Por Esteban Fernández Roig

 

¿Ustedes no se han dado cuenta que las bravezas, los ataques de cólera, el genio, son extremadamente selectivos?

Usted observa que un carro va super despacio, atrás va un desesperado chofer, bravisimo, gritando obscenidades, agitando al lento automovilista.

Si el carro para y se baja un humilde anciano, se incrementan los alaridos y los insultos.

Si se apea un negro de 6.4 de estatura, no se sabe si es Mike Tyson o quizás un estibador de los muelles de La Habana, entonces como por arte de magia se evapora el enojo.

He conocido hombres cobardes, que se asustan ante la cercanía de una abeja, llegan a la casa y geniosos les tiran los pantalones a la pobre mujer porque la comida no está lista.

¿Ustedes nunca han oído decir: “Oye, ten cuidado con Cheo, ni lo contradigas que tiene unas malas pulgas tremendas?” Y resulta que Cheo es el sumiso guataca del dueño de la fábrica donde labora.

La ira fingida y selectiva hace lucir a un famélico gatico callejero como un león en la jungla, hasta que un domador simplemente esgrime un látigo.

Sin embargo, a la persona más ecuánime, callada, pausada, fría y calculadora, vaya, al “perro que  no ladra, pero muerde” es a quien verdaderamente debemos temer.

No existe un solo enfado que no desaparezca ante una buena trompada que tumbe todos los dientes frontales.

Y lo cierto es que existen muy pocos seres humanos que superen al gallo fino : perdida la pelea, tirado en la tierra, ensangrentado, sacados sus dos ojos, y sigue encabronado peleándo y tirando espuelazos.