Por Esteban Fernández

 

Para la juventud cubana, y para muchos compatriotas que no participaron en la lucha armada, esto les parecerá un tema sacado de la prehistoria.

Hoy en día hasta el gato tiene un teléfono celular. Muy difícil ir a un restaurante sin ver a alguien hablando o leyendo notas en su telefonito. Hasta los disidentes cubanos dentro de la Patria usted puede verlos en videos y fotos conversando a través de sus móviles.

Por lo tanto les sorprenderá que hubo una época remota en que la lucha y la comunicación -destierro-combatientes- se desarrolló mediante la telegrafía.

Al llegar a Miami enviado por la Junta Revolucionaria Regional de California (JURE) para participar en la lucha directa contra la tiranía yo estaba convencido de que me enviarían a unos campamentos y allí lo primero que depositarían en mis manos sería un rifle M14. Pero nada de eso.

Al llegar a la residencia de Rogelio Cisneros (segundo al mando de la JURE) me dijeron: “Mañana te vas para la CASA ESCUELA”... Pensé que estaban completamente equivocados, que existía un grave error, o que estaban bromeando porque tal parecía que imaginaban que yo era un estudiante que se había ganado una beca”...

Pero resultó que el errado era yo y que iba a consumarse el mayor sacrificio que haría en toda mi vida como exiliado. Y este consistía en que iba a estar encerrado en una casa por más de seis meses sin salir a ninguna parte.

Lo único que sabía era que estaba en la Brickell Ave. Es decir que mientras los jóvenes afuera estaban estudiando y parrandeando nosotros estábamos allí como presos.

¿Haciendo qué? Bueno, los dos primeros días no tuve ni la más ligera idea de lo que estaba haciendo allí, me presentaron a un grupo de hombres todos menores de los 25 años. Ninguno me dio su verdadero nombre, me dijeron “Yo soy Alberto, yo soy Rocha, yo soy Oscar”. “Oscar” era el “director” de la escuela y más tarde resultó ser Humberto Solís del grupo de infiltración de la Brigada 2506. Sólo uno, que andaba con un rifle de mira telescópica a retortero, me dijo su nombre verdadero: “Soy Mario Vicent” y más nunca me dirigió la palabra. “Alberto” era mi hoy compadre Jorge Riopedre...

También había una muchacha la cual se presentó como “Elena”. “Elena” era una camagüeyana llamada Mirta Borrás y más tarde su foto fue publicada en la primera página de la revista Look en un artículo del periodista Andrew St. George sobre la participación de las mujeres en la lucha en contra de Castro.

La cuestión fue que después de pasadas 48 horas allí llegó un ex capitán del Ejército Rebelde el cual dijo llamarse “Pipe” y comenzó a darnos clases de telegrafía con unos aparatitos rudimentarios. Lo primero que trataron de meterme en la cabeza fue una cosa llamada “Alfabeto Morse”. Ese dichoso jeroglífico me llevó como dos semanas aprenderlo.

Después pasaron a algo más difícil aún: aprendernos un código secreto para ser utilizado y poder escribir sin que fuera detectado lo que verdaderamente dijimos. Por ejemplo, me acuerdo que la “F” y la “R” se convertían en una “H”. Yo me lo aprendí utilizando un juego de palabras diciéndome por ejemplo: la “F” (Fidel) y la “R” (Raúl) son unos “H” (hijos de perra) ... Y así sucesivamente.

Un anciano camagüeyano que tenía el labio partido llamado “Pino” nos traía varias cantinas de comida diarias. Era un hombre extremadamente simpático y durante la visita que hizo Manolo Ray a la casa escuela le dijo: "¡Ingeniero, usted está loco, usted no puede mantener a estos muchachones fuertes y llenos de energías sin salir de aquí !"

Ray y todos nosotros sonamos tremendas carcajadas. Sin embargo “Pino” decía la verdad y Manolo Ray dijo: “Bueno, el próximo fin de semana, todos pueden irse a donde les dé la gana y regresen el lunes"...

Al final de la jornada, recibimos unos diplomas del “Colegio de Telegrafistas de Cuba en el Exilio”. Luis Conte Agüero nos entregó unos pequeños, livianos y modernos equipos de telegrafía.

Y nos separaron de la siguiente forma: “Oscar” y “Alberto” se fueron de telegrafistas de los combatientes del Escambray Vicente Méndez y Edel Montiel. A mí me mandaron de telegrafista del Barco Madre Venus, Mirta Borrás fue la telegrafista de Manolo Ray y fue capturada junto a él cerca de Cayo Anguila.

Cuando fuimos detenidos en alta mar por un Guardacosta de la Marina Dominicana -bajo el mando del Coronel Montes Arache- tuve la oportunidad de comunicarme con ellos utilizando una linterna y el "Código de Morse".

Pude, torpemente (porque eso nunca lo había aprendido ni practicado), aclararles que éramos cubanos anticastristas y no unos "piratas del Caribe" como ellos creyeron originalmente. De todas maneras estuvimos 49 días detenidos en La Base Naval Las Calderas.

Ah, y añadiré dos incidentales: Mucho tiempo después me enteré que los primeros que la tiranía fusilaba eran a los telegrafistas capturados. Y también los primeros que la C.I.A. quería reclutar eran a los telegrafistas ya entrenados. Y teníamos que mandarlos a freír espárragos.