Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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Si ganaran estos dos escaños en Georgia, los demócratas tendrían el control absoluto del gobierno y darían un golpe de estado sin disparar una bala.

Corría el año de 1864 y los Estados Unidos se encontraban enfrascados en una guerra fratricida de proporciones olímpicas. Un abatido y asediado Abraham Lincoln recibía noticias demoledoras de sus generales en los campos de batalla y de sus "sargentos políticos' en las elecciones presidenciales pautadas para el mes de noviembre. Ambos acontecimientos estaban estrechamente vinculados. Cualquier derrota en la guerra daría lugar a una derrota en las urnas. El diletante e indeciso General George B. McClellan−un fracaso como militar y un apaciguador como político−ganaba terreno en sus aspiraciones presidenciales. Lincoln insistía en la continuación de una guerra para preservar la unidad nacional mientras McClellan ofrecía una paz a cualquier precio que conduciría a la anarquía de una nación fragmentada.  

De pronto apareció un hombre que, a puro coraje, cambió el rumbo de los acontecimientos, el desenlace de la guerra y el destino de la nación. Entre el 15 de noviembre y el 21 de diciembre de 1864, el General de la Unión William Tecumseh Sherman, a la cabeza de 60,000 soldados, realizó una marcha de 285 millas desde la ciudad de Atlanta, en el centro del estado, a la ciudad de Savanah, en la costa atlántica. Como resultado, el republicano que liberó a los esclavos, Abraham Lincoln, derrotó con facilidad al demócrata que se oponía a darles la libertad, George McClellan, por un margen de 212 a 21 en el colegio electoral y un 55 por ciento de los votos populares. El milagro lo hizo el General Sherman y las elecciones presidenciales de 1864 tuvieron como epicentro el estado de Georgia. Lo mismo podría ocurrir en estas elecciones de 2020.

No me refiero al triunfo de Donald Trump en unas elecciones fraudulentas donde nadie quiere asumir la responsabilidad de enderezar el entuerto, sino a la creación de un muro político que detenga a los bárbaros de la izquierda demócrata.  Ese muro es una mayoría en el Senado de los Estados Unidos. Ese muro tienen una fecha: 5 de enero del año que viene. Ese muro tiene dos patriotas: los republicanos David Alfred Perdue Jr y Kelly Lynn Loeffler . Ese muro tienen dos bárbaros: los demócratas Thomas Jonathan Ossoff  y Raphael Warnock .

Veamos quiénes son estas dos joyitas del tesoro alimentado por las manos sinuosas de los globalistas George Soros, Mike Bloomberg y Bill Gates. El retador de Perdue, Thomas Ossoff , viene de las filas de los periodistas militantes de una izquierda que antepone la ideología política a la objetividad periodística. Ahora ha decidido quitarse la careta. Pero el más peligroso es el Rev. Raphael Warnock, un pastor que esconde su racismo detrás de la cruz de Cristo. Me explico.

Al igual que Barack Obama, Warnock es discípulo y admirador del polémico y antiamericano pastor Jeremiah Wright. Este alucinado de Wright dijo en uno de sus sermones: "Yo escuché a Donald Trump decir que todos los ilegales son criminales que deberían irse de este país…¿Ustedes quieren hablar de asesinos y violadores? El estado de Georgia fue fundado por una colonia de criminales". Ahí está la explicación por la cual Barack Obama invitó a Warnock a pronunciar la oración final del Servicio Inaugural de 2013en la Catedral Nacional y el sermón del Desayuno Anual de la Casa Blanca en 2016. Dios los cría y el diablo los junta. Obama y Warnock son serpientes de la misma cueva.

Hablemos ahora de un dinero que ha roto todos los records de elecciones senatoriales en los Estados Unidos. Mike Blumberg, George Soros y Bill Gates han hecho aportes multimillonarios a unas elecciones con la capacidad de inclinar el balance del poder en Washington a favor de la izquierda fanática. Según prestigiosos analistas políticos la contienda podría llegar al monto de 1,000 millones de dólares.

