– 4 de abril de 2021 -

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (I Juan 3, 14); son palabras del “Discípulo amado”, como se presenta siempre en tercera persona el Apóstol Juan quien, en afán de anonimato (propio o de los discípulos que nos trasmiten sus testimonios) se esconde, mostrando a la vez su propia experiencia de fe; esta fe que nunca puede vivirse y ser testimoniada fuera del amor. Porque es el amor el que hace que Juan llegue primero al sepulcro y es el amor quien, como también a María Magdalena, le hace creer al ver la escena de un sepulcro abierto pero intacto, menos el cuerpo, que ya no le pertenece porque el Señor ha resucitado (Juan 20, 1-9).

A Pedro, el otro testigo ocular del sepulcro vacío, lo escucharemos contarnos su experiencia y su fe durante varios domingos, en los que la Liturgia nos presentará fragmentos de sus discursos en los que, como cabeza del colegio apostólico, proclamará el acontecimiento de la “resurrección de entre los muertos como cumplimiento de las Escrituras” (Hechos 10, 34ª.37-43). “Nosotros hemos comido y bebido con él después de su resurrección”.

San Pablo, que enlaza la celebración de la Pascua cristiana con la judía al presentar a Cristo como el verdadero cordero pascual, nos recuerda que, puesto que hemos resucitado con Cristo por el bautismo, debemos vivir de su nueva vida, y nos invita a permanecer en lo sucesivo a la espera de su retorno. (Colosenses 3, 1-4).

San Gregorio Nacianceno, Obispo de Constantinopla del Siglo Cuarto, nos invita a una profunda meditación a partir de Colosenses 3, 1-4: “Ayer estaba crucificado con Cristo; hoy soy glorificado con él. Ayer estaba sepultado con Cristo; hoy resucito con él”. “Hagámonos semejantes a Cristo, puesto que él se hizo semejante a nosotros; volvámonos Dios por medio de él, pues él se hizo hombre por nuestra causa”. “El cargó con lo peor para darnos lo mejor; se hizo pobre para enriquecernos por su pobreza; asumió la condición de esclavo para procurarnos la libertad; se rebajó para elevarnos; quiso conocer la prueba para permitirnos vencer; fue despreciado para glorificarnos; murió para salvarnos; subió al cielo para atraer a los que yacían en el pecado”. “Ofrezcámonos a Cristo asemejándonos al que se hizo semejante a nosotros”.

La Pascua confirma que la salvación es real y actuante ya, hoy y para siempre, en nuestras vidas. El Amor reina; la muerte y el pecado han sido vencidos. La resurrección de Cristo es nuestra resurrección, porque El nos ha abierto las puertas de la vida eterna; ésa es nuestra verdad. “Colmados con la gloria de Cristo podemos gritar ¡Aleluya!”.