Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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Por eso, cuando los ciudadanos no cumplen con su responsabilidad las democracias desaparecen tal como ocurrió en  la antigua Grecia.

Con una población de más de 300 millones de habitantes, los Estados Unidos son la tercera nación más poblada del mundo detrás de China y de La India. Estos 300 millones representan, además el 4.25 por ciento del total de 7.8 millones de millones—billones en inglés—de seres humanos que viven en el planeta Tierra. Irónicamente, todos estos seres humanos—o por lo menos la mayoría de ellos—quieren vivir en los Estados Unidos. De hecho, esta nación se ha convertido en una especie de “tabla de salvación” para pasajeros de un barco a punto de hundirse. Y prueba al canto: En el curso de los últimos 12 meses más de 2 millones de inmigrantes ilegales han entrado por la frontera con México. Para ello han atravesado las inhóspitas selvas del Darién, desafiado ríos, escalado montañas, sufrido violaciones y pagado cantidades exorbitantes a los crueles coyotes de las mafias mexicanas. Literalmente, estos infelices se han jugado la vida con tal de llegar a la Tierra Prometida.

Pero todo parece indicar que estos inmigrantes han llegado tarde. La “Tierra Prometida” se ha convertido en una “Tierra Sometida” a una izquierda minoritaria y fanática que odia a la  nación libre y próspera que nos legaron los padres fundadores de la nación americana. En los últimos 30 años la nación americana ha sufrido un deterioro de tal magnitud que no sería reconocida de su gran admirador, el francés Alexis de Tocqueville. El punto más bajo ha sido los ocho años de presidencia del racista, simulador y maquiavélico Barack Obama.

Regresando al pasado, Tocqueville atribuyó el éxito de esta república democrática a cinco valores: la libertad, la igualdad, el individualismo, el populismo y el “laissez-faire” (dejar hacer). Por desgracia, el comunismo de Bernie Sanders, la izquierda virulenta de Sandy Ocasio-Cortes y su “escuadra”, la corrupción de la mafia de la familia Biden y la maldad del “capo” Barack Obama no descansan en su empeño diabólico de destruir esos valores. Esta gentuza ha echado por el suelo la posibilidad de que se cumpla en este Siglo XXI la frase lapidaria de Tocqueville en el Siglo XIX: “La grandeza de América no está basada en ser más ilustrada que otras naciones, sino en tener la habilidad de reparar sus errores.”

Ahora, un par de ejemplos, para ilustrar lo que he dicho. El mundo se asombró en el año 2,000 cuando George W. Bush fue proclamado ganador sobre Al Gore a pesar de que Bush había obtenido un número menor de votos populares que Gore. En el 2016, Donald Trump le ganó a Hillary Clinton en el Colegio Electoral, pero obtuvo un menor número de votos populares que Hillary. Muchos se preguntaron; “¿Cómo pueden los Estados Unidos llamarse una democracia cuando sus gobernantes no son elegidos por mayoría de votos? La respuesta es simple y complicada al mismo tiempo. Los Estados Unidos nunca fueron creados como una “democracia pura”, sino como una “república democrática” donde los votantes eligen representantes y electores, que son quienes al final toman las decisiones. El hecho es que si ha habido o no una “democracia pura” en alguna parte del mundo es una cuestión debatible.

Si nos trasladamos a la “prehistoria política” nos encontramos con la definición de democracia por los griegos, que fueron sus inventores. “Demos” quiere decir “el pueblo”. “Cracia” viene del griego “kratos” que quiere decir “regla o poder”. De ahí que “democracia” sea “el gobierno del pueblo”. Los ciudadanos en ese sistema tienen no sólo derechos sino también la responsabilidad de participar en el sistema político. Por eso, cuando los ciudadanos no cumplen con su responsabilidad las democracias desaparecen tal como ocurrió en  la antigua Grecia.

La realidad es que los síntomas de decadencia son iguales en todas las sociedades. No son únicos a una sociedad específica. La corrupción y el derroche son los más dañinos. Son reconocibles en cualquier sociedad y en cualquier momento. No es necesario remontarnos muchos años atrás. Los hombres se muestran más débiles. Los líderes caen en la decadencia. La aplicación de la ley se politiza. La moneda se devalúa. Con ello las piezas del rompecabezas desaparecen. Eso es lo mismo que está pasando en este momento en los Estados Unidos.

En este país, muchos ciudadanos han caído en el cinismo, el aislamiento y la desinformación. La confianza en las instituciones cívicas está desapareciendo. Los medios de información son progresivamente más divisionistas. El partidismo desbocado y la baja participación en las elecciones primarias están dejando el camino abierto a los “politiqueros” en ambos partidos. La política pública está siendo cada día  más manipulada por las élites y los intereses especiales. Y el Gobierno Federal está constituido por un Congreso polarizado, una Casa Blanca errática y un Tribunal Supremo fuera de control.

Muy pronto—no es necesario mucho tiempo—la sociedad no podrá desempeñar su misión primordial. La razón principal por la cual existen las sociedades es proteger a los débiles frente a los poderosos. Esa es la razón por la cual tenemos sociedades. Tal es el caso de la ciudad de Nueva Orleans. Una ciudad que necesita por lo menos 2,000 policías cuenta solamente con 500 agentes en servicio activo. Ese es el resultado directo de reducir los fondos públicos destinados a la policía. Los ricos tienen sus guardaespaldas, los pobres son abandonados a su suerte y los criminales se despachan a su gusto.

Por otra parte, debemos de tener mucho cuidado de no confundir la falsa soberanía con la verdadera soberanía. La falsa soberanía convierte al pueblo en actor durante el tiempo necesario para elegir a los nuevos amos a los que unos ciudadanos negligentes, incapaces de asumir responsabilidades, se encomiendan en cuerpo y alma. Ese despotismo democrático convierte de este modo a la nación en un rebaño de animales pastoreado por el Gobierno.

Pero tal vez el mayor peligro que acecha a las sociedades democráticas sea la pasión por la igualdad, que reduce al mismo rasero a todos los individuos, que descabeza lo que sobresale, lo que destaca, lo excéntrico y lo diferente, que la mayoría de los ciudadanos no tolera. Vivimos en una época en la que la opinión de la mayoría y el poder arrollador de la opinión pública amenazan gravemente a la libertad. Modela sutilmente nuestras mentes, nos oprime y nos coarta sin que nos demos cuenta.

El sueño americano—como la novela histórica de Margaret Mitchell “Gone with Wind”—se la llevaron los viento del odio, la corrupción, la mentira y la ambición de los que hacen de la política una profesión permanente porque no tienen capacidad para hacer otra cosa. El pueblo tiene que confrontar con el voto a esta “raza de víboras”—como dijo el Hijo de Dios—y recuperar la verdadera soberanía que sólo corresponde al pueblo que es la razón de que existan los gobiernos y del cual emanan todos los poderes.  

8-30-22