Por Alfredo M. Cepero

 

Remberto no se ha ido ni se irá jamás mientras en la Cuba de sus desvelos y de sus amores no brille ancho y esplendoroso el sol de la libertad.

Escribo estas líneas con el corazón, más que con el intelecto, porque son el producto de mi profundo afecto por Remberto Bastanzuri. Nuestra hermandad se remonta a 1956 cuando ambos vivíamos en el Hogar Católico Universitario que fundara aquel santo que se llamó Hermano Victorino de la Salle. Remberto era entonces un joven reservado que estudiaba ingeniería, jugaba futbol americano para la Universidad de la Habana y tenía la única novia que tuvo en su vida, Rosa Margarita Arrieta. Ambos andan ya por los caminos de Dios. Nosotros, en la Tierra, seguimos aferrados a su recuerdo. Sus hijas, Rosie y Maggi, son para mí parte de ese hermoso recuerdo.

El 21 de diciembre lo llevamos a su descanso eterno en el mismo cementerio donde descansa Rosa Margarita. Hoy yo dedico unas palabras de exaltación de la vida y la conducta de este cubano excepcional, generoso y patriota que es Remberto Bastanzuri. Fíjense que hablo en tiempo presente porque Remberto no se ha ido ni se irá jamás mientras en la Cuba de sus desvelos y de sus amores no brille ancho y esplendoroso el sol de la libertad.

Remberto simplemente se ha despojado de la indumentaria fastidiosa de la materia y se viste con los atuendos puros y edificantes del espíritu para erigirse en soldado disciplinado y modesto—tal como lo fue durante toda su vida entre nosotros—de la lucha por la felicidad de nuestro pueblo. Sin temor a exagerar, puedo decir que Remberto Bastanzuri ha alcanzado por fin la dimensión del patriota en superlativo y ha hecho su entrada triunfal en el Salón de la Inmortalidad de los cubanos que han luchado y siguen luchando por la libertad de la patria. Martí lo dijo: “La tumba es via y no término”.

Y ya que hablamos de “patriota” quizás sea oportuno abundar en el significado de esa palabra. Desde pequeño aprendí que nuestros patriotas eran unos hombres de mirada severa y aspecto circunspecto que aparecían en nuestros tradicionales libros de historia. De esa historia y de esos libros debemos excluir desde luego a los mamotretos y las patrañas con que hoy envenenan a los niños en nuestra patria esclava. Andando el tiempo, con justicia hemos llamado patriotas a quienes han combatido y caído con las armas en la mano peleando contra la tiranía comunista, así como a aquellos que han padecido el infierno delirante del presidio político.

Pero poco o nada se ha dicho de quienes han puesto intelecto, esfuerzo y dinero en aras de nuestra libertad dentro de un exilio donde, para nuestra vergüenza, predominan muchas veces la indiferencia y el olvido. Remberto Bastanzuri supo decir presente con la generosa ayuda económica con que respondió a mis peticiones.

Por otra parte, Remberto Bastanzuri no fue sólo un cubano amante de su patria. Fue un hijo respetuoso, un hermano afectuoso, un marido ejemplar, un padre dedicado y un abuelo amoroso. Fue, en conclusión, la síntesis de todos los valores y principios que hicieron de Cuba la admiración del mundo. Yo tuve el privilegio de encontrarme entre sus amigos más íntimos.

Este hombre a quien el 21 de diciembre dijimos “hasta luego” para encontrarnos más adelante en el camino de la eternidad jamás incurrió en los pecados de la vanidad, de la indiferencia o del olvido. Puedo decirlo porque, como muchos de ustedes, lo conocí en los quehaceres de la lucha contra el totalitarismo y la defensa de la libertad de nuestra atribulada y abandonada isla mártir. Este hombre fue ejemplo vivo de ese heroísmo abnegado y silencioso que no espera recompensa ni reconocimiento por sus servicios a la libertad y la dignidad del hombre. Era una inspiración y una esperanza para quienes se sentían fatigados por la caminata agobiante y desgarradora de más de medio siglo de desilusiones. Por eso me duele tanto haber perdido el privilegio y el estímulo de su presencia.

Pero ese dolor no puede convertirse en parálisis porque estaríamos negando la ejecutoria de nuestro hermano de luchas e ideales en lo que ya podemos llamar la epopeya de nuestra redención nacional. En su nombre, para  su gloria y en honor a su memoria, declaro que está prohibido olvidar y mucho menos rendirnos ante la tiranía. Quienes nos consideramos herederos de su legado tenemos que trabajar con renovados bríos para que Cuba sea libre y su pueblo sea feliz. Esa es la mejor manera en que Remberto podrá disfrutar de su bien ganado descanso. La única manera que podrá compartir con nosotros, desde el Cielo, la alegría multitudinaria de nuestro inminente e inevitable amanecer de libertad. No es necesario añadir más palabras porque su conducta fue la prueba fehaciente de su vida ejemplar y la luz que sigue iluminando el camino de los escogidos de la libertad. 1-4-23