuelos artificiales, es mi orgullo y alegría. Los rigores de la vejez obligan a abandonar muchas cosas agradables pero en mi caso, no los trenes. Incidentalmente, el ferrocarril entre Parral y Cauquenes fue abandonado hace varias décadas, precisamente el 19 de Septiembre de 1947. Había sido creado en 1883, cuando Chile era un país de trenes, ayudado por su geografía larga y angosta.

No puedo asegurar que su terminación --y el deterioro en general de  los ferrocarriles en el país sudamericano-- se halla debido a que un gobernante militar temía que si Chile iba a la guerra con uno de sus vecinos, los enemigos usarían las vías férreas, como hicieron los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, para movilizar sus armamentos. Parece difícil de creer. ¡Cosas veredes, Sancho!