– 25 de abril de 2021 –

“Domingo del Buen Pastor”

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El cuarto domingo de Pascua, que también llamamos del “Buen Pastor” en referencia al tema que nos presenta el evangelio de la Misa en los tres ciclos de lecturas bíblicas, lo dedica la Iglesia a orar por las vocaciones sacerdotales y religiosas. De ese modo unimos, en una misma celebración, el destino del mensaje y la intención de la oración de toda la Comunidad eclesial, en un asunto tan fundamental para la propia vida de la Iglesia.

Porque orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada es una tarea constante para todos los cristianos al cumplir el mandato del Maestro, que nos encomendó: “Pidan al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Uniéndonos en la súplica por el envío de vocaciones, queremos cumplir este mandato, con la conciencia y el deseo de que el Señor suscite en su Iglesia respuestas generosas a su llamada; llamada al servicio pastoral y a la consagración de la vida y, por amor a Dios, al servicio de la Iglesia en su misión evangelizadora.

Esta misión, como sabemos, abarca un amplio campo que va, desde proveer sacerdotes y pastores a su pueblo, hasta aquellos llamados a la vida de oración contemplativa, pasando por esa abundancia de carismas presentes y actuantes en las familias religiosas, consagradas al servicio de los más débiles y necesitados, y a la enseñanza y educación en la Fe.

La parábola del Buen Pastor, que leemos en el evangelio, adquiere un relieve peculiar durante estas semanas en las que recordamos el combate en que Jesús -que “tiene poder para entregar su vida y para recuperarla”- derramó su sangre por sus ovejas (Juan 10, 11-18). El, que venció a la muerte, es Aquel en cuyo nombre Pedro pudo hacer caminar al paralítico (Hechos 4, 8-12) y el que nos da acceso a la intimidad de Dios, hoy en la fe y mañana cara a cara, cuando “le veremos tal cual es” (I Juan 3, 1-2).

En la Iglesia todos hemos sido llamados; todos recibimos la primera llamada a la vida de la Fe en el Bautismo, donde hemos sido consagrados hijos de Dios y ungidos por la acción del Espíritu Santo; a esta dignidad adquirida por el nuevo nacimiento del Bautismo la Iglesia la llama Sacerdocio Real. Por el mismo somos incorporados a Cristo y a su Cuerpo, que es la Iglesia, y participamos de su triple condición de Sacerdote, Profeta y Rey.

-Al ser llamados unos, al sacerdocio ministerial, son llamados desde esa primera condición y dignidad para el servicio de ese mismo Cuerpo de Cristo resucitado que es la Iglesia; para servirla y para ser enviados en su nombre, como los apóstoles, a “anunciar el Evangelio a toda la Creación”. Los que son llamados a dedicar su vida por los votos de la vida consagrada de Pobreza, Castidad y Obediencia, lo son en una gran variedad de caminos, verdadera riqueza de una Iglesia que, como su Maestro, sabe que “no ha venido a ser servida, sino a servir”.

Consagrarse a Dios requiere amor, mucho amor; requiere también coraje y desprendimiento. Pidamos esos dones para todos, para que seamos Iglesia generadora de vocaciones, para que seamos campo fértil donde la semilla de la Palabra dé siempre fruto abundante de ese Amor de “Aquel que nos amó primero”.