Pero en este momento hace falta la mano de un líder que no tema a los riesgos y proceda a aplicar modelos objetivos, realistas y omnicomprensivos que conduzcan a superar esta crisis.

Desde la Edad de Piedra, en que nuestros primeros antepasados se cobijaban en cavernas, los hombres hemos convivido con toda clase de virus. El más reciente es este COVID-19 que−catapultado por la multiplicadora tecnología de las comunicaciones−ha hecho sentir su presencia amenazadora en los más remotos rincones del globo. Una proporción considerable pero minoritaria de la población mundial ha dado resultados positivos a las pruebas para detectar la enfermedad y una proporción aún menor ha fallecido bajo el ataque de este enemigo invisible y taimado.

Sin embargo, del que muy pocos hablan−y podría ser el más mortífero de todos ellos−es del virus del miedo. Un virus para el que no existen pruebas con las cuales detectarlo ni vacunas para combatirlo. Que nos hace presas del pánico y paraliza nuestra voluntad para luchar por una vida con calidad y esperanza. Que no nos mata de inmediato pero nos somete al prolongado calvario de una muerte lenta. El virus al que hizo referencia en el discurso de su primera toma de posesión en 1933 el Presidente Franklin Delano Roosevelt: "La única cosa a la que debemos tener miedo es al miedo mismo."

Regresando al peligro inminente del coronavirus, en los primeros días de esta locura se llegó a vaticinar la muerte de 2 millones de americanos, después se habló de 200,000 personas y más recientemente se redujo la cifra de alrededor de 60,000 personas. Pero, independientemente de su número, la muerte de cualquier persona es siempre lamentable. Igualmente lamentable es el hecho de que los autores de los modelos que arrojaron estas cantidades gigantescas se equivocaron.  Quizás no tuvieron los parámetros precisos para alimentar los modelos. Y la precisión de los modelos depende de la precisión de los parámetros con que se les alimenta.

De lo que cabe duda es de que estos exagerados modelos dieron un tiro de gracia a la próspera economía creada en tiempo récord por Donald Trump y su equipo de asesores. Una economía que hoy está en estado de coma y tiene que ser revitalizada a la mayor brevedad si no queremos caer en una recesión. Los expertos en finanzas vaticinaban un Producto Interno Bruto de 22 MILLONES DE MILLONES DE DÓLARES −22 Trillones en inglés−en ese 2020 para ,los Estados Unidos. En comparación, el Producto Interno Bruto combinado de todas las naciones miembros de la Unión Europea en 2018 fue de 19 MILLONES DE MILLONES−19 trillones en inglés−3 trillones por debajo de la economía de los Estados Unidos.

Ahora bien, es obvio que esta situación no afecta sólo a la economía americana sino a las economías del resto del mundo. La frase de "Cuando los Estados Unidos estornuda las economías del resto del mundo contrae un catarro" cobra en este momento mayor importancia. Sin embargo, algunos países han decidido no esperar por los Estados Unidos y evitar ese catarro. Por ejemplo, Alemania ha experimentado una situación esperanzadora en que los nuevos casos están por debajo de los pacientes que se han recuperado. De ahí que el gobierno haya  decidido poner en marcha un proceso de regresar progresivamente a la normalidad. Dinamarca y la República Checa también se preparan para implementar un proceso similar.

Por su parte, el pueblo americano está dando señales de cansancio y hasta de exasperación por la paralización de sus actividades diarias. Entre las situaciones más complejas se encuentran la desesperación de los padres que, además de trabajar desde su casa, se ven obligados a cuidar de los niños que no están asistiendo a las escuelas; así como los pacientes de enfermedades como la diabetes. los riñones, los derrames cerebrales y los ataques al corazón muchos de los cuales se inhibieron de ir a los hospitales que se preparaban para dar prioridad a las potenciales víctimas del coronavirus. Tampoco sabemos de los suicidios y los divorcios provocados por el aislamiento porque estas cosas son difíciles de contabilizar.

Por eso Donald Trump, un hombre con excepcional instinto político, ha decidido regresar a la normalidad. El presidente no está dispuesto a negar a los ciudadanos la capacidad de ganarse la vida, de ir a la escuela y de asistir a servicios religiosos. Sabe que sus enemigos lo acusaran de ser un avaricioso y un materialista que es indiferente a la salud de sus gobernados. Pero, como de costumbre, está dispuesto a enfrentar las críticas porque, más que nada, sabe que sus grandes logros económicos no resistirían otros dos meses de parálisis . Por eso todo indica que Trump se prepara a anunciar medidas hacia la normalidad a finales de abril  o principios de mayo.

Para dar ese paso tendrá que enfrentar la opinión contraria de muchos de sus asesores. Todos ellos personas inteligentes pero con una visión limitada del problema. Los especialistas se distinguen por creer que su área de especialidad es el elemento más importante a la hora de tomar cualquier decisión. Pero en este momento hace falta la mano de un líder que no tema a los riesgos y proceda a aplicar modelos objetivos, realistas y omnicomprensivos que conduzcan a superar esta crisis. No elucubraciones o cálculos imprecisos como los que se adoptaron al principio. Y mucho menos, grupos de técnicos con egos inflados que obstaculicen el regreso a la normalidad.

Con su actuación desde que llegó a la Casa Blanca, Donald Trump ha demostrado que es el único con la capacidad de tener una visión total del problema. De hecho, sesenta millones de americanos votaron por él para que tomara esas decisiones difíciles. El mismo presidente lo admitió hace unos días cuando dijo que esta era la decisión más difícil que tendría que tomar en su vida. Nadie votó por sus asesores ni por los críticos que no tienen otra misión que ponerle barreras en el camino.

En contraste con la mayoría de esos críticos, Donald Trump es un empresario que varias veces se ha asomado al abismo de la bancarrota y ha reconstruido su imperio financiero. No es un pusilánime como Jimmy Carter que se encerró en la Casa Blanca a lamentar el cautiverio de 52 diplomáticos americanos durante 444 días por los revolucionarios iraníes y recibió una soberana pateadura a manos de Ronald Reagan. Por el contrario, Trump es la versión moderna de Hernán Cortes que, para impedir que sus soldados optaran por evadir la batalla y regresar a Cuba, mandó a quemar sus naves y conquistó el Imperio Azteca.

Sin darle más vueltas a esta noria, la restauración de la prosperidad económica creada por Donald Trump exige que las personas regresen a los restaurantes y las salas de cine, así como que los negocio no solo sobrevivan sino prosperen. Porque la continuación de la política alucinante de las últimas cuatro semanas traería consigo una nueva epidemia de desempleo masivo, depresión y aislamiento. En síntesis una sociedad de seres desajustados, anormales e incapaces de una convivencia civilizada.

El precio del regreso a la normalidad es la aceptación de que la vida implica riesgos desde que salimos del vientre materno. Que ese riesgo lo asumimos todos los días cuando pasamos el umbral de la puerta de nuestra casa para  ir a la calle. Que únicamente los más vulnerables son los que merecen y necesitan una protección especial. Los demás a trabajar en una actividad productiva que es la mejor forma de confrontar el virus del miedo.

4-13-20