Por Esteban Fernández

 

Lo primero que sé es que pare Doña Leonor y nace en La Habana el niño José, en la calle Paula 41. Se trata del recién nacido ilustre que llegará a ser el Apóstol de la tierra cubana. Allí es donde por primera vez abre los ojos al mundo el más insigne de todos nuestros compatriotas...Dicen que más tarde, cae abatido por las balas enemigas en Dos Ríos ese mismo José Martí, el ideólogo de la nación, el bravo de la película cubana, el héroe, el mártir, el patriota, el predicador, el poeta, el orador. ¡El hombre de los cuatro acentos!

¿Dije cae? Sinceramente es muy difícil definir lo grande, lo misterioso, lo eterno, que fue ese día en Dos Ríos. En realidad, la mejor forma de explicar lo sucedido allí fue: un MATRIMONIO entre un hombre y una Patria. Ahí José Martí no fue más un ser humano para convertirse en un APÓSTOL para sus conciudadanos. Pasó a ser “José de los cubanos”. José nuestro.

Para mí que allí se casaron para siempre Cuba y José. Y el resultado de eso es que es imposible hablar de Cuba sin asociar a la Isla con su ídolo. Se convierten en sinónimos las palabras “Cuba” y “Martí”. Y el fruto de ese matrimonio es el patriotismo de los cubanos. Es muy difícil actuar patrióticamente sin tener que acudir en su ayuda, sin tener que mencionarlo, sin tener que leer sus prédicas y su pensamiento.

El niño hecho hombre se convierte en algo sagrado de dimensiones grandiosas entre nosotros. Es un fantasma en cada hogar cubano. Criticarlo o burlarse de alguna manera de él resulta una blasfemia entre todos los que nacimos después de su boda con la Patria.  Sus poesías, para nosotros, son como leer la Biblia. Y su nombre se impregna misteriosamente con letras de oro en la historia cubana.

Nunca murió porque lo cierto es que JOSÉ DE LOS CUBANOS se eternizó en las mentes y en los corazones de todos sus coterráneos.

Dios nos dio a un humilde niñito, pero más de 40 años después se convirtió en un PRINCIPE que logró ser un familiar cercano nuestro, en nuestro más brillante antepasado. En orgullo familiar. Y cuesta mucho trabajo encontrar un solitario compatriota que no tenga, aunque sea un minuto de místico recuerdo para él. Todos los cubanos buenos aprendimos a admirarlo. Y de la admiración quizás muchos saltamos a la veneración. Y la peor mentira del castrismo es involucrarlo en la desgracia actual.

Los cubanos sabemos que al caer de su corcel Baconao, ensangrentado, llenando de sangre la tierra cubana, se casa con la Isla, eternamente, por los siglos de los siglos, de testigos estaban los mambises, y al morir por la Patria vive eternamente en nuestros corazones. La Patria y Martí contrajeron nupcias. Se casaron. Y todos somos hijos de esa sagrada unión.

Porque nosotros somos, todos, los herederos, los que nacimos producto de ese matrimonio. Y si la madre es Cuba el padre es el hombre con “los cuatro acentos”. A José Julián Martí y Pérez nunca lo olvidamos, nadie llora a Martí. Todos, lo recordamos con unción, con la frente en alto, con orgullo, con deseos de ayudar a liberar a su Nación, a la nuestra, a la Cuba adorada por él. Cuba es su esposa, es nuestra madre, es la Isla añorada.

Hoy yo decido recordarlo, y les pido a todos que pensemos en el ser humano más grande nacido en nuestra bella tierra. El hombre sincero de donde crece la palma, el de La Rosa Blanca, el de "Abdala"el de "La Edad de Oro".

Tendrá el leopardo un abrigo en el monte seco y pardo, PERO NOSOTROS TENEMOS ETERNAMENTE A JOSÉ MARTÍ. Honor a quien honor merece.