Dr. Fernando Domínguez

 

¿Feliz Año Nuevo? Lo hemos dicho y lo hemos escuchado una gran cantidad de veces. Ahora y cada fin de año, desde que tenemos memoria. ¿Cuántas veces se ha cumplido tal deseo? Eso es difícil de adivinar, pues depende de muchos factores: cómo el lugar, el tiempo y el espacio en que existes. También del lugar que ocupas en la escala social en la que te desenvuelves. Del estado físico, mental y espiritual en que te encuentras, lo que a su vez muchas veces  es consecuencia de lo primero; y si seguimos analizando podemos encontrar una enorme cantidad de circunstancias, y muchos otros elementos condicionales de poder alcanzar la felicidad.

La etapa actual que atravesamos no es propicia para encontrar factores favorables. Los que nacieron y continúan viviendo en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros, sumidos en la espiral de la pobreza, la escasez permanente, el gobierno autoritario y abusador, la ausencia de oportunidades de mejoría, el peligro inminente de ser detenido arbitrariamente y sin derecho a la defensa, el peligro latente de que tu vivienda se derrumbe sobre ti y los tuyos, la ausencia de cuidado efectivo de la salud y de medicinas, de la abundancia de enfermedades y vectores que las provocan, son todos elementos propensos muy contrarios a la felicidad. La desesperanza que acompaña implícita y explícitamente a ese modo de vivir y que está fuera de tus posibilidades intentar cambiar, pues genera infelicidad y no precisamente felicidad.

Frente a esta realidad es oportuno subrayar que la libertad es condición sine-qua-non de la posibilidad de la felicidad. La libertad no asegura la felicidad por sí misma, pero es la necesaria condición para aspirar a luchar por obtenerla, ya que pone en tus propias manos, de tu capacidad y de tu inteligencia, las armas y los mecanismos para lograrla.  Por el contrario, la ausencia de libertad es una implícita condena a la imposibilidad de ser feliz plenamente. Ninguna sociedad autoritaria ha generado un simple instante de felicidad para sus desdichados habitantes, condenados a la obediencia ciega y permanente de las disposiciones unilaterales provenientes de una autoridad suprema a quien no es permitido ni siquiera cuestionar, sino por el contrario, hay que alabar sumisamente por sus acciones, no importa sus resultados, que siempre culpan a terceros fuera del alcance de sus nacionales poderlos modificar. La loa sumisa y permanente al ejercicio de esa autoridad, rasgo esencial del autoritarismo, es su propia inoperancia y su inherente falta de resultados.

Una frase retrata ese proceso: la Revolución degeneró en gobierno. La revoluciones (escritas a propósito con letra minúscula) empiezan de forma ardiente y apasionada, generan una expectativa colectiva en la futura mejoría social  que se supone lograrán; un oasis de espejismos que prometen una felicidad casi automática, por el simple hecho de apoderarse del poder político, de destruir el poder existente. Para eso necesitan autoridad suprema e incuestionable, violencia “clasista” para destruir a sus enemigos y leyes excepcionales que les permita a los “dirigentes” hacer y des-hacer; reprimir, encarcelar y matar a sus enemigos, declarados automáticamente enemigos de toda la población por el solo hecho de opinar diferente, o por haber sido miembro del gobierno depuesto u por oponerse a alguna de sus medidas. Por su propia esencia, la revolución es violencia y autoritarismo por arrobas. Todas las que han existido han surgido de la misma manera, han degenerado en gobiernos autoritarios y el paraíso que prometían se convirtió en infierno causante de millones de muertes, de presos de conciencia y de infelicidad generalizada.

Por su propia existencia y por las fuerzas que la generan, están condenadas a una vida temporal, corta o larga, pero siempre terminando en auto destrucción, por razones obvias: una vez logrado su triunfo y asaltado el poder antiguo, cualquier permanencia de autoritarismo, imprescindible para “desarrollar” la revolución, es contrario a la libertad como derecho existencial del ser humano y toda revolución se empieza a destruir a sí misma en el ejercicio del gobierno. Para los fanáticos a la arbitrariedad, al desorden permanente, a la ausencia de reglas claras de comportamiento y de ejercicio de la libertad, aspirar a ser “gobierno revolucionario” es una meta permanente. Para la población, es lo contrario y por eso hemos presenciado la continua degradación de todo ejercicio revolucionario del poder político, su creciente burocratismo corrupto y corruptor, el alejamiento sistemático de los “dirigentes” auto-nombrados de las forma de vida de una sociedad que indefectiblemente fracasa cotidianamente en el ejercicio del poder gubernamental por su característica esencial de ser lo contrario a lo necesario: la eficiencia creciente, la democracia  y la disminución de la burocracia, el acercamiento sistemático en el ejercicio cotidiano de una democracia real para las decisiones sociales.

Es por ello que esa entelequia absurda que se llama “revolución cubana” tiene los días contados. El alejamiento sistemático por más de seis décadas a la sociedad “prometida”; del paso de una sociedad con imperfecciones pero crecientemente próspera y llena de optimismo y progreso, que atraía inmigrantes en busca de esas oportunidades que ofrecía  el crecimiento, transformada en una burocracia chupadora del bien público, obsesivamente autoritaria, opresora, represora y erradicadora de toda oportunidad de bienestar, expropiadora de toda propiedad industrial, agropecuaria, financiera, turística, mineral, minera, comercial, de servicios, de bienestar, recreación, cuidado de la salud, educacional, editorial, de transporte, en fin, de cuánto proceso económico y productivo, que con una inmensa burocracia creó una nueva clase vividora, explotadora del trabajo social sin ofrecer a cambio ningún progreso, bienestar, eficiencia o logro alguno y que invirtió esa atracción de inmigrantes anterior, en busca de progreso, en una eyección  masiva de su propia población, en busca desesperada de lo que ella les niega: oportunidades, libertad, derechos y prosperidad, esperanza de un futuro mejor y aspiración a una vida mejor para sí y sus descendientes y familiares.

Cada día a esta absurda “revolución retrógrada” le resultará más difícil controlar y reprimir a una población hastiada de la miseria, la desesperanza, el abuso permanente del ejercicio de la autoridad, el desorden administrativo y la ausencia de oportunidades, que se ve condenada a la auto-involución y a la más pérfida explotación, que recibe miserables ingresos en una moneda nacional destruida por la pésima política monetaria y obligada a mendigar divisas extranjeras con aquellos escapados de ese infierno para poder sobrevivir. Esa “clase revolucionaria”, sorda  y ciega a las necesidades de su población, corrupta hasta el tuétano por el disfrute de una burocracia sostenida solo para el auto beneficio de sus miembros, será barrida indefectiblemente por alguna forma de rebelión social, una hoguera que no dejará en pie ni un carbón de ese fuego infernal que sufre hace 63 años.