Por Esteban Fernandez

 

Éramos felices y no lo sabíamos, vivíamos en un vergel y no nos percatábamos de eso, solo discutíamos entre Almendaristas y Habanistas.

No estábamos conformes con nada, si les subían unos centavos al pasaje de las guaguas unos jóvenes revoltosos bajaban las escalinatas de la Universidad protestaban y hasta quemaban algunas.

No agradecíamos -y tal parecía que ni cuenta nos dábamos- que teníamos una de las clases medias más grande del planeta. ¿Quiénes sabíamos que nuestro peso estaba a la altura del dólar? Nunca escuché decir eso.

Los emigrantes eran muy pocos y los inmigrantes muchos. Abundancia de todo, de ropa, de calzado, de alimentos.

Lo teníamos todo, playas bellas, el cielo mas azul del planeta, la tierra más fértil, pero nos quejábamos de todo, llamábamos ladrones a todos los políticos, sin embargo, cuando algunos salían pobres de los cargos públicos ( como mi primo Jaime y mi padre) decían: “¡Que tonto fueron por no haber robado!” Todavía hoy se utilizan nuestros defectos como justificación al castrismo.

Se hablaba de discriminación racial cuando en la vida cotidiana todos considerábamos a los negros, a los blancos, a los mulatos y hasta los chinos aplatanados nuestros amigos

y mirábamos las manchas del sol sin agradecer su brillantes.

Unos perversos malandrines, bribones, asesinos, delincuentes comunes, fueron vistos como nuestros salvadores, al cabecilla de ellos como un José Martí, y hasta como un resucitado  Jesucristo. Algunos se alejaron de Dios aceptando de buena gana que su puesto lo ocupara un Satanás mal nacido en Birán.

Y un primero de enero, hace 64 años, a la Isla bella y prospera le cayó encima una bomba atómica muchos mas catastrófica que la de Hiroshima, un millón de terremotos y huracanes, una plaga muchísimo peor que las de Egipto, un virus mucho mas devastador que el Corona…

De una punta a la otra la tierra fue anegada con la sangre de compatriotas, la prosperidad fue aniquilada, y descubrimos que hasta de abajo de las piedras salían envidiosos, criminales y delatores.

La capital ayer iluminada y bella parece que fue bombardeada, lo mejor de la nación fue encarcelada, a veces hasta por “el grave delito” de ser religiosos…

Un par de tipejos -apoyados por el populacho- que debieron haber sido abortados por su madre, acabaron con la quinta y con los mangos.…

Con tantos países que existen en el orbe terrestre nos tocó a nosotros el mayor de los castigos. No es justo. Y lo triste es que todavía no nos ponemos de acuerdo para barrer del mapa a las alimañas que han pulverizado a nuestro país.

Y 64 años más tarde, a 90 millas de sus costas, algunos nos quieren hasta quitar el derecho de exponer nuestra nostalgia y de recordar con amor el paraíso perdido.

No busquemos mas excusas, la culpa de todo la tuvo un monstruo, nuestra ignorancia, la envidia y maldad de muchos y sobre todo los que hoy siguen apoyando y participando en la barbarie…