Por Esteban Fernandez
Mi padre y mi madre jamás discutían. O mejor sería decir: “Nunca los vi pelear” …
Y no era porque mi padre no diera motivos, sino que cubría sus andanzas con cariño y con tremendo sentido del humor.
Es decir, el viejo hacia algo que molestaba a mami, y rápidamente buscaba la forma de hacerla reír.
Una de las cosas increíbles que hacía mi padre era perderse un jueves y el domingo por la mañana al frente de mi casa estaba el carro de alquiler de Carrillo, este tocaba la puerta y decía: “Ana, dice Esteban que cojas a los niños y yo lleve a los tres para Guanabo, él los espera allá desde el viernes” …
Vaya, mi papá se había pasado un fin de semana divirtiéndose y rumbeando en la bella playa.
Brincos de alegría dábamos mi hermano Carlos Enrique y yo, mientras mi estoica madre -muy seria y obviamente molesta-comenzaba a hacer una maleta.
Al llegar allá no se quejaba y se daba a la tarea de evitar que nos metiéramos al agua antes de pasar las tres horas de haber comido.
Pero, una vez, después de mi padre estar una semana afuera, yo comencé a inquietarme, y a hacer preguntas a mi madre. Ella me daba evasivas.
Tuve que ponerme muy bravo para que ella al fin me dijera: “Sí, tuvimos unas palabras, le dije varias cosas que hace mucho rato quería decirle, es la primera vez que me ve super brava con él en 14 años, y muy sorprendido se fue como bola por tronera” …
Al pasar 10 o 12 días ya yo estaba totalmente desesperado, me fui para el Parque Central, busqué a Carrillo y en una forma imperante como si yo fuera un hombre hecho y derecho le dije: “¡Llévame a dónde está mi padre!”
Carrillo se rió y me dijo “Dale, vamos pa’llá, razón tiene Esteban cuando dice que eres un fiñe muy sabichoso”…
“¿Para dónde vamos?” y él me respondió: “Pa’Palos”. Palos es un pueblo aledaño a Güines …
Paramos delante de un hotel, en el portal había varios hombres, entre ellos Esteban Fernández Roig echado para atrás en un taburete” …
Me bajé, me le acerqué e imitándolo (yo sabía que a él le encantaba que yo hiciera eso) dividí una sola palabra en tres silabas. Le dije simplemente: “¡Vá-mo-nos!”
Se levantó, sin decir ni pío, me siguió hasta el auto. Nos acomodamos en el asiento trasero, yo recosté mi cabeza en su hombro, tenía lágrimas en mis ojos y le pregunté: “¿Qué pasó papi, porqué hiciste esto? “¿Estás muy bravo con mami?”
Y, como siempre en los momentos más críticos, me hizo lanzar una carcajada diciéndome: “No, chico, de eso nada, estaba ahí huyéndole a los garroteros de Güines”..
Le dio abrazo a mi madre, y actuaron como si nada hubiera pasado.