Por Esteban Fernández

 

¿Qué fue lo que provocó la avalancha de exiliados? ¿Los abusos, los chivatazos, la aniquilación de los derechos humanos? No, esos fueron secundarios a lo que verdaderamente le puso la tapa al pomo y causó el terror colectivo que al final de la jornada ha derivado en la sumisión del pueblo más valiente y rebelde del mundo. Estoy hablando simplemente del paredón de fusilamientos. La isla ensangrentada de una punta a la otra, desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.

Todo en aras de aterrorizar a un país. Y, después de matados los batistianos, poco a poco fueron llevando al paredón a cualquiera. Daba lo mismo si había sido comandante rebelde o coordinador del 26 de Julio en una provincia. Fueron barridas a balazos todas las discrepancias serias. Mientras, muchísimos compatriotas que hasta ese momento considerábamos buenos y decentes, y otros que sabíamos que eran unos hijos de perras y acomplejados, se dieron banquete pidiendo “paredón” a voz en cuello.

Denigrante y absurdo fue ver a una parte mayoritaria del pueblo cubano sediento de sangre y soldados barbudos fajándose por participar en las escuadras asesinas. Hasta para un magistrado llamado Manuel Urrutia Lleó a quien Fidel Castro había nombrado presidente provisional del país las hordas pedían que fuera pasado por las armas.

Hombres que habían participados en tribunales revolucionarios, como Humberto Sorí Marín, cayeron ensangrentados ante las balas castristas.

Fue tan bestial el trauma para mi persona que jamás yo propongo “paredón” para los que dieron “paredón” ni para los grandes culpables. Para ellos simplemente guásimas, ceibas, soga y cebo.