Por Esteban Fernández

 

Yo aspiro a que el PARAISO sea muy parecido a donde yo pasé mi niñez…

No había celulares, pero cualquiera podía coger el teléfono llamar al Centro telefónico y decirle a una operadora: “Oiga, por favor, comuníqueme con Esteban Fernandez Roig, y a los tres minutos ya mi padre estaba hablando con el que lo “interpelara”.

Nadie padecía de depresión, ni de falta de amistades, eso se resolvía  con visitas al parque central. Aquí electrónicamente tengo 2700 amigos, por lo menos a 2500 no los veo nunca y si los veo quizás ni los reconozca. Un domingo por la noche hablaba cara a cara con ciento y pico de coterráneos. Brincaba la calle y Medina me cocinaba la mejor frita del Planeta por solo 10 centavos.

Recibía cartas que decían: Para Estebita, Güines, EN SUS MANOS”. Mi padre llamaba a la Esquina de Tejas y a cualquiera que le contestara el teléfono le decía: “Por favor, brinca la calle, busca al chofer de alquiler Carrillo, y dile que venga a la casa de Esteban, muchas gracias” …

No sabía lo que era una computadora, ni juegos de Nintendo, PERO TENÍA CANICAS, PELOTAS HASTA DE CAJETILLAS DE CIGARROS PARTAGÁS, papalotes, trompos, quimbumbias …

No tenía carro, pero ni lo necesitaba, caminaba medio pueblo junto a Manolo Amiche, y tenía una bicicleta que me llevaba a la Loma de Candela, al Central Amistad, Catalina de Güines, y hasta San Nicolás de Bari.

Cerca tenía un caudaloso y cristalino rio llamado Mayabeque, y una Playa del Rosario donde si al llegar viraba a la derecha tenía a mi disposición la casa de mi tío Carlos Gómez, y si doblaba a la izquierda la casa de mi tío Enrique Fernández Roig…

A ciencia cierta no sabía lo que eran las drogas, inclusive ni la marihuana, en el pueblo solo una vez escuché decir que “fulano es marihuanero” y la gente le deba de lado.

Las peleas eran solamente en Habanistas y Almendaristas. No tenía ropa de lujos, ni toqué el catálogo de El Encanto, pero mi madre siempre mantenía limpia y hasta planchada toda mi humilde ropa.

En la Viña Aragonesa Joaquín Domínguez me preparaba un delicioso sándwich, en la Dulcería Quintero Eddie, Reinaldo o Medina me hacían un Sundae de fresa, y en la Pescadora de Nicomedes Granda me comía la mejor minuta de pargo que he devorado en toda mi vida.

No creo necesario decirles que llegó la peste bubónica y destruyó el país, y convirtió al paraíso en un infierno.