Estas elecciones son cruciales porque si los republicanos logran ganar aunque sea una de las dos contiendas seguirán siendo la mayoría en la Cámara Alta. Esto les daría la capacidad de parar en seco las políticas extremistas de Joe Biden y sus aliados en el Senado, así como neutralizar a una Cámara Baja tiranizada por la bruja Nancy Pelosi. Pero si los demócratas repiten el fraude de las elecciones presidenciales y ganan las dos contiendas el partido tomará el control de ambas cámaras y convertirá al Capitolio en territorio amistoso para Biden y sus apandillados.

¿Qué pasaría entonces?  No es necesario tener una bola de cristal para saberlo porque la izquierda que se ha apoderado del Partido Demócrata lo ha gritado a pulmón abierto. Convertirían en estados a Puerto Rico y el Distrito de Columbia, eliminarían el Colegio Electoral, aumentarían el número de magistrados del Tribunal Supremo y desaparecerían el filibusterismo (filibuster), un  importante elemento de legislación y equilibrio.

Vayamos por parte. Los senadores de los dos nuevos estados harían causa común con los demócratas y los republicanos se convertirían en una minoría permanente e impotente sin poder alguno para influir en los destinos de la nación. La eliminación del colegio electoral rompería una institución con 232 años de existencia que es además un instrumento de estabilidad en una Republica Constitucional.

La izquierda se propone crear una democracia anárquica donde las elecciones serían determinadas por los votos personales de los residentes en los estados más populosos como New York y California donde ellos ya ostenta el poder. Los residentes de los demás estados estarían condenados a obedecer los ucases y disparates de la izquierda lunática.  

Otro de sus ancestrales empeños es aumentar el número de magistrados del Tribunal Supremo. Con ello podrían imponer la política extremista que no pueden aprobar a través del Congreso. El Poder Judicial es una institución que no legisla sino escucha y decide las diferencias entre los otros dos poderes. Los demócratas quieren hacer del Tribunal Supremo una institución legislativa a pesar de que no ha recibido un solo voto de la ciudadanía.

Por último, el filibusterismo (filibuster en inglés) es un procedimiento político en que uno o más miembros del Congreso debaten sobre un proyecto de ley con la intención de atrasarlo o impedir su aprobación. Es un instrumento importante para las minorías políticas que forman parte del cuerpo legislativo y conduce a la aprobación de leyes más justas.

Tradicionalmente, se le ha puesto fin al filibusterismo con el voto de las dos terceras partes de los miembros del cuerpo legislativo. En 1975 el requisito fue reducido a las tres quintas partes de los miembros. Ahora, Chuck Schumer quiere callarle la boca a quienes se le oponen con solo la mitad más uno de los votos. Si ganaran estos dos escaños en Georgia, los demócratas tendrían el control absoluto del gobierno y darían un golpe de estado sin disparar una bala.

Lo que he descrito para ustedes es un tercer período presidencial del organizador comunitario Barack Obama. Ahora con más maldad y más odio que en su primer período. Tengamos en cuenta que fue él quien ordenó a Biden aceptar a La Mala Harris como su candidata a la vice presidencia. Además, el gabinete anunciado por Biden es el gabinete de Obama reciclado.

Estos dos personajes me recuerdan un pasaje narrado por Emil Ludwig en su biografía de Napoleón. Cuenta el escritor que en una visita que realizara Napoleón a la casa de Talleyrand observó a Fouché ayudando al primero a bajar la escalera que venía del segundo piso. El Emperador les espetó su desconfianza y desprecio calificándolos como: “El vicio apoyándose en la maldad”. Sin lugar a dudas, Biden es el corrupto Talleyrand americano y Obama el taimado José Fouché. Si estos facinerosos ganaran los dos escaños de Georgia, los patriotas americanos no podrían ni cerrar los ojos ni bajar la guardia en los próximos cuatro años. ¡Hay que pararlos ahora!

12-2-20