Por Esteban Fernandez

 

Lo único que yo tenía que hacer como soldado del Tribunal de Caifás, era gritar ¡Crucificadlo! 

Recuerdo hoy el Viernes Santo de 1961. Alrededor de las diez de la mañana comenzó la escenificación. Para entonces (Jesucristo) Efrén Besanilla aparecía atado a una columna, cerca del tribunal de Pilato y recibía los acostumbrados azotes. Y fue en aquellos precisos momentos cuando se escucharon los primeros disparos castristas.

La confusión reinante era difícil de describir. Miles de personas trataban de correr hacia alguna parte, otras tantas eran pisoteadas en el suelo. Las ametralladoras seguían rugiendo. El ejército y la policía fidelista comenzaron a hacer arrestos. Entre ellos tres grandes amigos míos: Henio del Castillo, Fructuoso Renán Pérez y Mayra Granda.

La estación de policía y el cuartel estaban abarrotados de detenidos. Más tarde, tres guaguas repletas de presos salían rumbo a La Habana. El pueblo de Güines no aceptó callado ni sumisamente aquella afrenta. Desde abajo de las piedras salían gritos de "¡Viva Cristo Rey! y yo me di gusto por primera vez en mi vida gritando: "¡Abajo Fidel!" 

Nadie se acobardó. Los castristas ametrallaban a un pueblo noble e indefenso, y éste les enfrentaba sus pechos abiertos. Tirotearon la escenificación. Dispersaron a balazos al público que en muchos miles llenaban cada pie cuadrado del parque. Llegó a la Jefatura de la Policía el Comandante del Ejército Rebelde, Raúl Díaz, y se arrancó de su uniforme su estrella de Comandante y dijo: “¡Yo no fui a la Sierra ni combatí para que sucedieran cosas como éstas!”

Entré al edificio de Julián Martínez, fui al apartamento donde vivía mi amigo Felín Tejera, quería deshacerme de mi túnica y le pedí a su mamá que me diera ropa de su hijo. Regresé a mi casa del Residencial Mayabeque convencido que este era solo el inicio de la mas brutal tiranía padecida en este continente.