Por Esteban Fernández Roig
Detesté la cuna y odié el corral. De ambos, un inolvidable día, logré brincar sus barandillas y escaparme.
Y “¿ahora qué hago?” Pensé. Ya sabía que el hombre del tabaco Pita (al cual le decía “papi”) se había ido temprano a trabajar en el Ayuntamiento.
Miré para todos lados y no ví a “mami”. Y me lancé a gatear sin rumbo fijo.
De pronto, me llené de valor y me paré, comencé a caminar dando tumbos como un borracho.
Escurridizo le pasé cerca a mi madre que estaba en la saleta planchando y escuchando en la radio “La Novela del Aire”…
Llegué a la sala y vi dos sillones, cuatro sillas de mimbre, una mesita sosteniendo un búcaro con unas rosas blancas.
Increíblemente logré arrastrar una silla, me encaramé en su respaldar y miré por la persiana.
Lo primero que vi pasar fue a una jovencita bonita rumbo al colegio. Después me enteré que se llamaba Estrellita y su hermano Emilio Garcés dice que todavía vive en el barrio y tiene 90 años.
Sorprendido (como si hubiera cometido un pecado) vi a mi padre entrar, pero no lució bravo.
Me dijo: “Bájate de ahí, muchacho malcriado, pareces un chivo maromero ¿tú no sabes qué mirar por las rendijas es cosa de viejas chismosas?”
Mi madre se acercó y suplicante le pregunté: “Mami ¿cómo me bajo de aquí?” Se sonrió y respondió: “Bájate de la misma forma en que subiste”…
Ellos se miraron, se pusieron de acuerdo y me dieron una brillante idea que no se me había ocurrido: “La próxima vez abre la puerta y juega en el portal”…