Por Esteban Fernandez

 

Durante toda mi vida tuve una  constante musical: Celia Cruz (Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso - October 21, 1925 – July 16, 2003)

En mi gusto jamás ha existido una mejor cantante, chévere, buena gente, anticastrista, sin un ápice de darse lija. Siempre contenta, siempre enamorada de su “Cabecita de Algodón”…

Yo no soy fanático de ningún ser humano, admito que de ella si lo fui y lo soy. Solamente con ella  y con  Roberto Ortiz, cuando los tuve cerca, me he portado como un fiel admirador.

La primera  vez que asistí a un baile amenizado por Celia -después de muchos años de ausencia- al final ella estaba rodeada de fanáticos, con mucho esfuerzo logré acercármele y le pedí tirarme una foto con ella.

Me dijo: “Ahora esto está aquí de madre, dentro de una hora salgo por la puerta de atrás del Hotel, allá te veo, pero tiene que ser rápido porque ya hay neblina y yo estaré con un pañuelo en la boca para proteger mis amígdalas”.  Y con mucha razón porque su voz, sus amígdalas, su garganta eran SAGRADAS para millones de sus seguidores.

Un anciano de más de 80 años se le acercó y le dijo: “Celia, recuerdo que yo tenía 10 o 12 años y ya tú brillabas en los escenarios”.  Y ella le respondió riéndose: “Imagínate, viejo, que yo nací en 19. Com”…

Y créanme si les digo de todo corazón que cuando falleció fue como si se me hubiera muerto una adorada abuela.

Y todavía hoy al escribir estas líneas no puedo evitar emocionarme al recordar a esta gran cubana que fue baluarte invariable en mi vida. Muchos años más tarde le dedico un par de lágrimas.