Por Esteban Fernández

 

El castrismo actual se puede definir de la siguiente forma: Un muerto sin tumba convertido en un montón de cenizas dentro de un seboruco, un bisexual, un tuerto, unos monstruos millonarios y seniles, y una nación depauperada, desmoralizada, esclavizada, con millares de presos, fusilados y desterrados.

El castrismo no es nada, ni es una doctrina, ni es un legado, ni es un programa político. Vamos a empezar por el principio: Los primeros testaferros fueron un pequeño grupito de malandrines y un par de mujeres -Haydée Santamaria y Melba Hernández- que se convirtieron en satélites de un tipejo llamado Fidel Castro Ruz.

Se trataba de una claque de maleantes, rateros, marihuaneros, traficantes, carteristas sin oficios ni beneficios, sin escrúpulos, una turba de forajidos compuesta por Ramiro, Almeida, Efigenio, Tomasevich y comparsa. Puro orine de canguro. Carcañal de indígena.

Estos asumen las posiciones de criados, chóferes, guardaespaldas, perros de presa y tropa de choque. La primera labor de esta pandilla fue meterle miedo a todo el mundo en La Habana, sobre todo a los políticos opositores a Batista. Eran hasta capaces de desbaratar a cabillazos actos antigubernamentales de Auténticos y Ortodoxos. Políticamente eran nulos, neófitos y matarifes.

El objetivo principal de Fidel Castro era llegar al poder de todas todas. Recibió con euforia el golpe de estado de Batista porque maquiavélicamente comprendió, y así se lo hizo saber a sus subalternos, que este era el momento oportuno para formar mil líos.

Parece que discernió que “Atacando un cuartel con un reducido grupo de seguidores, aunque fracasara rotundamente en el intento , se daría a conocer en toda Cuba”. Y escogió al Moncada para realizar su “presentación nacional”. Todo el mundo sabe lo que pasó el 26 de julio del 53. Muertos y heridos de ambas partes. Fidel no participa, se escapa y después se entrega.

Un juicio público donde él, como Vitola, se defiende solo. Lo que a todas luces es una derrota logra su objetivo de catapultar su nombre en el ámbito nacional. Y los castristas dejan de ser una reducida claque para nutrirse de varios cientos de militantes. Se acaba lo de “La Generación del Centenario” y pasa a ser el “Movimiento 26 de Julio”.

Un indulto absurdo de Batista y salen para la calle libres, se van a México, y Castro promete desde el extranjero que antes de finales de año regresará con las armas en las manos a Cuba. Pregona: que serán “Libres o Mártires”

Ante el fracaso del desembarco y el anuncio de su muerte el castrismo toca fondo. Creo que en ese momento no había ni 700 fidelistas en Cuba. Como todos sabemos Herbert Matthews del New York Time lo entrevista en la Sierra y la prensa cubana se hace eco y la reproduce. La GENTE SE ENTERA QUE ESTÁ VIVO y el castrismo coge aire, agua y carbón, y levanta vuelo de nuevo.

Montones de pequeñas escaramuzas en las montañas, Batista se huye, se monta en un avión y se va rumbo a Santo Domingo, y al fin Castro logra su sueño dorado de adueñarse de nuestro país, desbaratarlo y ensangrentarlo. Y de pronto, increíblemente, ese ególatra fue endiosado por miles de ciudadanos. Unos oportunistas y otros víctimas inocentes y deslumbradas ante aquel farsante. Una nación próspera pero incauta.

Llegaron a La Habana humildemente, con rosarios al cuello, Fidel Castro prometiendo villas y castillas, humanismo, elecciones en dos años, pero aquella plaga inicial enseguida comenzó a cogerse las mansiones, los automóviles de los que abandonaban la Isla y todo lo que les dio la gana. Saquearon a la nación como si la Isla fuera una gran piñata.

Y lo inaudito es que el castrismo, en el mundo entero, todavía tiene adeptos que los defienden y los siguen. Y yo entiendo que al principio muchos tontos confiaron en este rufián, pero ahora hay que ser MUY HIJOS DE HIENAS TUBERCULOSAS para seguir creyendo en el castrismo…