Por Esteban Fernández

 

Ni el más grande alardoso  se lo cree cuando dice: “¡Yo tengo mas coj… que Maceo!”…

Adorado por su gente, temido por sus enemigos. Sus adversarios al escuchar las cinco letras de su apellido se ponían a temblar. Llegó Maceo y “A correr, jolines”

Fuerte como un toro, impresionante, su sola presencia en cualquier paraje era suficiente para que cientos de personas lo siguieran incondicionalmente a la guerra, a la muerte, al peligro, convencidos plenamente de que él estaría al frente.

Y no eran cuentos, ni mentiras, ni alardes, ni fábulas, ni inclusive él tenía que contarle a nadie “su historia, ni sus méritos”, solo tenía que quitarse la camisa, tirarla al piso, y todos podían admirar sus heridas de pies a cabeza.

No había televisión, ni órganos de propaganda, ni oficinas de relaciones públicas, ni Internet para hacerse eco de sus hazañas. Su mística y su aureola las obtuvo a base de su valor personal, a través de sus victorias y del filo de su machete.

La empresa no era factible si junto a la gestión no se mencionaba su nombre. Por lo menos había que insinuar que “muy pronto él estaría ahí”. Porque todos sabían que con él la cosa era seria, era a sangre y fuego, era “con todos los hierros”.

Y que no había la más ligera posibilidad de rendición, ni de pacto, ni de entendimientos, y lo más grande e increíble aún: que con él NO HABIA CHANCE DE DERROTA. Mil batallas, mil victorias y una gloriosa Protesta en Baraguá.

Él solo tenía que decir “Voy para allá, voy por ahí” y junto a él, desde que daba el primer paso, una verdadera multitud de patriotas lo seguía.

¿Usted se imagina lo grande que es decir “Voy a hacer esto, voy a jugarme la vida” y que todo el mundo, antes que usted lo haga, está plenamente convencido de que usted lo va a hacer y están dispuestos a seguirlo en cualquier acción que usted vaya a realizar por muy peligrosa que esta sea? Honestamente yo nada más conozco este caso.

Y ya no hablemos del pueblo, ni de la gente humilde, sino de los Generales y de los bravos de cientos de combates quienes también necesitaban y requerían su presencia junto a ellos.

No hay nadie en la historia que se le acerque en coraje, en victorias, en machetazos y balas recibidas, y que su muerte haya sido recibida con más desolación por los amantes de la libertad y más alivio y tranquilidad por sus adversarios que ANTONIO DE LA CARIDAD MACEO. ¡VIVA MACEO!