Por Esteban Fernández

 

Comencemos por decir que la invasión a Cuba “era un secreto a voces”. La chismosa e izquierdista prensa amarilla de este país se dio gusto echando pa’lante todos los detalles al respecto.

La gestión libertadora comenzó estando en el poder el general Dwight David "Ike" Eisenhower , pero rápidamente se celebraron elecciones y perdió el candidato Richard Nixon que hubiera sido mejor para nosotros.

Ganó un mequetrefe llamado John F. Kennedy que heredó una situación con respecto a Cuba para la cual no estaba apto, ni quería, ni le interesaba resolver.

En realidad, no sabía qué hacer con un grupo de patriotas que ya estaba entrenándose para liberar a Cuba. En su mente obtusa (la de su hermano Robert y la de sus canchanchanes) sólo había dos opciones: Mandarlos para sus casas o tirarlos en tierra cubana conscientes de que sería un embarque de marca mayor.

¿A quién se le ocurrió la peregrina idea de cambiar el sitio de desembarco de Trinidad (punto idóneo por la enorme cantidad de anticastristas que residía en ese glorioso pueblo y por su cercanía al Escambray) a Playa Girón lugar inadecuado por una invasión armada?

No hay que ser un genio militar para saber que los bombardeos iniciales a San Antonio de los Baños, Columbia, Santiago de Cuba debieron ser seguidos por cientos de ataques aéreos.

¿Quiénes fueron los desmadrados que dieron la orden de suspenderlos? Bueno, debe caer sobre ellos (y sobre Kennedy) el 80 por ciento de la culpa por los siguientes 61 años de muertes, sangre, lágrimas y destrucción de la nación cubana.

De la parte de allá, en la URSS, en el poder estaba un enano asesino, malvado, pícaro, llamado Nikita Sergeyevich Khrushchev, que se dio gusto metiéndole miedo, dándole cañonas, y amenazando al inepto Kennedy de “Atacar a Alemania y a cuanto país se les ocurría si no dejaban rápidamente en la estacada a los patriotas cubanos”…

El “Canciller de la Indignidad” Raúl Roa se presentaba en cuanto foro internacional le daban espacio para lloriquear, amenazar, suplicar, exigir y denunciar el inexistente “ataque artero de USA”.

Kennedy, desde luego, se rajó como una caña brava, selló la desgracia de Cuba, embarcó a los cubanos quienes murieron en los campos de batalla, fusilados, y el resto fue llevado a prisión.

Acto seguido, como si nada hubiera ocurrido, se fue a acostar con Marilyn Monroe.