Por Esteban Fernández

 

La cosa más difícil para nosotros los cubanos en los Estados Unidos es la forma de ver la gordura. Donde yo nací y me crie ser gordo era sinónimo de saludable y ser flaco era considerado como “estarse comiendo un cable, estar desnutrido y ser un muerto de hambre”.

Encima de eso tuve una madre absolutamente decidida a evitarme la flaquencia. Y mientras más delgado estaba más ella se encarnaba en llevarme al médico y darme cuanto reconstituyente encontraba para dármelo. Me parece estarla oyendo decir: "¡Doctor, este muchacho no me come nada!"

Mami me daba “Yodotánico”, “Vino desgrasado Herrera”, “Emulsión de Scott” y llegaba al extremo de darme un trago de algo muy degradable llamado “Bistí” que se lograba exprimiendo un pedazo de bisté de hígado de las vacas. Y de postre me ponía a empinarme una lata de leche condensada. Sin contar agua con azúcar prieta para rellenar.

Y acto seguida a las doce del mediodía me sonaba, una veces era caldo gallego y otras fabada asturiana.

Todavía antes de morir mi madre -cuando yo le enviaba una foto después de  haber engordado 20 libras- se quejaba y sufría por lo flacucho que yo estaba. Y me decía: “Tú lo que necesitas es que yo te haga una sopa de sustancias” ...

Y entonces yo, con mi mentalidad cubana, no puedo ver ninguno de esos concursos de bellezas como “Miss América” y “Miss Universo”. A los 10 minutos me aburro de ver “bacalaos” que no pesan ni 110 libras. Unos verdaderos sacos de huesos.

Antiguamente cuando iba a Las Vegas a ver alguno de los Shows de modelos semidesnudas que parecían unos güines,  desnutridas,  todas con los senos que parecían haber sido fabricados por el mismo cirujano y siempre salía de ahí pensando que había visto unos "grillos malojeros".  Vaya, unos esqueletos rumberos.