Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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Ahora bien, quiero dejar bien claro que cuando califico al FBI de “intimidador” me refiero a las élites del organismo, no a la totalidad de sus agentes.

Se supone que el FBI sea una organización apolítica. Su misión es la de investigar los grandes crímenes así como las amenazas contra los Estados Unidos provenientes tanto desde el exterior como del interior; pero su radio de acción está limitado al interior del país. Resulta, por lo tanto, alarmante que se haya convertido en el brazo armado de la Casa Blanca para perseguir y castigar a quienes se oponen a la desastrosa presidencia de Biden. A tal punto, que el FBI no respeta siquiera a la Constitución que nos legaron los padres fundadores de esta nación. Ahora bien, quiero dejar bien claro que cuando califico al FBI de “intimidador” me refiero a las élites del organismo, no a la totalidad de sus agentes.

Las élites del organismo se consideran superiores al pueblo de los Estados Unidos y hasta a los mismos funcionarios electos. Su razonamiento es que los funcionarios electos van y vienen mientras los agentes del FBI se mantienen en el cargo por mucho más tiempo.  J. Edgar Hoover fue director del FBI durante 37 años hasta su muerte en 1972 y desempeñó su cargo bajo el mandato de ocho presidentes de Clavin Coolidge hasta Richard Nixon. Todos lo resentían y le temían pero no se atrevían a destituirlo. Fuentes dignas de crédito afirman que Hoover tenía información comprometedora sobre las vidas privadas de estos presidentes.

El único que se le enfrentó fue Harry Truman quién acusó a Hoover de transformar al FBI en una policía secreta privada. Truman declaró que: “no queremos una policía secreta o Gestapo. El FBI está avanzando en esa dirección. Está interviniendo en escándalos sexuales y usando el chantaje”. Nadie ha dicho una verdad más grande. Tras la muerte de Hoover  se limitó el tiempo máximo que una persona puede ejercer como director del FBI.

Ahora bien, el tiempo se les habrá limitado pero los abusos de poder han continuado a toda marcha. Tres de los recientes directores del FBI—James Comey, Robert Mueller, Andrew McCabe—se ensañaron con el ex Presidente Donald Trump. Lo acusaron de todo tipo de delitos pero no le pudieron probar ninguno. Por el mismo camino de “puñalada trapera” anda el zorro perverso Christopher Wray, actual director del FBI.

La tarea del FBI por estos días es perseguir a los aliados de Tump, sobre todo a los que cuestionan los resultados de las elecciones de 2020. Por eso se dedica a pulverizar a los republicanos de MAGA para impedir que derroten—como es casi seguro que lo harán—a los demócratas en las elecciones parciales que se avecinan. Entre esos republicanos se encuentran: Bernie Kerik, Boris Epshteyn, Matt Morgan, Justin Clark, Kenneth Chesebro, Mike Roman, Joshua Findlay, John Eastman, Jenna Ellis, Joe DiGenova, James Troupis, Rudy Giuliani, Sidney Powell, Victoria Toensing, Cleta Mitchell y Bruce Marks. No se salvó siquiera Mike Lindell, el vendedor de almohadas por televisión. Podría enumerar muchos más pero sería un mal uso de mi tiempo y un abuso del tiempo de ustedes.

Por otra parte, es necesario tener presente que cualquier acusación que se haga contra un ciudadano americano estará sujeta a la protección de la Primera Enmienda de la Constitución. La Primera Enmienda le garantiza a los americanos seis libertades básicas: Libertad de expresión, de prensa, de petición, de reunión y de religión. La libertad de expresión es la piedra angular de la democracia. No solamente protege la expresión que le agrada a la gente sino la expresión que les desagrada.

Durante las décadas de 1950 y 1960 activistas de los derechos civiles—tales como Martin Luther King, Jr—utilizaron la libre expresión como una herramienta para cambiar la sociedad desde su interior. Utilizando esa libre expresión, los activistas de los derechos civiles pusieron fin a la discriminación que plagaba a la sociedad americana.

Esa es la columna central de la libertad americana y la razón por la cual todo el mundo quiere vivir en los Estados Unidos. Esa es la razón por la que muchos americanos ofrendaron su vida por este país. Esas son las libertades por las que ellos lucharon. Esa es la razón por la cual ningún demócrata fue enjuiciado en 2016 cuando trataron de anular a los designados electores de Donald Trump. Esa es la razón por la cual ninguno de ellos—incluyendo a Kamala Harris—está en la cárcel.

Esos antecedentes están determinando la estrategia de los demócratas por estos días. Incapaces de ganar con votos, los demócratas están desarrollando una campaña de “tierra calcinada”.  Para ello están utilizando un  FBI al servicio de la izquierda que ataca y destruye a todo el que sea partidario de Donald Trump.

Como consecuencia los conservadores se muestran preocupados y encolerizados. Se preguntan si los Estados Unidos se han convertido en un estado totalitario comunista o fascista al estilo de la Alemania del Siglo XX y si el FBI sigue los procedimientos de la Staci de los comunistas o la Gestapo de Hitler. Ambas organizaciones demostraron que su único propósito era mantener a los tiranos en el poder.

Joe Biden y sus apandillados hacen esfuerzos para duplicar los procedimientos de los miserables de la Staci y de la Gestapo. Para eso tienen a este FBI arrogante, totalitario y desbocado. En una de sus recientes declaraciones sobre el atentado terrorista contra las Torres Gemelas, Biden lo demostró cuando dijo: “No es suficiente que nos reunamos para recordar el 11 de septiembre y sus víctimas, porque esta reunión no es sobre el pasado. Es sobre el futuro. Nosotros tenemos una obligación, un deber y una responsabilidad de defender, preservar y proteger nuestra democracia.”

Pero, ¿cuál es la democracia a la que se refiere Joe Biden? ¿Por qué nunca la ha definido? ¿Cuál es exactamente el peligro que la amenaza? En este momento muchos nos preguntamos ¿cuál es la amenaza si hace muy poco tiempo hemos declarado la guerra contra el terror, pero contra quién? Ante el silencio de la izquierda corrosiva y fanática yo voy a contestarme a mí mismo. La amenaza somos todos aquellos que cuestionamos la legalidad de las elecciones de 2020 y apoyamos a Donald Trump.

Pero, hagamos memoria por un momento. Kamala Harris cuestionó la legalidad de las elecciones de 2016 en que fue electo Donald Trump. La lunática Stacy Abrams se ha pasado 5 años diciendo que ella es la gobernadora legítima del estado de Georgia.

Hace escasamente un par de semanas que Joe Biden calificó a los partidarios de Donald Trump de “enemigos de estado”. Como resultado la residencia del ex presidente Trump fue registrada como si se tratara de un delincuente y muchos de sus amigos fueron sacados de la cama para ser hostigados e interrogados. Este es un procedimiento de la Staci, la Gestapo o la KGB de Putin y no hay otra palabra para describirlo.

Así que cuando Biden habla de nosotros los que apoyamos a Trump no se está refiriendo a ciudadanos americanos. Hace referencia descarada y abierta a miembros de una insurrección como los que dieron inicio a la Guerra Civil del Siglo XIX. “Los partidarios de Trump—nos dice Biden—no están solamente equivocados. Son una banda de terroristas con los cuales no funcionan los argumentos”. Para Biden, con gente de nuestra calaña no hay otra alternativa que aplastarnos como a cucarachas. Por lo tanto, no podemos ni bajar la guardia ni cantar victoria. Tenemos que mantenernos alertas para que las cucarachas nos comamos a las víboras.  

9-19-22